IV: Manuel

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Año: 1950. Día: 23. Mes: Julio.

Todos los niños paseaban por las calles de Madrid en verano. Todos excepto el joven de trece años, Manuel Galván, quien prefería pasar una tarde llena de literatura. Gracias a su recientemente fallecida abuela, había desarrollado un fuerte gusto por la lectura. Por ello prefería pasar las tardes leyendo que jugando con los amigos del barrio, quienes siempre terminaban por pelear entre ellos. Era por esos gustos también que la gente lo tachaba de estrafalario e introvertido, pues decían que un niño de su edad debería estar jugando en vez de estar leyendo. Tontos ignorantes, pensaba el joven para sus adentros.
Hacía ya un año que el espejo estaba en la casa -más precisamente en la sala de estar-, casi la misma fecha desde el fallecimiento de la abuela Teresa, y a pesar de ello no había logrado acostumbrarse a él. Ciertamente, el espejo tenía algo que lo ponía incómodo y le erizaba los pelos de la nunca.
Ese día se encontraba leyendo Un Cuento de Navidad de Charles Dickens. Cuando escuchó que golpeaban con sutileza la ventana, se puso de pie, algo molesto por la inoportuna interrupción, y fue allí. Como lo había sospechado, nadie se hallaba ahí. No era la primera vez que oía que golpeaban la ventana, incluso de noche solía oír el sonido sutil del vidrio al ser golpeado por una mano. Ya estaba cansado de los sonidos que no tenían explicación lógica, se volvería loco si seguía escuchando ese tenue sonido que producía ecos en su cabeza.
Volvía al sofá cuando se detuvo a escudriñar su figura en el espejo. Detestaba observarse en ese infernal espejo, en él los ojos miel de Manuel se veían salvajes, el prolijo cabello rubio parecía desordenado y los perfectos dientes del adolescente eran como los de un animal. Escalofríos recorrían su columna vertebral al observar esa imagen de sí mismo, no era él la figura del espejo, era la de un demonio que tenía su apariencia.
Notó la presencia de Ana, su hermanita de diez años, que lo miraba con ojos curiosos y llenos de admiración.
Fue cuando el espectro hizo acto de presencia.
Manuel estaba consciente de todo, pero no había forma de controlar su cuerpo. Era como si un espíritu se hubiese posesionado de él y lo controlase como quisiera, cosa que en realidad estaba sucediendo.
El espectro en su cuerpo hizo que agarre el cuchillo con el cual estaba haciéndose sándwiches de mermelada y lo llevo hacia Ana. La niña estaba atónita, petrificada sin entender nada lo que ocurría, por ello no fue tan rápida para evitar que Manuel le apuñalara el ojo derecho. No hubo tiempo para el grito de dolor, porque en un veloz segundo y en un movimiento sagaz, el joven ya había apuñalado la garganta de Ana y en cuestión de minutos fue apuñalada más de cien veces.
Él quiso detenerse en todo momento, pero no puedo. Sollozos se le escapaban de la garganta y lágrimas de los ojos. Al final, y después de tanto luchar con la entidad que estaba en él, logró detenerse, aunque de nada sirvió, Ana ya estaba muerta y él estaba lleno de su sangre. Le temblaba todo el cuerpo, y por un momento titubeó sin saber qué hacer. Se arrodilló en el suelo bañado de sangre y comenzó a llorar desesperada y desconsoladamente. No hubo mucho tiempo para llorar.
Un cuchillo se había apoyado en su garganta, alguien estaba detrás de él; de reojo pudo ver a un niño de trece o catorce años, guapo, cabello castaño y ojos escarlatas. El espectro le sonrió con malicia, le guiñó un ojo y por último lo degolló, manchando con más sangre la casa de la familia Galván.

El Espectro del Espejo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora