II

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En este reino laberíntico de la psique, las paredes se visten con un manto de papel amarillento y desgastado, impregnado del aroma a humedad y abandono que emana de las sombras. Las luces titilantes proyectan sombras grotescas que se retuercen y danzan como espectros en la negrura de la oscuridad. El suelo, rugoso y desigual, susurra bajo cada paso, como si el laberinto mismo respirara con un aliento siniestro.

Aquellos que se aventuran en los Backrooms son prisioneros de una inquietud profunda, una certeza instintiva de que no están solos. Los murmullos fantasmales resuenan en los corredores vacíos, sus voces llenas de un eco etéreo que parece surgir de todas partes y de ninguna.

En este laberinto de desvarío, el tiempo se desvanece en la niebla del olvido. Horas se convierten en días, días en semanas, y sin embargo, el fin nunca se vislumbra. Las puertas que prometen una salida solo conducen a más pasillos, más habitaciones vacías, más desesperación.

Aquellos que se aventuran demasiado lejos en los Backrooms descubren horrores insondables, criaturas que acechan en las sombras, aguardando para arrastrar a los intrusos a las profundidades de la locura. Y aquellos que logran escapar, si es que alguna vez lo hacen, regresan marcados por la experiencia, con la certeza de que los Backrooms son mucho más que un simple laberinto... son el reflejo retorcido de nuestros peores temores y deseos más oscuros, un lugar donde el terror y la desesperación entrelazan sus sombras en una danza macabra bajo el velo interminable de la noche.

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