Prólogo

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Ya no sé cuántas veces escuché esa canción, pero me era imposible no pensar en él cada vez que la melodía inundaba mis oídos, abrazando mi herido corazón que no había dejado de sufrir desde su partida hace más de dos décadas.

Lo extraño, por supuesto que aún lo hago.

Incluso cuando decidí salir adelante y formar una familia como siempre habíamos soñado desde que no éramos más que un par de pendejos boludos que no sabían nada de la vida, no dejo de extrañarlo día y noche. Pero fue lo que nos tocó vivir, y aunque quisiera, jamás podría regresar al pasado o traerte nuevamente a mi vida.

Porque me dejaste, incluso cuando me prometiste que íbamos a estar juntos desde que nos hicimos aquella promesa hace años hasta el fin de nuestros días. Siempre fuiste un mentiroso, y aún así decidí creerte todas y cada una de tus mentiras.

La voz de mi hija me sacó los pensamientos, y al levantar la mirada pude notar un cuaderno viejo y desgastado entre sus manos. Lo reconocí al instante, en aquel conjunto de hojas amarillentas solía pegar fotos y escribir algunos de mis pensamientos más profundos.

O lo que fuera profundo ante la mirada de un pibe de dieciséis años que sólo pensaba en jugar fútbol con sus amigos en la cancha del barrio.

—¿Quién es él?—preguntó ella mientras señalaba una foto pegada en aquel cuaderno.— sé que es el mismo pibe que sale en la foto que tenés en tu escritorio con el tío Carlos y vos, pero nunca me hablaste de él.

Aunque la escuchaba hablar, su voz se sentía lejana, apenas podía entender lo que me decía porque estaba demasiado concentrado en aquella foto. Transportandome a los mejores y peores años de mi vida en sólo un segundo, recordándome todo lo que había vivido a su lado.

—¿Estás bien?—preguntó Candela. No supe qué responder.— si no me querés contar no pasa nada, sólo tenía curiosidad.

—Se llamaba Danilo.—dije de forma automática. Ella se sorprendió un poco ante mi repentino cambio de tono.— él fue mi primer amor.

Candela enmudeció, sorprendida por mi repentina confesión, sabía que decírselo tan de golpe podría llegar a hacer que lo tomara como una joda, pero su mirada completamente seria me dio a entender que lo había comprendido bien.

Sus ojos bajaron a la foto, analizándola durante unos segundos sin emitir palabra alguna. Yo solo pude callar, sintiéndome incapaz de formular palabra alguna gracias al nudo que se había formado en mi garganta. Luego me miró, sonriendo enternecida mientras me entregaba la foto, pero aunque extendí la mano para que me entregara también el cuaderno, no lo hizo.

—Me gustaría que me hablaras de él, por favor.—me dijo en tono suplicante, y no me pide negar a su pedido, como siempre.

Siempre tuyo | Danilo Sánchez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora