Del tamaño de una rana

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Ana María vivía convencida de que las personas eran estúpidas. El día en que hurto la lámpara mágica del estudio de su padre no fue la excepción, ese día había sido despedida a punta de insultos por haberse peleado con un cliente y al regresar a casa sus padres como de costumbre reprocharon su actuar al enterarse del despido y le cantaron varios de sus errores pasados, el sermón duró una hora y concluyó con la típica frase que su madre decía en esos casos: «es que si pudieras ponerte en los zapatos de los demás por una vez». Ana estaba cansada de esas tonterías; por ello tomó la lámpara y no se lo pensó dos veces antes de pedir el deseo, imitando la voz de su madre, de ser capaz de vivir en los zapatos de otra persona.

Pensó que con ese deseo, su personalidad marchita que tanto le reclamaban, se vería arreglada y a partir de ello podría demostrar que ella no era la razón de sus problemas. Sin embargo, las cosas no fueron como lo esperaba.

El genio escuchó su orden y la cumplió, pero de forma literal: la encogió del tamaño de una rana, la cargó entre sus brazos pesé a las quejas e insultos que ella le comenzó a tirar hacia una bota vieja en su jardín, decoró el interior del calzado para que fuese idéntico a su cuarto y se marchó rumbo hacia la lámpara que había quedado en la ventana de Ana. Allí la dejó sin más, bien lejos de alguien que pudiera ayudarla y con un montón de quejas en su boca que sonaban como hojas cayendo en una tormenta.

Ana gritó hasta quedar afónica sin que nadie respondiera. Le costaba asimilar lo que le acababa de ocurrir y si hace rato estaba borracha de ira por la cadena de "mala suerte" que tuvo durante todo el día, ahora sentía que deliraba, como si hubiese sido atrapada como la marioneta de un titiritero que intentaba causar risa con su infortunio. Ella en ese momento se odio a sí misma por haber creído en las tonterías que le vendieron acerca de la magia de los genios, pensó en las noticias acerca de los miserables que cambiaron vidas con un deseo y en esas actrices de revistas que afirmaban haber conseguido todo su talento con un movimiento de dedo de un genio, Ana habiendo probado ya la magia en su piel todo eso le resultó una mentira, «de seguro esas personas consiguieron su éxito a pura palanca y esas actrices usaron la magia para quitarse unas arrugas o levantarse las nalgas».

Ella podía estar todo lo molesta que quisiera y su mente podía divagar hasta el infinito de ser necesario, pero algo que era cierto es que estaba anocheciendo, y el viento helado que entró a la bota desde arriba le hizo recordar este hecho junto a algunas cosas que no había tomado en consideración: como que llevaba años sin podar el césped o que era pequeña, muy pequeña, tanto que la hierba fuera del zapato que el viento succionaba hacia dentro parecía del tamaño de árboles.

El miedo comenzó a apoderarse de ella conforme se volvía más consciente de su situación. Fuera de ese zapato un mundo que antes era pequeño ahora se veía enorme y los murmullos de las plantas, del aire y las distintas criaturas que caminaban, se arrastraban o volaban en su patio eran una voz muy fuerte que le decían que cada cosa que hasta entonces vio insignificante ya no lo era. Las formas de terribles monstruos que le observaban en la espera de que diese unos pasos fuera de esa imitación de su cuarto se dibujaron en su mente.

Como una niña corrió asustada hacia la cama que estaba por donde estaría el dedo gordo del pie y se enrollo de pies a cabeza, esperando quizás que al salir de allí sus padres o el genio al cual odiaba hubiesen solucionado todo, regresando todo a su sitio como si esto solo hubiera sido un mal sueño.

Ana se quedó dormida en algún momento y al despertar a la mañana siguiente un nuevo problema se plantó delante de su cama.

—Oiga usted, ¿quién le ha dado el derecho de adueñarse de mi casa?

Ana se levantó sobresaltada al escuchar la voz, levantó la cabeza del nido de sabanas que creo y vio delante suya a un sapo verdoso en dos patas que andaba con un traje elegante manchado por el humo que la pipa en su boca generaba. Lo primero que se le vino a la mente al verlo fue que no era lo que esperaba, las imágenes casi sólidas de los monstruos que dibujo la noche pasada no se parecían en nada a ese pintoresco sapito que aparentaba ya estar en sus peores años.

Por una botaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora