El bebé que acaba de abandonar su cuerpo no lloró. Aegon no necesitó escuchar una explicación del maestre o de las parteras, sus miradas lo decían todo: otra vez había dado a luz a un niño muerto. Vio cómo el hombre mayor le pasaba un pequeño bulto a una de las mujeres. El omega tuvo deseos de gritar para que no se lo llevaran. Pero, ¿qué caso tenía? Ya había pasado dos veces por lo mismo y no estaba seguro si su mente, de por sí frágil, pudiera soportar tener en brazos a otro niño que no respiraba. Se mordió el labio inferior y sintió los ojos escocer, desvió la mirada hacía la ventana donde la nieve del invierno no dejaba de caer y permitió que las lágrimas de dolor corrieran por sus mejillas. Esa vez Aegon no preguntó si su bebé había sido niño o niña, ¿para qué hacerlo? Saber sólo haría que el dolor fuera más difícil de soportar. No se movió ni siquiera cuando el maestre hurgó en su interior para retirar la placenta y así evitar una infección, tampoco lo hizo cuando le habló.
—Lamento su pérdida, príncipe Aegon —susurró el maestre Gerardys cuando terminó con el procedimiento—. Informaré lo ocurrido a su esposo y familia.
Esposo. La sola mención de Jacaerys hizo que el dolor en su pecho fuera aún más intenso. Jacaerys y él se habían casado hacía poco más de cinco años, pero durante ese tiempo ya había sufrido dos abortos y dos niños nacieron muertos. Se suponía que su matrimonio fue pactado como una manera de evitar las rivalidades entre sus familias. Pero Aegon se sentía un omega inútil, incapaz de cumplir con su única responsabilidad: darle un heredero a su esposo.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Jacaerys decidiera buscar a alguien que si pudiera darle lo que él no podía? La sola idea hizo que la marca en su cuello doliera. Su omega, al igual que él, sufrían no sólo por la pérdida de su bebé, sino también por la idea de que podrían llegar a perder al alfa que amaban con todas sus fuerzas. Escuchó la puerta del cuarto abrirse y luego cerrarse. El omega permaneció con la mirada en la ventana y vio como un pequeño pájaro se asentó en ella. ¿Cómo algo tan pequeño podía soportar esas bajas temperaturas? Parecía una broma del destino al pensar en que ese animal parecía ser más fuerte que él. No supo cuánto tiempo pasó antes de que alguien ingresara nuevamente. Aegon deseaba que se tratara de su esposo, pero el aroma que percibió no fue el suyo, sino el de Rhaenyra. La princesa miró a su hermano y, por unos segundos, sintió como si regresara al pasado y fuera su madre quien estaba en esa cama luego de perder a un nuevo bebé.
—Aegon, el maestre ya nos ha informado sobre lo ocurrido. Lamento mucho que esto haya sucedido —susurró ella mientras se acercaba a la cama y se sentaba al lado del omega. Aegon levantó la mirada y Rhaenyra pudo ver sus ojos enrojecidos y las lágrimas secas en sus mejillas.
—Hermana..., ¿por qué me está sucediendo todo esto? ¿Por qué los dioses me castigan de esta manera tan dolorosa? —dijo con voz entrecortada el omega. Rhaenyra no supo que decir porque ni ella misma podía comprender lo que sucedía.
—Aegon, a veces estas cosas sólo suceden. Yo...
—¡A ti nunca te sucedió! —gritó Aegon con el dolor reflejado en sus ojos violetas—. ¡Diste a luz seis hijos y todos están vivos! —dijo mientras sujetaba las sábanas entre sus manos al sentir un tirón en su parte baja—. ¿Por qué no puedo ser como tú? ¿Por qué no puedo darle un hijo a mi esposo? —lloriqueó cerrando los ojos con fuerza. Se sentía tan impotente en ese momento. Rhaenyra, al igual que él era omega. Pero ella nunca tuvo dificultades para dar a luz. Todos sus hijos nacieron sanos y fuertes. La princesa, lejos de molestarse por las palabras de su hermano, tomó una de sus manos y la apretó con fuerza.
—Perdí a mi madre en el lecho de parto —le confesó y Aegon volteó a verla con sorpresa—. Mi padre escogió a mi hermano por encima de la vida de mi madre y el precio que pagó fue perderlos a los dos —recordó con dolor el día en que supo la decisión que Viserys había tomado—. Ella al igual que tú, sufrió múltiples abortos y los bebés que dio a luz nacieron muertos. Fue juzgada por no ser capaz de dar un heredero varón y ese deseo egoísta de muchos la llevó a la muerte —susurró mientras que con su pulgar daba unas suaves caricias en el doloroso de la mano de su hermano—. Aegon, te cuento esto porque no quiero que contigo ocurra lo mismo, no quiero verte morir en el lecho de parto por los deseos de otros. Tu vida es valiosa, no importa si puedes o no darle un hijo a Jacaerys. Él te ama, si tu murieras él moriría contigo.

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El deseo de un heredero (Jacegon/Omegaverse)
Fiksi PenggemarJacaerys y Aegon se casaron para poner fin a la rivalidad entre sus familias. Pero luego de cinco años de matrimonio, Aegon se ve incapaz de cumplir con su deber de esposo y omega: dar a luz un heredero.