—¡Abuela!
La niña golpeó la puerta con ímpetu. Lágrimas salieron de sus ojos al notar que la puerta no se caía. Siguió golpeando, y golpeando, queriendo escuchar el crujir de la puerta, la voz de su abuela, el fuego de la chimenea. Pero nada.
Por más que insistió no oyó el sonido de las bisagras moviéndose, ni la voz de su mentora, ni el chisporroteo de las llamas del hogar.
Solo silencio.
La niña rompió en llanto y unos brazos, cálidos y serenos, la abrazaron por la espalda. La obligaron a retroceder, a alejarse de la puerta. A alejarse de su abuela.
Malicia abrió los ojos. Se sentía irritada y confundida por volver a ver ese sueño otra vez. Ese recuerdo que trataba de olvidar.
Pero no importaba lo que hiciera, siempre regresaba a su mente, el recuerdo de su abuela abandonándola.
La ira surgía en su interior cada vez que recordaba lo impotente que había sido aquel día. No había podido acompañar a su abuela, por debilidad.
Era demasiado débil.
Si tan solo hubiera sido un poquito más fuerte...
Suspiró al aire su frustración, y se levantó de la cama.
Fue a mirarse al espejo para acomodarse una bella flor violeta en su peinado, y se vistió con la intención de salir de una vez por todas de esa cabaña tan fría y húmeda como sus recuerdos.
Sus vestimentas consistían en una túnica de estilo nórdico hecha de pieles de animal, y tal vez algo de seda.
Todo cosido por ella misma, por supuesto.
Salió por la gran puerta de madera.
Afuera fue recibida por una gran ventisca, que vino a darle los buenos días.
...
Habían pasado cuatrocientos años desde la última vez que un humano pisó las calzadas de Roma.
Pero allí en medio de la oscuridad de la noche, luchando contra los elementos del gran invierno, había una muchacha inhumana de pelo verde y ojos color púrpura.
Caminaba en dirección a la biblioteca del Vaticano. Dónde según el destino la esperaba una pista del paradero de su abuela.
Siguió ese hilo hasta alcanzar el punto en el que se cortaba de manera inevitable.
Enfrente suya había una mesilla que gritaba por todas partes la antigua presencia de su abuela.
En ella reposaba un libro en el que aparecían tres ancianas tejiendo hilos y cortándolos.
Y supo en ese momento que era lo que andaba buscando.
Se acercó al libro.
Tocó la cubierta con una de sus manos, y se dejó llevar por el tacto de la cubierta, que estaba compuesta por hilos del destino más fuertes de lo que siquiera un humano pudiera imaginar.
Abrió unas de las hojas sabiendo que la probabilidad de cortarse el dedo estaba alterada para convertirla en un suceso inevitable, y al sentir como una hoja atravesaba su piel impenetrable soltó un grito, percatándose de que era la primera vez que veía su propia sangre caer al suelo.
Vio como la gota de sangre caía sobre las hojas blancas del libro y sintió un hormigueo al ver como estás se teñían de un rojo tan intenso como la sangre, y el como a su vez se transmutaban a un color tan pútrido como la sangre seca y negra de un cadáver.
Abrió la boca para gritar de sorpresa al ver al futuro al que la dirigía el libro, pero antes de que la voz saliese de su garganta, vio las siguientes palabras manchadas en sangre dibujarse en las negras páginas del libro.
Bienvenido al reino de los sangre mágicas, Malicia.
Antes de que pudiera reaccionar innumerables hilos blancos la envolvieron y la arrastraron como si tiraran del capullo de una mariposa, al interior del libro.
Al abrir los ojos solo vio una frió infernal, en medio de un montaña nevada.