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-ahh... mierda, siempre ganas tú.

En el lúgubre patio, donde las salsas se secaban y las flores nunca florecían, dos siluetas luchaban con palos de madera. Se podía oír el graznido de los cuervos que observaban la escena. La luna estaba llena, estática en el firmamento. Eran dos hombres, uno joven y el otro viejo.

-Hiky, te he dicho miles de veces que tienes que utilizar tu entorno- dijo el más viejo. Su voz era suave, como la piel de los ciervos.

El hombre al que llamaban Hiky era un joven aprendiz de caballero que estudiaba en la prestigiosa escuela de caballería de Camelot. En dicha escuela se enseñaban a los jóvenes más prometedores a luchar y hacer frente a cualquier amenaza para proteger al rey. Era un programa muy duro y solo cinco de los cien alumnos se convertirían en caballeros honoríficos de la corte del rey Arturo. Era de tez pálida y llevaba los pelos desgreñados por el movimiento que requería el entrenamiento que estaba realizando. Sus ojos eran azules cristalinos como el mar que Hiky nunca había visto.

-Tienes que utilizar tu entorno, bla bla bla- repitió Hiky con tono de reproche mientras se levantaba del suelo.

El hombre cogió el palo de madera del suelo y se lo ofreció a Hiky. Este lo cogió y se puso en guardia. El primero en atacar fue Hiky, que se abalanzó contra su contrincante, pero su enemigo era más rápido y giró sobre sus tobillos para apartarse y estiró su pierna. Hiky se tropezó con la pierna y cayó de bruces contra la arena. El hombre mayor apuntó con su palo al cuello de Hiky. Hiky, rápidamente, cogió unos granos de la arena del suelo y se los tiró al hombre mayor. Este cerró los ojos y Hiky aprovechó ese instante para tumbar al hombre mayor, agarrar su palo de madera y apuntar al hombre mayor. Hiky le dedicó una sonrisa.

-Bien hecho, pero no siempre habrá arena.

El hombre mayor se levantó y se percató de unas figuras que miraban el rastrillo.

Hiky fue el primero en hablar:

-No sabía que hoy vendrían representantes de otros reinos.

-No son representantes, avisa a la guardia de que se preparen, yo mientras tanto voy a intentar entretenerlos, ¡corre Hiky, corre!

Hiky empezó a correr lo más rápido que sus piernas le permitían en dirección a la puerta trasera del castillo. A la lejanía escuchó que el hombre mayor gritó. Hiky miró hacia atrás y vio a su mentor luchando con dos palos de madera contra dos siluetas aladas. Siguió corriendo y cuando estaba cerca de la puerta oyó un tenue gemido. No le hizo falta mirar atrás para saber a quién pertenecía el gemido. No lloró, aunque quería. Abrió la puerta y comunicó a un guardia que pasaba por allí el mensaje que le había dicho el difunto hombre. El guardia fue corriendo a avisar al rey, que se dividió a sus tropas en distintos batallones. Todos los hombres corrían desesperadamente. Habían colocado puestos donde los soldados cogían el armamento. Hiky paró en uno de estos, pero antes de que pudiera coger una espada un hombre grande y musculoso puso su mano entre Hiky y la espada.

-Hiky, aún no eres caballero honorífico, los aprendices deben quedarse a la sala de entrenamiento hasta que nosotros solucionemos el problema.

-Es que ya han cerrado las puertas- repuso Hiky.

-Espera aquí mientras yo voy a buscar mis llaves, no te muevas.

El hombre empezó a correr en dirección contraria a donde Hiky había venido. Hiky había mentido, ni siquiera había pasado cerca de la sala de entrenamientos. Quería luchar, se lo debía a su difunto amigo. Cogió rápidamente una armadura completa, una ballesta y una espada. Insertó la espada en un cuerpo de curo y empezó a correr por donde el hombre se había ido. Al fin llegó a una gran sala. No había más decoración que unos escudos colgados y una escalera de caracol en el centro. El que parecía ser el general miró a Hiky y señaló la escalera que ascendía hasta el piso superior. Hiky entendió a la primera y sin decir nada se posicionó delante del primer escalón de la escalera.

Eran cuatro caballeros y un impostor. Los cuatro verdaderos caballeros estaban repartidos por la sala. Estaban firmes, sin mostrar ningún atisbo de miedo. En cambio, Hiky se notaba muy nervioso. Su pierna derecha no paraba de temblar. Era la primera vez que se enfrentaría a un enemigo real, tenía miedo. Siempre había dicho que no le tenía miedo a la muerte, pero ahora que estaba tan cerca de ella no estaba tan seguro. En la lejanía se escuchaba el chischás de las espadas y gritos de hombres. De repente, todo el mundo calló. Hiky levantó la ballesta para apuntar a la puerta de madera cortada de él. Sabía que eran la última defensa antes de llegar a la sala del trono. Las escaleras que él custodiaba llevaban al rey, si él fallaba, el rey moría. No es que el rey no se pudiera defender, pero durante los últimos años, desde la muerte de Ginebra, no había salido de la sala del trono y se había dedicado a beber cerveza y comer carne mientras lamentaba y maldecía. Esto había hecho que engordara mucho, por lo que sus movimientos se habían hecho lentos y torpes.

Hiky estaba sumido en sus pensamientos cuando la puerta empezó a ser golpeada. Todos los caballeros y el impostor apuntaron con las ballestas la puerta. Después de cinco golpes la puerta cayó. Los presentes se vieron arrastrados por una gran avalancha de criaturas aladas. Las criaturas eran como humanos pero azules y más flacos. De la cabeza salían dos pequeños cuernos negros y de la espalda cuatro grandes alas que revoloteaban sin cesar. Había como cincuenta de esas curiosas criaturas. Hiky vio que los caballeros sacaban su espada y penetraban los cuerpos de las criaturas con ellas, así que Hiky hizo lo mismo. Nunca fue un gran espadachín, pero ahora parecía que por arte de magia su habilidad con la espada era inmejorable. Cuando clavaba la espada en las criaturas en vez de salir sangre se desintegraban y dejaban unos polvos dorados. Los cuatro caballeros y el aprendiz no tardaron mucho en acabar con todas las criaturas. Ahora el suelo parecía una playa sin el mar. Todos sabían que lo peor no había llegado.

Después de unos minutos, una figura esbelta apareció por la puerta. Intentó subirse sobre el manto de polvos, pero sus pies se hundían como si estuviese andando sobre nieve virgen. Los cuatro caballeros se abalanzaron juntos sobre el recién llegado. La figura sacó su espada y con un ágil movimiento consiguió su primera baja. Uno de los tres caballeros restantes golpeó la armadura del atacante, pero la espada que había chocado con la armadura se rompió en pedacitos que cayeron al suelo con un estruendoso sonido. El atacante no le dio tiempo a reaccionar, ya que rápidamente clavó su espada al estómago del caballero. Ya solo quedaban dos caballeros y un impostor. Los dos caballeros levantaron al unísono las espadas e intentaron matar a la figura. Pero la figura susurro una palabra y los dos caballeros se desvanecieron.

Ya solo quedaba el impostor. La figura se acercó a Hiky. Este levantó la ballesta, pero se le cayó y se hundió en la arena. Hiky pudo ver mejor su rostro. Era una cara marcada con cicatrices y el paso del tiempo la había deteriorado. Unos ojos castaños y profundos le miraban fijamente. Hiky intentó sacar la espada del carcaj, pero el atacante levantó la suya y apuntó con ella el cuello de Hiky. Este dio un paso hacia atrás y se tropezó con un escalón. El atacante rio. Hiky vislumbró a lo lejos una ballesta suspendida sobre la arena. En un momento de determinación, Hiky agarró unos granos de arena y los tiró a los ojos del atacante. Este parpadeó para quitárselos y Hiky aprovechó ese momento para levantarse e ir a buscar la ballesta. Cuando llegó la cogió y se giró. El atacante se estaba abalanzando sobre él, así que disparó.

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⏰ Última actualización: Feb 18 ⏰

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La Odisea de HikyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora