parte 7 El rostro de la muerte

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Después de que mamá saliera por aquella puerta la oscuridad regresó y con ella esa luz volvió a aparecer, cerré los ojos esperando volver otro recuerdo de mi infancia mostrándome lo horrorosa que era mi vida pero después de un rato nada pasó, no hacía frío ni tampoco sentía terror, era todo lo contrario; aquel lugar se sentía acogedor. Decidí quedarme así por un momento, pues aún no estaba listo para abrir los ojos ya que aún tenía miedo de lo que pudiera pasar si lo hacía.

Segundos después sentí que alguien acariciaba mi mejilla, se sentía algo familiar, me hacía sentir como un niño otra vez. Después de eso la escuche, escuche aquella voz que hace más de 10 años no había podido escuchar. Era ella, abrí los ojos de golpe y allí estaba con sus ojos rasgaditos, sus mejillas regordetas y su sonrisa que iluminaba mi vida entera.

-Te amo mi niño

Esas fueron las palabras que me dijo antes de desaparecer entre la oscuridad. Abuelita, la mejor madre que pude desear; esa era ella, era mi mejor amiga, mi secuaz y la única que ha sido capaz de comprenderme o por lo menos escucharme. Recuerdo la emoción que sentía cada vez que la iba a ver, salir de la escuela y saber que ella todos los días sin falta estaría allí, con la sonrisa más cálida y la comida más sabrosa que solo ella podía hacer. En vacaciones era aún mejor pues a veces me dejaban quedarme a dormir con ella, el hacer pijamadas y madrugar hasta las 3 de la mañana eran la definición perfecta de felicidad, ella era mi alegría, mi vida entera.

Lo era todo, cada día que pasaba con ella deseaba que nunca se acabara, anhelaba cada uno de los minutos que tenía a su lado, hasta que ella enfermó. Nunca supe mucho al respecto pues aún era muy pequeño para comprender la situación pero mi madre todos los días iba a verla al hospital y por mas que yo la quisiera acompañar nunca podía hacerlo ya que aun no tenia la edad suficiente para pasar, esta situación me enojaba bastante tanto que empecé a odiar a mamá por eso, envidiando que ella si pudiera pasar a ver a la abuela mientras que yo no, tan solo por que "aun era muy pequeño".

Así pasaron los meses hasta que un día el doctor le había dicho a mi madre que mi abuelita ya iba a poder ser dada de alta lo cual significaba que yo iba a poder ir a verla, cuando ella me dio la noticia yo estaba tan emocionado tanto que decidí hacer una carta para que así pudiera ver cuánto la extrañaba. Pero, lamentablemente la muerte nunca está de lado de nosotros y esta vez no sería la excepción pues al día siguiente mama salió corriendo de la casa, no le había tomado importancia hasta que 1 hora después papá gritó para que bajara. Yo estaba tan ansioso, no podía contener mi felicidad tome la carta y baje corriendo las escaleras, cuando baje vi por su mirada que no íbamos ir a verla, en ese momento no me molesto tanto ya que creí que iríamos a visitarla otro día hasta que, con la voz entrecortada y los ojos más tristes del mundo me dijo que ella había muerto.

Ese mismo día fuimos a su funeral, veía que todos estaban llorando pero yo no podía hacerlo pues en el fondo todavía creía que iba a poder verla, que esto no era real y que saliendo me abrazaría y diría que todo era una broma pero, no era así. Al acercarme al ataúd pude ver que era verdad, que en serio nunca más la volvería a ver, no volvería a escuchar su voz, ver sus ojos, hacer pijamadas, nunca más volvería a estar con ella. Fue ahí cuando conocí el verdadero rostro de la muerte, un monstruo tan despreciable que no le importa a quienes se lleva en su camino o si afecta a otros al hacerlo. Pero qué irónica es la vida, pues ahora me encuentro frente a él, cara a cara con aquel monstruo que me prometí nunca más ver, suplicando me lleve a mi también. 

Un paso a la FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora