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Y fue uno de esos días en los que Ramón y yo íbamos al viejo gimnasio del polideportivo. La idea de perder grasa y pellejo me parecía de lo más agradable, después de que Jesús me hubiese engañado con una mujer, de unos 20 años, de una altura considerable (unos 30 centímetros más que la media española de la estatura femenina), delgada, pálida, estilizada y huesuda, digamos que con una cara más cuadrada que redonda, gafas negras, ojos oscuros, boca pequeña y cejas grandes. Tenía una cara de muñeca, eso era lo que más complejo me causaba. Las caras son muy importantes.
Mi otro ex novio (si, siempre he sido una mujer algo atrayente o mona, por lo que he tenido algunos compromisos), cuyo nombre no quiero recordar, pudo haber rondado a su alrededor alguna vez, incluso en sus redes sociales alguna vez visitó sus perfiles y "corazoneó" sus publicaciones. Tengo entendido que en los mundos de ahora, "corazonear" a alguien es símbolo de gusto, satisfacción,  atracción e incluso insinuaciones tanto románticas como sexuales (si, el sexo y el amor son términos muy distintos, es cierto que pudieran mezclarse, pero en todo caso no pesan lo mismo sentimentalme. Luego hablaré de ello). Estudiaba en el mismo instituto que yo, ahora en los pasillos, cuando reviso la orla la veo, pero sin nociones de rencor. Pareciese como si igual me diera. El caso es, que esa chica siempre me fue indiferente, y nunca pensé que podría llegar a ser la quinta pata de mi cama, y por ello, pensé que quizás si cambiase mi aspecto, ningún hombre me echaría a perder. Cierto es, que desde aquel fin de 2022 en adelante me puse mucho más guapa, más curvada y rechoncha pero mi cuerpo moldeaba él solo unas bonitas caderas y curvas, y más madura por supuesto. Acabo de recordar que olvidé presentarme, grave falta de respeto hacia la construcción típica del autor y personaje literario; Soy Marta, Martha para el público y...creo que para ustedes también, queridos lectores. 1,65 metros de alto, cuerpo relleno curvado y caderoso , pechos pequeños, muslos y nalgas gordas caidas y anchas, piel morena, ojos oscuros, pelo marrón castañado y ondulado, labios carnosos y regulares, nariz estándar y de lóbulo izquierdo subdesarrollado.
Me gusta la poesía,  el teatro, la escritura novelesca y controversial, la pintura, la escultura, la música y los estilos pasados de moda. Solía soñar que era una mujer, de unos 28 años, en los frescos y no muy lejanos años 60, naturalmente embarazada de mi tercer hijo, y viviendo una plena y feliz vida siendo ama de llaves. Ese sueño, si saliese a la luz sería tachado como de "machista" junto con mi persona por ciertos colectivos extremistas. Pero si hay algo que verdaderamente me fascinaba, era leer "Lolita", De Vladimir Navokov. Aquel tema controversial sobre la lujuria entre un cuerpo viejo y otro joven me daba más que morbo.
Entonces, paseando por los barrotes de las pistas de fútbol y baloncesto, las cuales albergaban la humedad de la tarde noche, lo vi a el, vi a Romeo.
Rápidamente, mi reflejo tornó a convertirse en una imagen áurea muy similar a un monstruo; me sentía como Albert.
Si querido lector, se que pensará usted que desprecio el personaje de Navokov, pero lo cierto es que es un sentimiento contrario, la monstruosidad del personaje es buena, es una monstruosidad...necesaria, un placer obsceno.
Visualice la imagen de Romeo unos minutos, y pude deducir sus dulces características; un metro setenta con pies descalzos, pelo marrón platino y alborotado, cuerpo joven y delgado, y su cara...oh su preciosa cara, tan infantil, tan suave, tan fina, tan perfecta. Ojos marrones y brillantes como el vino dulce, labios finos y pequeños, piel pálida y aterciopelada, nariz recta, redonda, abotonada y colorada como sus mejillas a causa de la corriente. Su barbilla se hacía curvada bajo su boca. Tenía una cara erótica, precisamente erótica.
Deduje que estaba ante el sentimiento que Vladimir encarnaba en Albert; había encontrado a mi "ninfulo". No sabría que sería menor que yo hasta nuestra primera conversación convencional.
Esas manos infantiles, sujetando aquella vieja pelota de baloncesto, esas gafas de pasta blanda, noche fría, suelos mojados, mojados como mi entrepierna, hedor de humedad femenina, perfume de naranja, testosterona sudada. Todo se resumía a mis ojos contemplando aquel cuerpo joven y fino. ¡Que dios me perdone, si por favor! Y lo digo enserio, muy enserio, porque la sujeción de la pelota entre sus dedos como si de una nalga española "atailandesada" (nalga que poco tiempo después y gracias a Dios, dulcemente, serían las mías las cuales agarrase), su cuello fino y sudoroso y su mirada perdida en la cancha, me hacía imaginar el mayor de los pecados carnales, vicio atroz que me haría entrar entre rejas; imaginar que escondían esos pantalones neutros y como de majestuoso sería el tamaño de su miembro. Ahora, Romeo, al leer detenidamente mis escritos, queda aterrorizado, me mira con vergüenza y me atribuye un rasgo de locura y perversión que ningún humano ha visto nunca en mi, es mas; la muchedumbre dice que mi cara es más infantil e inocente que mi mente maquinaria de turbias reflexiones.
Se podría decir incluso que yo he sido una "ninfula". Siempre he sido el deseo prohibido de cualquier enfermo que rozaria los 24 años de edad. Hombres maduros que buscaban úteros vírgenes, pieles suaves y pechos pequeños. Me sentía una tarta de fresa cubierta de chocolate a ojos de un obeso dispuesto a adelgazar. Era yo, y yo me sentía "Lolita". Babas adultas que corrían por mi piel como riachuelos de agua de mierda corriendo por las alcantarillas. "Alberts" poniendo toda su devoción en mi, yo era la estrella.

Ninfulo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora