CAPÍTULO 2

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Apenas Roberto entró a su consultorio y vio una pila de expedientes sobre su escritorio. Se sentó en su silla, tomó uno por uno y leyó la información que contenían, la cual era muy poco detallada; no había datos sobre el porqué de su internamiento, apenas y decían los nombres y el pabellón donde estaban ubicados.

María de los Ángeles Félix Güereña
Pabellón: Tranquilas

Arturo de Córdova Rodríguez
Pabellón: Peligrosos

Joaquín Adrián Cordero Aurrecoechea
Pabellón: Peligrosos

Pedro Infante Cruz
Pabellón: Imbéciles

Jorge Alberto Negrete Moreno
Pabellón: Imbéciles

Luis Aguilar Manzo
Pabellón: Infecciosos

El último nombre le había llamado la atención: ¿estaba en el pabellón de los infecciosos y lo mandaron a terapia? De inmediato se dio cuenta que probablemente ese era el paciente del que David le había platicado. Otra pregunta apareció en su mente: ¿por qué el doctor Moreno lo envió con él? Cañedo llegó a la conclusión que era posible que el doctor ya no quería hacerse cargo de aquel interno y él, al ser el novato, le echó la responsabilidad.

Ordenó los expedientes y eligió al primer paciente que atendería. A pesar de estar recién salido de la facultad y de que literalmente ese era su primer empleo, agregándole que lo difícil se le hacía más sencillo que lo fácil, decidió atender a uno de los peligrosos.

Presionó el botón del altavoz parecido a los dos que había visto anteriormente y llamó a la secretaria.

–¿Irma?

–¿Sí, doctor?

–Ocupo que me envíen a un interno a mi consultorio, por favor.

–Enseguida, ¿cómo se llama y en qué pabellón se encuentra?

***

–Buenos días, Joaquín, ¿cómo te sientes?

–¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí? –inquirió Cordero mientras recorría la habitación con la vista.

–Soy tu nuevo doctor, me llamo Roberto.

–¿Doctor de qué? ¿Qué me va a hacer?

Esta vez Cañedo no contestó, en su lugar, analizó a Joaquín y el comportamiento de este; físicamente se le notaba pálido y tenía unas ojeras muy marcadas. Además, se le veía demasiado ansioso y miraba cada espacio del cuarto como si estuviese buscando algo o a alguien. Comprendió entonces que era lo que le sucedía.

–Joaquín, ¿sientes que alguien te observa?

–¿Usted cómo sabe?

–No lo sé, por eso te pregunto.

–Ah... s-sí, eso siento. Hay veces que también escucho una voz...

De repente, Cordero llevó la mirada a un rincón detrás de Cañedo y se puso de pie. Su expresión ansiosa cambió a una de pánico y comenzó a apuntar hacia aquel espacio vacío mientras exclamaba:

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