CAPITULO 1
Un nosotros jamás podría existir.
Cada vez que miraba el mar a través de aquella ventana, pensaba en cuán parecido tenía aquel imponente oleaje con su vida. Y es que, una fortificante ilusión se instalaba en su pecho al observar su inmensidad.
¿Quién no deseaba ser como las poderosas olas del mar, fraudulentas que ondulan pérdidas sobre la marea, aquellas que ascienden y descienden arrolladoramente, sobrepasando y destruyendo sin piedad olas frágiles o exánimes? ilusoriamente él deseaba poseer la impetuosidad de su fuerza, sin embargo, la vida le había demostrado que él era uno más de las tenues ondas del mar, uno más para ser devorado y aplastado.
"El mañana es un misterio" le dijo alguien una vez "Nunca sabrás lo va a pasar, nunca sabrás lo que el destino te tiene preparado" Sus palabras eran ciertas, pero no del todo prácticas para él. Su destino no era incierto, su destino estaba escrito, no obstante, muy a pesar, el mañana seguía siendo un enigma sin respuesta. La forma en que su vida había dado un giro inesperado lo demostraba, pues nunca había imaginado estar aún con vida después de todas la desgracias que había tenido que pasar.
Los oscuros recuerdos desnudaban su debilidad. Las heridas profundas aún persistían en su pecho, abriéndose y expandiéndose como una cruel y putrefacta desdicha. Consumían despacio, lentamente, la poca voluntad que le quedaba. Estaba exhausto, cuanto ansiaba no volver a sentir sus latidos.
La última vez que le había prometido a su madre ser feliz, tal vez esta era la única razón por la que su corazón aún seguía latiendo. Pese a que seguir respirando significara continuar soportando la insufrible desolación que ardía en su alma cada vez que recordaba ese rostro; aquel rostro hostil que una vez le había dicho:
"Un nosotros jamás podría existir."
Palabras que lo estrangulaban en cada segundo de su vida.
Nadie le había advertido que el dolor del amor sería tan agudo, que el rechazo de tu alma gemela te consumiría como la más abrasadora de las llamas, dejando solo cenizas en su estela. Nadie le había preparado para el hecho de que, a pesar de odiarlo con todas sus fuerzas, llegaría a extrañarlo tanto que incluso rogaría por un poco de su cariño, por una porción de todo lo que él le dedicaba a ella. Todo el amor que se suponía sería para él.
Pero que equivocado estaba el destino. En cambio, su alma gemela lo repudiaba.
Por otra parte, se odiaba a él mismo por desear tal cosa, y se juzgaba por envidiar eso que jamás le pertenecería: un corazón correspondido. El sentir le invadía el pecho, y aun así...él quería volver a verlo. Pero la posibilidad se esfumaba ante su realidad, no cabía duda de que la soledad ahora sería su única compañía, un mundo en donde, desde ahora en adelante, vivirá condenado por el resto de su vida.
—Cielo. ¿Te encuentras bien?
Una voz desconocida, entregó afecto ante su toque. Sobre su hombro una mano ajena le hizo alzar la mirada.
Una dama de cabellera dorada, de alguna avanzada edad y de delicado aspecto notó una vez más en aquel joven el tono pálido que siempre pintaba cuando se ponía frente aquella ventana para vislumbrar el mar. Ella afirmaba que el desconsuelo se reflejaba profundamente en sus ojos, que aunque fueran hermosos, se mostraban vacíos y fríos.
La mujer desconocía el dilema en el que siempre se encontraba el muchacho cada vez que repetía aquella posición. Con el paso del tiempo, podía percibir cómo los días lo desgastaban gradualmente: su cuerpo menguaba, sus ojos perdían brillo y su piel se marchitaba, como si estuviera siendo corroído por una enfermedad implacable. Era una escena desoladora y angustiante de presenciar.
Ella se acercó más a él, cogió los bordes de una manta blanca y le cubrió la espalda. —Hace mucho frío. Ya es tarde. Porqué no vas a descansar—le sugirió con el tono de una caricia, acomodando su melena cariñosamente.
El chico asintió con la cabeza ante su propuesta, y sin pronunciar ninguna palabra, se marchó. Desde que lo habían encontrado, ese día en la orilla del mar, cual aspecto parecía estar muerto, él no lo había hecho, ni una sola palabra había salido de su boca.
Cuando lo perdió de vista, la mujer volvió su mirada a la ventana. Se preguntaba ¿Quién era aquel chico? ¿Cómo se llamaba? ¿De dónde venía? ¿Cómo es que había acabado en la orilla del mar todo ensangrentado y herido? Eran tantas preguntas que rondaban por su cabeza, y ninguna tenía respuesta.
Pero no era eso lo que necesariamente la tenía preocupada, pasmada y desconcertada, sino aquello que su hijo aseguraba. Él decía que el muchacho, en su vientre, acogía un embarazo, con los latidos de un corazoncito incipiente y diminuto palpando su interior.
Se estremeció y se sorprendió al mismo tiempo "¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podría un chico desarrollar un embarazo?". Pensaba la mujer en aquella sala vacía donde parecía solo albergar la soledad y la pena. Hasta que de repente un ruido fuerte la alertó.
Con el corazón desbocado corrió. Y su horror fue grande cuando encontró al muchacho desplomado en el suelo sin conciencia. Fue ahí cuando simplemente el miedo le invadió el pecho, fue tanto que llegó a cubrirse la boca involuntariamente. La impresión hizo que se quedara paralizada por unos segundos, pero luego gritó por auxilio.
—¡Ayuda! —Se desplomó en el suelo junto al muchacho, su atención completamente centrada en él—. Oh, por favor, cariño, dime algo —dijo con voz temblorosa. Alzó su cabeza con delicadeza, sus manos temblaban con el temor de lastimarlo. Volvió a gritar, sintiendo la impotencia crecer en su interior—. ¡Alguien, por favor!
—¡Mi señora! —chilló la voz de la sirvienta, que apareció por la parte trasera de la casa.
Los pasos pesados de unos zapatos también resonaron. —¡Qué significan esos gritos! —exclamó la voz profunda de un hombre, sorprendido al descubrir la escena. —¿Qué ha ocurrido? —demandó saber de inmediato, avanzando consternado hacia ellas.
—¡No lo sé, Bardon, yo estaba en la sala y de repente escuché un ruido! ¡No sé si cayó de las escaleras! —bramó su esposa, angustiada y temblorosa.
—La medicina, Milly, ve por la medicina que dejó mi hijo en su despacho —apremió el hombre, ordenando a la sirvienta.
—Sí, mi señor —los pequeños tacones de la muchacha resonaron con urgencia mientras se apresuraba.
—¡Por favor, dime que estará bien, Bardon! —exclamó la señora, exaltada. —¡Este no puede ser su final, no puede morir...!
Sin embargo, el hombre la detuvo con gran severidad. —Mujer, por el amor al santísimo dios, mantén la calma y deja de insinuar tal barbaridad. Mejor ayúdame a levantarlo, hay que llevarlo a la alcoba. — El Sr. Bardon tomó al chico con mucho cuidado y logró cargarlo entre sus brazos, no fue muy complicado por el esbelto cuerpo del muchacho, sin embargo, su vientre requería mucho cuidado.
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DIVINO VEELAM// Harco-Mpreg//
FanfictionComo las olas, llegas. Envuelto en magia, me invades, me llenas. Y cuando quiero que te quedes, te vas. Y cuando menos lo espero, estás. Poesía de Emma Arévalo.