Capítulo 3

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Volvía a ser de noche en el campamento mestizo. El único foco de luz que iluminaba aquella tupida oscuridad era el resplandor  que procedía del interior de la enorme construcción situada a la orilla del lago como un faro en el mar.

En su interior, la música y el ruido inundaban cada rincón de la sala: notas producidas por un imponente piano de cola del color de la pez, voces conversando, risas estridentes que eran la respuesta a algún comentario jocoso de un humorista novato, y el repiqueteo de los zapatos sobre el parqué de la pista de baile llenaban el silencio que habitaba en aquel inmenso edificio antes de ser llenado por los semidioses que vivían en el campamento.

De pronto, la puerta se abrió de par en par estrepitosamente. Todos los presentes se giraron al mismo tiempo que la música cesaba de golpe para averiguar quién había entrado de una manera tan teatral en el lugar.
La figura atravesó el umbral de la puerta y dejó que la luz acariciase su cuerpo, dejándose ver ante los presentes que miraban absortos a aquel invitado sorpresa. Pudieron contemplar, a medida que la sombra se adentraba al suelo iluminado por el resplandor de los focos, como iba tomando la forma de una chica de tez blanca y cabellos dorados, ojos ultramar y una sonrisa dibujada por unos labios pintados con carmín. Vestía un largo vestido rojo, con un escapado corpiño y una vaporosa falda que ocultaba unas sandalias plateadas.

Los mestizos se se quedaron sorprendidos ante la imagen de aquella bella muchacha que acababa de infiltrarse en su fiesta. Entre la multitud, una pareja comenzó a moverse con rapidez para intentar llegar hasta ella, procurando no tropezar con el resto de invitados. La chica levantaba el bajo de su vestido azul oscuro para no tropezarse al pisarlo; el chico corría a su lado, agarrando uno de los brazos de su pareja para no perderla de vista entre los asistentes y tratar de llegar junto a ella al mismo destino que se encontraba tras aquella marabunta de gente que se aglomeraba en medio.

Tardaron unos pocos minutos pero, al final, consiguieron salir de aquel laberinto y se toparon con aquella chica del vestido rojo. Los tres se quedaron mirándose los unos a los otros, la pareja la observaba y ella a ellos hasta que, cortando el silencio y la tensión que los separaban, la muchacha del vestido azul se deshizo del agarre del chico y corrió al encuentro de su amiga.

- ¡Menses, has venido!- dijo mientras estrechaba entre sus brazos a la persona que tanto había añorado estos últimos meses.

- Yo también me alegro de verte, Annabeth- le respondió la diosa mientras correspondía al tierno abrazo que aquella chica de ojos verdes le había regalado como bienvenida. Luego, levantó la mirada y se centró en el chico que estaba detrás de ellas observando la escena- A ti también me alegro de verte, Percy.

- Lo mismo digo, prima- respondió el chico con una sonrisa mientras seguía observando el abrazo entre su novia y aquella pariente tan lejana que conoció hacía relativamente poco tiempo- Nos enteramos del problema con los titanes, Megara nos contó todo.

Aquel comentario hizo que la mirada de Menses perdiese su brillo y su semblante se oscureció de repente, dándole un aspecto tétrico y tenebroso, soltó el agarre de su amiga y se dejó como muerta entre sus brazos, sin dejar que ninguna palabra naciese de su boca. Annabeth se dio cuenta del repentino cambio anímico de su amiga y, separándose un poco de ella, la miró fijamente a los ojos, percatándose como sus ojos se iban empañando poco a poco  causa de las lágrimas que comenzaban a formarse y que amenazaban con salir.

- Menses, ¿estás bien?- le preguntó preocupada. La nombrada bajó la cabeza un instante, levantó una de sus manos para frotarse los ojos y, al poco tiempo, lucía una sonrisa forzada y una mirada que intentaba levantar una pequeña barrera entre sus ojos y los de su amiga para que ésta no se percatase del dolor y la amargura que estaba sintiendo en aquel preciso momento.

Luna TitánicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora