Paloma De Alas Cautivas

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Estoy parada en la ventana de mi cocina, mirando sin punto fijo a través del gran ventanal del que me aferro con fuerza para no caer. Mis manos sudan y mis rodillas tiemblan, mi corazón late sin parar y mi cabeza me da vueltas por la falta de oxigeno.

Mi cocina, a unos 20 metros del suelo de las ruidosas calles urbanas, se encuentra completamente limpia y organizada, en un contraste con mi vestido blanco manchado de sangre, mi cabello suelto en una maraña y mis extremidades mutiladas con anterioridad. El viento choca contra mis mejillas y quema mi piel junto al frio de la madrugada.

Es aún temprano, solo logro ver unas cuantas personas moviendose como hormigas obreras yendo a satisfacer a una reina. Mi vista vuelve al frente, mirando más allá de los edificios brutalistas que se alzan imponentes, mirando más allá de la jaula de la sociedad para por fin centrar mi mente en las montañas verdes que me llenan de paz.

Las gotas en mi vestido, brazos y cuello caían y volvían el pequeño espacio donde mis pies se apoyaban en una imagen despiadada. Preguntandome a mi misma de nuevo como había llegado a esta situación.
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Aún recuerdo mi infancia, cuando corría libre por los campos rodeada de flores e insectos, sin preocuparme por la economía o aquellas cosas de adultos. Extraño la inocencia en la que vivía, como un paraíso utópico en el que los caminos estaban hechos de rosas y algodón.

Podría ser todo esto culpa de mis padres, personas optimistas que me dieron todo para que fuera feliz, todo culpa de no haberme advertido sobre la cruelda humana y la violencia extrema que día a día se hacía más parte de la sociedad.

Tal vez si lo hubiera sabido en ese momento, me habría preparado más.

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Mis muñecas siguen sangrando, no han dejado de hacerlo en todo este tiempo que llevo balanceándome entre la vida y la muerte en el alféizar de la ventana. Como si de una droga se tratase, volví a mirar hacía abajo, donde se encontraban aún esos puntitos de vida.

Ciervos inútiles que eran tomados de los cuernos y obligados a resistir las torturas emocionales de los lobos, aquellos eran poderosos y silenciosos, atacaban a los ciervos por la espalda, los ciervos, sin posibilidad de saberlo sucumben ante el lobo.

También están los perros, ellos siempre fieles y leales a los lobos. No tiene depredadores naturales, pero todos los odian por ser ciegos ante el maltrato.

Una sonrisa se refleja en mi rostro, muy lejana a mi, está una pequeña paloma, junto a la perra que es su madre, que sigue a un lobo igual de despreciable al resto.La paloma es pura, sus alas blancas resplandecen y evocan una sensación de paz en mi corazón, que aunque no quiero, va desapareciendo de a poco entre más la veo.

Aquella paloma no es más que una niña de ojos alegres que vive en una burbuja de felicidad, al igual que yo, pronto será expuesta al odio.

Ahora, la envidia peligrosa se posó en mi corazón. Aquella paloma de alas libres era el reflejo de la inocencia que perdí.

Y ahora, era mi trabajo desgarrar esa inocencia como alguna vez lo hicieron conmigo.

Mi cabeza se centró en la realidad, mis pies flotaron y mi cara se iluminó. Al saltar del alféizar, un rayo de sol se extendió sobre la epidermis desnuda, el calor se extendió por mis huesos como un abrigo gigante. Mis alas se extendieron y pronto me sentí volando hacía la cordillera, mis ojos deslumbrados por un momento empezaron a acostumbrarse a la luz, y ahora no como una simple metáfora, sino como la realidad, fuí una paloma blanca.

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