La noche de 1941

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Advertencias: Contenido explícito.
Para esta historia, Azirafel cuenta con un cuerpo y genitales femeninos.

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Esa tenía que ser, sin duda, una de las veces en que más nervioso se sentía. Las piernas temblorosas, la respiración agitada y cada minúsculo vello de su cuerpo erizado. Estaba asustado, aterrado, con el trasero pegado al pequeño banco frente al bonito espejo iluminado con focos. Se suponía que debería estarse arreglando, y aunque las chicas del club nocturno en donde se encontraba ya le habían puesto el maquillaje encima, ahora no podía siquiera moverse.

Lo que le había llevado a ese momento, a esa situación tan complicada y vergonzosa, no había sido otro motivo sino él mismo y su obstinación. Cuando llegaron allí más temprano esa misma noche, a entregar las botellas que se rompieron por accidente, habían escuchado algo sobre un acto de magia que debía ser reemplazado y él enseguida dio un paso al frente. Estaba pensando en que, si su querido Crowley le hizo un enorme y bellísimo favor, tenía que corresponderle de alguna forma. Pero, cuando se separó del demonio y fue hacia la encargada para pedir más información, ahí fue cuando las cosas se complicaron. Al parecer, la mujer no tenía buen oído y se confundió de modo que fue una de las bailarinas la que terminó recordándole que a quien debían reemplazar era a la señorita Ginna, la bailarina estrella de la noche. Azirafel no estaba seguro de cómo podría haberse confundido de nombres, pero, en fin, cosas de la vejez, supuso. El caso fue que, obviamente, él no era un reemplazo adecuado para semejante puesto y sintió que todo se desmoronaba a sus pies.

Después de tanto insistir, la señora le comentó que el único modo en que podría ayudar era si conocía a alguna chica, o si a él le crecía un busto; y, dado a que Azirafel no conocía a nadie que encajara con la descripción, decidió hacer un esfuerzo y asumir un género específico por primera vez en su existencia. Y bueno, no es como si realmente le desagradara, no era así en lo absoluto. En realidad, se sentía bastante a gusto con las características que ese cuerpo le daba. Desde luego que le sorprendió sentir el peso de dos senos grandes aunado al sonido de su voz, mucho más suave y dulce que de costumbre. Sin embargo, no era su cuerpo lo que le tenía nervioso —o, mejor dicho, nerviosa, dado a que también tuvo que ajustar lo que tenía entre las piernas para mayor comodidad—. Lo que le tenía aterrada era lo que podría suceder una vez que saliera al escenario.

Cuando llegó al club, ataviada con un bonito vestido a cuadros en color celeste y escondida con una gabardina beige, se presentó como la hermana del señor Fell que casualmente no pudo acudir. Las chicas fueron bastante amables de guiar sus pasos hacia el camerino, y maquillarla casi en cuestión de segundos. Una de ellas, la mayor, le ayudó con su peinado y al verla tan nerviosa le dedicó un par de palabras de ánimo. Según su experiencia, era todo bastante divertido, una vez que dejaba atrás el nerviosismo e ignoraba los comentarios de algunos hombres. Azirafel todavía no estaba segura de haber entendido a qué se refería, ni siquiera cuando ella le comentó que los "servicios extra" para los clientes no eran obligatorios para todas, sólo sabía que estaba feliz por haber distraído a Crowley lo suficiente como para asegurarse de que no se presentaría esa noche.

Correspondería el favor sin que el demonio se enterara de cómo lo hizo.

Ese pensamiento le ayudó a calmarse. Lo repitió un par de veces más en voz alta, y se puso de pie para probarse la ropa que le tocaba usar, la cual colgaba de ganchos imperturbables en el fondo de la habitación. Un leotardo blanco, adornado con pequeños cristales y perlas que sonaban cada que lo movía, portaba un muy pronunciado escote y no llevaba mangas. Azirafel pasó los dedos por encima de la cristalería y supo que no entraría en él. Por suerte le bastó un pequeño movimiento de su mano, de arriba hacia abajo, para que su vestido fuera reemplazado por aquel traje que ahora se ajustaba perfectamente a sus curvas como si se lo hubieran hecho a la medida. 

Señorita ZaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora