2-La porcelana rota

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Ni siquiera se molestó en golpear la puerta antes de entrar y caminar por el estrecho corredor como Pedro por su casa para terminar tirándose finalmente de espaldas sobre la cama de un muy molesto Ben Jung.

__Qué te trae por aquí Max?_ es lo que cuestiona el malhumorado chico de lentes y cabello rojizo enroscado en un bufido desde la incómoda posición que había tomado desde hacía una hora en su escritorio con la finalidad de avanzar de una vez por todas en aquel trabajo en conjunto que tenía con el mismísimo Max Bennett para la clase de gestión empresarial.

__Es que ha pasado una semana Bennie, ya te extrañaba. No estoy acostumbrado a que pase tanto tiempo sin verte _ es lo que susurra el castaño con una sonrisa en su rostro y sus ojos fijos en el techo del dormitorio en el que su amigo ha vivido los últimos dos años.

__Eres un maldito maleducado Max Bennett. Debes golpear al menos la maldita puerta antes de entrar. Un día vas a hallarme haciendo algo no apto para tus ojos y querrás que yo mismo te los arranque_ le riñe bufando con molestia dándose la vuelta en la silla hasta quedar frente al castaño que seguía tirado sobre su cama.

__Oh_ Ben termina sorprendido por el rápido movimiento en que el castaño se sentó en la cama__Mi buen Bennie hace algo más que estudiar?_ cuestionó con inocente burla y una sonrisa pícara que le erizó la piel al peli rojizo.

Y por un momento se tomó el tiempo para admirarlo, acomodando los lentes circulares sobre el puente de su nariz lo recorrió con sus ojos sin verse en la necesidad de disimular.

Max Bennett se veía tan irreal allí sentado sobre el borde de su cama, con sus piernas abiertas, sus zapatos deportivos apoyados sobre la desgastada alfombra que personalmente escogió años atrás, sus codos apoyados sobre sus rodillas y recargando su barbilla en la palma de su mano derecha.

Tan malditamente hermoso e irreal que hasta parecía una alucinación con esa delicada capa de sudor cubriendo su piel canela, sus labios cereza fruncidos en la sonrisa que a pesar de la mirada intensa y el silencio no decayó ni un poco, tal y como si supiera el poder que tenía sobre quienes le rodeaban y el efecto que provocaba en los demás.

Su camiseta blanca transparentaba parte de su tersa piel debido al sudor que el ejercicio del día había dejado en su anatomía, su cabello castaño y tan suave como la seda caía sobre su frente sombreando su expresión serena y cargada de esa excesiva confianza que, en conjunto con su belleza y actitud era la principal causante de todo el odio que recibía.

Por último el brillo intenso en sus ojos pardos, era impresionante la forma en que Max miraba. Miraba como si supiera un secreto importante, un dato de vital importancia, Max Bennett desbordaba arrogancia mirando a todos como si supiera cosas que el resto no.

Tragó saliva sin disminuir su sonrisa ni desviar su mirada de sus ojos y Ben  no se perdió el momento en que su manzana de Adán se movió en una suave danza que cualquiera querría besar.

Lo vio alzar la barbilla y los rayos de sol que se colaban por su ventana impactaron sobre ese rostro precioso bañando de sol la hermosa constelación de lunares en su cara.

Era sexy. Max Bennett era malditamente sexy y el muy desgraciado lo sabía demasiado bien.

Pero había más, siempre había más. Por eso todo pensamiento racional abandonó su cabeza cuando sus ojos siguieron el camino marcado de piel descubierta y dió con aquella vieja cicatriz sobre la clavícula del castaño menor que él solo por un par de años.

Se estremeció.

Cuán aterradores podían ser los recuerdos. Los que impactaron a toda velocidad en la memoria de Ben lo eran, muy peligrosos.

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