Capítulo II

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Era el año 993.

En un bosque rebosante de vida y fauna. Una chica corría, mientras contenía las lágrimas de sus ojos.

Estaba herida, tenía un corte en el brazo izquierdo. Trataba de detener el sangrado con su mano derecha, pero la sangre se escurría, dejando un rastro rojo que contrastaba con la verde hierba.

El olor de la sangre y la hierba manchada, causaron que su huida fuese en vano.

Persiguiéndola, un grupo de hombres se acercaba. Iban a pie, pues no iban a cansar a los caballos para una persecución tan estúpida.

—¡Vamos monada! ¡¿Por qué no corres más rápido?!

La chica gimió de terror al escucharlo tan cerca, detrás de su espalda, a solo unos pasos de alcanzarla.

Se resbaló con su propia sangre, y cayó al suelo.

Un grito de horror le salió de la garganta al notar la áspera piel del hombre tocarla el hombro.

—¡Ayúdenme! ¡Qué alguien me ayude!

Las lágrimas salían de sus ojos, pero no oyó respuesta a sus súplicas.

Los hombres, que al fin la habían alcanzado, rieron con malicia al verla suplicar.

—¿Qué pasa señorita noble? ¿Somos demasiado indignos para usted? ¿Tal vez preferirías un esclavista de sangre noble? Puedo asegurarla que esos sí que prueban sus productos.

El resto de hombres no pudieron evitar soltar carcajadas, al escuchar la burla del que la había atrapado.

La chica trató de separarse del hombre sin éxito, hasta que acabó dándose la vuelta con el hombre encima. Un inmenso llanto comenzó a formarse en sus ojos sabiendo el destino que la esperaba.

Pero entonces se oyó un siseo, que trajo el silencio al bosque.

Todas las miradas se dirigieron a dónde provenía el ruido.

Allí una chica rubia, vestida con ropa de doncella, los miraba con una sonrisa en el rostro.

Tenía una barra de pan en una mano, y con la otra chasqueaba los dedos en compenetración con sus siseos.

Era una mujer guapa y bella, parecería ser una muy buena víctima para el grupo de bandidos, pero había un problema.

Sus ojos eran los de un gato. Dorados pero con las pupilas en vertical.

Acercó la mano que chasqueaba al suelo y comenzó a golpearlo. Tal cuál como harías para atraer a un gato.

Una sensación recorrió la columna de los hombres y la chica, el síndrome del valle inquietante. La sensación de que lo que tenían enfrente no era humano, pero intentaba serlo.

Unas palabras les recorrieron a todos la mente.

«Devorador de hombres»

Todos temblaron de terror, y asustados sin saber que sus cuerpos ya habían activado el modo automático, corrieron mientras gemían asustados sin entender siquiera lo que estaba sucediendo.

Incluso el hombre que estaba cercano al suelo soltó a la chica para correr lejos.

La joven al percatarse de que la abandonan grito de horror, y en llanto suplicó.

—¡No! ¡No me dejen! ¡¿No habéis venido hasta aquí para llevarme?! ¡No me dejéis aquí!

Trató de levantarse del suelo, pero se resbaló con su propia sangre, cayéndose otra vez al suelo.

Rápidamente giró su cabeza para ver al monstruo vestido de doncella.

Pero ya no estaba.

Su mente se congeló. ¿Dónde estaba? ¡¿A dónde demonios había ido?!

De repente un olor a pan recién horneado le entró en la nariz.

Estaba justo detrás suya.

Asustada, temblando y tratando de no gritar, se giró para mirar atrás.

Allí estaba la doncella de ojos de animal. Mirando, entrecerrando los ojos, sin sonreír, a los hombres que corrían asustados.

No parecía triste, sino confundida por su comportamiento.

Giró su cuello para mirar a la aterrorizada chica que temblaba, asustada.

Se arrodilló enfrente suya, y le puso un trozo de pan directamente en la boca.

MaliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora