Refugio

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Hay veces en la vida que sientes como si estuvieras caminando por un bosque impenetrable, donde no puedes ver la luz del sol por entre las hojas o sentir las gotas de la lluvia. 

Por un momento piensas que no hay camino por delante, solo árboles impidiéndote el paso. 

O al menos así se sentía Jovanna en esos días. 

Desperdigó su aroma por todos los caminos posibles en un intento de despistar a su antigua manada.

Sin embargo, en una de esas vueltas, perdió el camino que debía tomar y a la manada a la que alguna vez perteneció.

Se sintió cada vez más débil. Su sentido del olfato era casi inexistente, no había distinción en la cantidad de sonidos que percibía con su oído de lobo y su oído humano y su fuerza era tan poca que casi no soportaba su propio peso.

Ni cuando era una cachorra, era tan débil.

Solo seguía caminando porque debía hallar a su hermano.

Sin embargo, al pasar el tiempo, mantener la esperanza se volvía doloroso.

Debía ser realista. Estaba completamente perdida y su prioridad debía ser encontrar un lugar seguro donde desplomarse sin miedo a que la encuentren.

Por lo que se sumergió aún más en la arboleda.

Jovanna se encontró con la estatua de Silvestre y supo que estaba en el medio del bosque.

A sus papás les encantaba contarles la historia a su hermano y a ella para dormir.

De su sangre brotaron los primeros híbridos y cada vez que la naturaleza peligraba, ella despertaba y usaba hasta la última gota de su poder para detener la amenaza.

Sin energía y sin fuerzas, se convertía en piedra sólida para que nadie perturbara su descanso.

Su magia hizo crecer el bosque a su alrededor para que sus creaciones tuvieran un lugar seguro para protegerse y hasta que se alcé de nuevo, es nuestro deber velar su descanso.

Pero al menos esa vez, Silvestre velaría por el descanso de Jovanna.

La híbrida estaba tan agotada que se derrumbó a los pies de la estatua. 

En el medio del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora