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El solitario profesor se encontró de pronto a mitad del largo pasillo desolado, con la única compañía de las vanas esperanzas que aun guardaba su marchito corazón.

Alguna vez había sido joven, en algún momento de la vida retozó sin los achaques de la edad por dondequiera que sus piernas lo llevaron. En sus andares se había enamorado del canto de las aves, de los colores del alba y del atardecer, de los altos picos nevados, de las densas junglas, del suave mecer de las olas e incluso hasta de la rugosidad de la arena.

Ahora, de pie en medio del vacío espacio, con las raquíticas iluminaciones sobre su cabeza en enternecedor juego de luces y sombras, todo el peso de una vida le cayó encima.

Quien era el para atreverse a zambullirse de nuevo en los prohibidos estanques de la pasión. Que impulsaba a ese cuerpo cada vez mas marchito, cada vez más propenso al fallo, a pretender revivir las glorias pasadas. Con que afán se aferraba a experimentar, aunque fuera por una ultima vez, las dulces mieles del amor.

De ese amor cándido que esta repleto de infantil ternura, de nívea inocencia la pureza casi virginal que acompaña siempre el insoportable vacío de las caricias.

Todo eso y más habría querido decirle en cada ocasión que sus caminos se cruzaban en medio de las ajetreadas mentes de los estudiantes que atiborraban el campus.

Todo lo habría dado para revelarle con sordas palabras todo lo que su raquítico pecho guardaba. Todo lo habría entregado con tal de haberle recitado al oido la poesía que sus escuálidas manos escribían con ahínco las largas noches en donde solo el llanto lograba conducirlo hacia el sueño.

Él, desolada alma pena del divorcio y la carga de un amor juvenil que vio extinguir su llama con el correr de la edad. Ella, deslumbrante Venus que con brios renovados en plena adultez, alegraba con su luz cada mañana y cada tarde.

Suspiros se arrancaban cuando el privilegio de observarla pasearse por entre los jardines y los arboles de cítricos llegaba hasta sus ojos, con el cantar de los pájaros en sus nidos y los cientos volando en la redonda.

Como ser capaz de recitar tal sentimiento, como expresar aquello donde las palabras fallan. Como revelar que todo el tiempo ocupaba su pensamiento, que cada mañana y cada noche era lo primero y lo último que su agotada mente añoraba.

Bastaría un capitulo entero del libro mas largo jamás escrito para comenzar a explayar lo que ella se había convertido. Fiel compañera, celosa confidente, musa de ilusiones, rompedora de etiquetas y silente amor secreto.

No quedaba mas que resíganse a observarla por detrás de las gafas donde miopes ojos la veían perderse en la distancia cada vez que se apeaba en su automóvil para desaparecer por las puertas de la institución.

Como explicar la terrible ansiedad de verla partir y no verla regresar. Como expresar el desasosiego de un alma que clama por la compañía, pero que en entera vergüenza nunca recitará frase alguna para aliviar su amargura.

Y así seria entonces. Dos extraños en medio de un pasillo abarrotado, sin decir palabra, sin proferir sonido o las mas queda de las exclamaciones. Un profesor absorto en la rutina del trabajo, dominado por las obligaciones que la vida que trajo al mundo conllevaban y que gustoso cumplía a cabalidad.

Mas debía haber espacio para algo mas, o al menos eso se decía en desamparo de las noches sin estrellas.

El derecho de amar y ser amado no estaba lejos, aun para alguien cuyos mejores años habían quedado en el pasado.

Quizá si se atreviera a hablar de sus sentimientos podría obtener lo que tanto anhelaba; quizá si lo hacia le romperían el corazón, como había ocurrido en el pasado.

Mañana, se decía cada ocasión que la veía alejarse.

Mañana será el día en que revelará su sentir, se convencía.

Mas el mañana se prolongó hasta límites insospechados, hasta que la amargura de la indecisión terminó por devorarlo y lo que alguna vez se comprendió como certeza se convirtió en acida incertidumbre.

Que hacer con todos estos sueños, con todas las vanas esperanzas ideadas por una mente que anhela escapar de la realidad con todas sus fuerzas, pues no hay motivo alguno que lo convenza de existir. Ninguno mas que ella.

Pudiera ser que el amor toque su puerta en algún punto, pudiera ser que jamás lo hiciera.

Mañana—se dijo el profesor—. Mañana será el día en que me acerque finalmente a ella.

El mañana llegó, se escurrió como agua entre los dedos y se extinguió en la vastedad de la eternidad. 

El insoportable vacío de las cariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora