XIV: Zoe

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Año: 1835. Día: 23. Mes: Febrero.

Sentada en el sofá, la pequeña Zoe lo vio, fue cosa de un instante: era una sombra amorfa que pasaba frente al espejo.
Madre le diría que era producto de su imaginación, padre lo que mamá diga. No hallaba sentido en decírselo a ellos, por ende decidió ignorar lo que había visto. Durante el resto del día la sensación de tener un extraño vacío en el estomago se apoderó de la pequeña niña, sintió frío todo el día, independientemente de cuan cerca de la chimenea estuviese, temblores en las manos y mareos la acompañaban. Su madre pensó que pescaba un resfriado y la mandó a dormir temprano, luego de hacerle tomar una saludable sopa.
No se demoró demasiado el dejarse caer en los acogedores brazos de los Oneiros.
Despertó al oír pasos, pasos que provenían del otro lado de la puerta de su alcoba. Le tomó varios minutos a sus ojos acostumbrarse a la oscuridad del ambiente. La puerta comenzó a abrirse con un pequeño rechinido, la madera del suelo también rechinaba por las extrañas pisadas. Zoe estaba rígida, respiraba haciendo pausas; el miedo le hizo esconder la cabeza bajo la frazada. Alguien había entrado al dormitorio, quizás era mamá o papá.
No, ellos no harían eso.
Los ruidos de la madera del suelo se escuchaban alrededor de la cama, quien fuera buscaba asustarla y lo estaba logrando. Sintió una mano por encima de la frazada. Una fuerte ráfaga de viento acecho la habitación, frazadas y sabanas volaron cayendo lejos de la cama.
Zoe se quedó tiesa, estaba muerta del susto. Dentro de todo el terror que el cuerpo sentía, la niña encontró el valor para ponerse de pie.
Ella sola estaba en la alcoba, no había nadie más. Comenzó a caminar hacia fuera, quería ir a donde sus padres.
El pasillo estaba oscuro y taciturno, un aire pesado y macabro se había apoderado del lugar. Caminaba al dormitorio de sus padres lentamente cuando sintió una fuerza magnética que la llevaba al espejo de la sala de estar.
Caminó erguida hacia el espejo. Todo estaba en silencio, dentro y fuera de la casa, ni siquiera el viento se escuchaba, ni a los insectos nocturnos, solo el respirar de la niña. Frente al espejo notó que este estaba empañado. Pasó su mano por él y se encontró con su reflejo.
Escuchó pasos detrás de ella, pero al voltear no encontró nada, solo una densa oscuridad que le impedía ver bien. Volvió la vista al espejo y vio en el lugar donde había pasado su mano, dos ojos rojos mirándola con un brillo divertido, loco y perverso. Los ojos se desvanecieron y fue cuando por segunda vez tuvo un encuentro con la sombra.
La sombra se hallaba dentro del espejo. Al estar casi todo el espejo empañado, no lograba distinguirse su forma, pero había cambiado desde la última vez, ahora era más antropomorfa.
Un hormigueo le recorrió de los pies a la cabeza, el terror tomó posesión de ella de nuevo, y por instinto dio varios pasos atrás. Fue justo en aquel momento cuando la sombra emergió del vidrio laminado y de a poco se adentró en el cuerpo de la pequeña Zoe.
La experiencia corporal era equivalente a ser cercenada desde el interior, quizás eso estaba pasando porque sintió el dolor de todos los huesos al romperse, sintió cada órgano de sí al abrirse, cada parte de su cuerpo fue cortado desde el interior. Comenzó a gritar y llorar. Sus padres aparecieron a causa de los alaridos de su pequeña hija, que parecía poseída. Trataron de serenarla, mas no lo consiguieron.
Los gritos se detuvieron repentinamente, los ojos de Zoe quedaron abiertos de par en par, inexpresivos, no obstante su rostro tenía una rara mueca. Estaba muerta y quiso advertirles a sus padres del espectro detrás de ellos.

El Espectro del Espejo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora