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La consciencia penetró en su mente cálida y luminosa como los tibios rayos de sol que bañaban su cuerpo, colándose a través de las suaves cortinas blancas

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La consciencia penetró en su mente cálida y luminosa como los tibios rayos de sol que bañaban su cuerpo, colándose a través de las suaves cortinas blancas. Junto con la percepción de un nuevo día, también llegaron las primeras señales de dolor, acusaciones de su pobre cuerpo malherido por el odio, y ahora también por el amor. Pero con una sonrisa, por primera vez, supo que no le importaba.

Sergio se desperezó, intentando hacer oídos sordos al dolor que lo invadía desde lo que parecía cada célula de su cuerpo, y aún sin querer abrir los ojos estiró una mano, palpando a su alrededor en busca de su amante dorado. Pero se encontraba solo. ¿Dónde habría ido Max?

"Tal vez se esté bañando u ordenando el desayuno" pensó mientras se enroscaba sobre su vientre, demasiado tibio y perezoso como para averiguarlo. Pero segundos después sus ojos se abrieron de súbito, y de un salto se puso de pie, olvidando por completo las quejas de su cuerpo.

¡La competición!

Miró el reloj de su muñeca deseando que aquello fuera un mal sueño del que pudiera despertar. Pero las pequeñas manecillas le confirmaban que su pesadilla era real, muy real. Si sus cálculos no le fallaban, en apenas diez minutos la presentación habría terminado...

Lo más probable era que nunca en su vida se hubiera vestido tan rápido. Salió de la habitación y del hotel como alma que lleva el diablo, ahora sí llamando la atención de los guardias de seguridad, y echó a correr en dirección al estadio que sabía que se encontraba a unas escasas seis cuadras de allí.

Corrió esquivando personas y autos, sin respetar semáforos ni señales de tránsito, deseando que alguno de esos airados automovilistas lo arrollara y le diera una excusa valedera para no haberse presentado. "Voy a llegar, voy a llegar" se decía a sí mismo, aunque sabía que su esfuerzo sería en vano. No tenía su traje, no tenía sus patines, ni siquiera tenía su pase al estadio, aunque en verdad de nada le hubiera servido todo eso ya. La última exhibición habría terminado al menos media hora atrás, y en escasos minutos las puertas se abrirían para liberar al público.

Era inútil.

De todos modos, incapaz de rendirse ante su fatídica suerte, irrumpió en el recinto atropellando guardias, público y entrenadores hasta llegar a la misma pista. Se detuvo jadeando al divisar la larga mesa de los jueces, y entre ellos, hablando tranquilamente, a Max Verstappen...

Tomó tres bocanadas de aire intentando serenar su corazón al borde de la explosión, y se acercó a ellos, pensando por primera vez en el terrible aspecto que seguramente tendría.

En cuanto lo vio, Max detuvo su discurso bruscamente, su gesto pugnando por permanecer inexpresivo ante el inesperado visitante.

—¡Señor Pérez! —exclamó uno de los jueces que había seguido la línea de mirada de aquellos ojos oscuros— Dios Santo, ¿se encuentra usted bien?

Los demás miembros del staff se volvieron de inmediato a él, repitiendo exclamaciones de preocupación y alivio al verlo llegar.

—Justo estábamos hablando con el señor Verstappen de su inexplicable ausencia.

Sangre sobre el hielo | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora