El Paso de la Pantera

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Era un ser peculiar, específicamente una perra que se convirtió en "mi mascota". Con su cola corta, tamaño mediano y pelaje negro, respondía al nombre de Pantera. Le encantaba jugar y dar paseos cerca de casa, mostrando un instinto protector que se manifestaba en ladridos enérgicos ante cualquier persona que se cruzara en su camino o se aventurara en nuestro hogar. No toleraba que cualquiera la acariciara.

Un día descubrimos a Pantera con un perro que resultó ser el causante de su embarazo. Preparamos una cuna para que diera a luz a sus cachorros, y durante el nacimiento, un familiar nos brindó su ayuda. Los cachorros, de color negro, algunos con manchas amarillas en las patitas, sumaron un total de cinco. Aunque deseábamos conservarlos a todos, carecíamos de los recursos necesarios, así que optamos por darlos en adopción. Uno de ellos fue a parar a manos de mi tía Esthela, quien lo llamó Loki.

Dado que Loki vivía cerca de nuestra casa, Pantera disfrutaba visitando a su hijo en casa de mi tía. Se acercaba a la puerta, ladrando para que la dejaran entrar. En ocasiones, al ver la puerta entreabierta, la empujaba para asomarse y ver a su pequeño. A medida que Loki crecía se volvía juguetón, Pantera seguía participando en sus juegos, aunque con ciertos límites. Después de pasar un tiempo fuera con su hijo, regresaba a casa, posicionándose frente a la puerta, arañándola o aullando para que la dejáramos entrar.

En un día normal, caminando por la calle de mi tía Esthela, rodeado de un hermoso paisaje, vi a mi hermana salir de la casa de mi tío, ubicada frente a la de mi tía. Acompañada de mi prima, ambas lucían tristes, con lágrimas en los ojos. Desconcertado, les pregunté qué había sucedido. Fue entonces cuando me informaron que Pantera estaba enferma debido a un problema hepático. Se dirigieron a buscar una inyección para mejorar su estado, y yo regresé rápidamente a casa para verificar la condición de mi mascota.

Mi hermana y prima regresaron con la vacuna, y Jessica, una de mis primas, se encargó de administrarla. Pantera estaba tan debilitada que no opuso resistencia alguna. Sus ojos reflejaban tristeza y carecían de brillo. Mi prima nos advirtió sobre su debilidad extrema y la posibilidad de que no sobreviviera. A pesar de ello, manteníamos la esperanza de su recuperación.


Pasaron tres días sin mejoría aparente. Sin embargo, en el cuarto día, con un hermoso amanecer, mi padre entró a nuestro cuarto para comunicarnos que Pantera finalmente había fallecido. Al escuchar la noticia, no supe cómo reaccionar; las lágrimas rodaron por mis mejillas sin control. Sentí una impotencia al no poder hacer nada para salvarla y la tristeza de no volver a verla jamás, despidiéndose sin tener la oportunidad de decirle adiós.

Comprendí que Pantera no era solo una mascota; era parte de nuestra familia. Agradezco el tiempo compartido con ella y la alegría que aportó a nuestro hogar. Su partida me dejó con la reflexión de que los lazos con nuestras mascotas van más allá de la convención; son conexiones profundas que dejan huellas imborrables en nuestras vidas.

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