Parte 1

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Dieciséis de Septiembre, todavía quedaban rastros del caluroso y agobiante verano. Hoy era un gran día, curso nuevo, clases nuevas, retos nuevos, aventuras nuevas. Esa sería la mentalidad y el positivismo de alguien que no odia estar en el insituto. Para Chiara era todo lo contrario, un año más viendo las mismas caras, las mismas clases, los mismos suspensos y sobre todo, la misma desilusión.  Chiara es una chica muy inteligente, pero el sistema que se utiliza en la educación pública no dice lo mismo. Para la sociedad solo somos números, si no tienes buenas notas, eres un mediocre que no llegará a nada en la vida. No importa la creatividad, la imaginación o la aplicación de la lógica , sólo se tiene en cuenta tu capacidad de memorización y eso dicta si eres un buen alumno o no. Por eso, Chiara ya se había dado por vencida con los estudios, había perdido toda la fé en ella misma y esto le había causado muchos problemas. Se sentía inútil e incomprendida y por eso sus profesores ya la habían catalogado como "la vaga" y como "otro mueble más de la clase". Todos los profesores se dedicaban a humillar las capacidades de los alumnos que les costaba más aprobar. En su cabeza no existía la posibilidad de no odiar a algún profesor, todos eran horribles. No había nada que pudiera hacer que Chiara terminara el último año de instituto. O eso creía ella.

-Que asco, acabo de entrar y ya me quiero ir- dijo Chiara tirando la mochila en el suelo y sentándose en aquella silla. La misma de siempre, en el sitio de siempre. La misma que hacia se le enganchara al pelo en cualquier movimiento y provocara una ira irrefutable en ella.

-Chiara cambia el puto chip ya, me prometiste que íbamos a graduarnos juntas, y así va a ser- contestó aquella pelirroja, sentándose al lado de la chica más alta.

-No sé yo Rus, ha sido oler este sitio otra vez, y se me ha dado la vuelta el estómago- dijo Chiara con gesto de incomodidad.

-Mira vamos a hacer un trato tu y yo- propuso Ruslana. - Voy a ayudarte en todo lo que necesites, y me voy a encargar personalmente de que saques buenas notas en el primer trimestre, y si es así, te quedas todo el año, y si suspendes podrás irte, dejarlo o lo que te apetezca, ¿vale?- dijo la pelirroja con tono amenazante.- Pero me tienes que prometer que tu también vas a poner de tu parte Chiara, y no quiero volver a escuchar cosas como "no valgo para nada" "soy inútil" o "prefiero la eutanasia a estar aqui"-. acabó diciendo Ruslana, imitando la voz de Chiara en éstas últimas frases.

-En realidad no es tan mala idea lo de la eutanasia- susurró la chica del pelo negro.

-Kiki, basta- contestó Rus, por muy bajo que fuese el comentario, lo escuchó, siempre la escuchaba. Ruslana era el mayor apoyo de Chiara, se habían conocido en primaria, y desde ese momento fueron inseparables. Han pasado de todo juntas, se han emborrachado juntas, han ido a conciertos juntas, han llorado juntas, han discutido y lo han resuelto juntas. Juntas, siempre juntas. Ella era la calma en medio del caos en el que se encontraba Chiara, era el sentido común que le faltaba en todas sus decisiones. Ella era la luz de aquel pozo oscuro y sin fondo en el que Chiara se encontraba. Juntas eran la definición de relación sana y comprensiva.

De un momento a otro, la puerta se abrió y se hizo el silencio en la clase. Una mujer de unos cincuenta y pocos años, con gafas rojas y una carpeta en mano, entró y se paró delante de la pizarra, saludó a todos los alumnos con una gran sonrisa, dejando ver la ilusión con la que iba a hablar.
-No entiendo las ganas que tiene esta señora de estar aquí- dijo Chiara para que sólo Ruslana le escuchase. Y como si de una película se tratase, una chica de no mas de veinte años entró a cámara lenta por aquella puerta. No muy alta, con el pelo corto y pelirrojo recogido en un moño que estaba sujeto con una pinza. Llevaba una americana gris de tres tallas mas, unos vaqueros negros un poco holgados y una camisa blanca que si te fijabas bien, dejaba transparentar el color negro del sujetador que se encontraba por debajo. Estaba sonriendo tímidamente, ese gesto permitía que se le marcara un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha.

Trato - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora