Inquietud

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Me sentía débil, cansada y atormentada...

La vida cuando era pequeña parecía más simple, sin embargo, sabía que mi futuro traería tormentas caóticas llenas de rayos que caerían tarde o temprano sobre mí.

Me educaron para defender el reino, ser valiente, respetuosa, una dama que no tuviera piedad ante sus súbditos o cualquiera que quisiera tomar el reino pero, complacer a mi padre era cada vez más difícil. El reino pasaba por días oscuros, mi padre el rey Felipe había adquirido una terrible enfermedad en búsqueda de nuevas alienzas o eso era lo que les decía a los pobres ciudadanos de Linderwell para que lo siguieran aceptando como su Rey y tuvieran pena de él.

-¡Endell! gritó mi padre
-VEN AQUÍ AHORA

Y cuando mi padre decía una orden había que cumplirla en ese preciso instante si no se quería sufrir graves consecuencias.

-Aquí estoy papá, en seguida voy, no tienes porqué gritar

Me fui acercando, separando las cortinas escarlata gigantes que dividian la biblioteca de uno de los salones privados del Rey; el castillo era casi tan enorme como la deuda que tenía el pueblo y sus paredes reflejaban los años que habían pasado, un castillo con retratos de reyes cada uno peor que el otro a excepción de mi amada abuela Telka.

Asomé un poco mi cabeza al separar las cortinas para tratar de mitigar el enojo que había escuchado en el grito de mi padre pero en el salón no había nadie, estaba absolutamente vacío.

-¿Papá estás ahí?

No obtuve respuesta

-¡PAPÁ!

Nada, solo la pequeña gota que caía como parte de un adorno en el escritorio.

Un extraño sentimiento se adueñó de mí, incertidumbre quizás...

A veces me costaba mucho identificar mis emociones o sentimientos, había crecido con tan poco amor que ni siquiera sabría cómo es si no hubiera estado mi abuela, la mujer más dulce que había pisado el reino alguna vez y hubiera seguido recordándola de no ser porque un guardia vino corriendo hacía mí tomando de mi brazo y llevándome bruscamente hasta el trono de oro, donde el personal más cercano al Rey me esperaba.

Escuchaba pequeños cuchicheos antes de entrar a la gran sala, lo que me indicaba que algo inusual estaba pasando pero jamás esperé ver la preocupación inmensa de todas las personas en la sala.

-Quién le va a decir dijo el encargado de la cocina con sus manos llenas de harina.

-No tiene que saberlo dijo uno de los filósofos quien particularmente me odiaba un poquitin por mis comportamientos en sus lecciones.

-Ella necesita saber exclamó el jefe general de los guardias y cuando este habló, todos en la sala callaron.
-Tu padre no está en el castillo, se han enviado a nuestros mejores espías por todo el reino en su búsqueda pero nos tememos que lo hayan secuestrado.

Y ahí fue cuando su preocupación quiso adentrarse en mí como otro sentimiento, acompañando a la incertidumbre.

No estaba preocupada por no verlo nunca más, eso hasta me llenaba un poco de lo que llaman felicidad, sino estaba preocupada por lo que su desaparición conllevaba. Había leído muy bien los artículos y leyes que había en el reino, los había recitado a mi padre para que estuviera orgulloso de mí, aunque eso nunca pasó, su miseria había empezado desde que su esposa trajo al mundo a una niña. Recordaba muy bien cada palabra, en caso de desaparición, su heredero o heredera pasaría a gobernar al décimo día y por muy tentador que fuera para algunos ser Reyna, para mí significaba recibir miseria.

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⏰ Última actualización: Mar 02 ⏰

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