Prólogo

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En los vastos dominios del Edén, donde la luz y la armonía reinaban supremas, Luzbel, el ángel más amado por Dios, recibió una sagrada encomienda: proteger y guiar a los humanos, las criaturas más queridas por su Creador.

"Tu tarea será velar por la seguridad y el bienestar de los seres que habitan este paraíso", resonó la voz divina en los cielos, confiándole a su hijo favorito la responsabilidad suprema sobre los habitantes del Edén.

Con una reverencia profunda, Luzbel aceptó el mandato, comprometiéndose a cumplirlo con devoción y diligencia.



Un día, mientras contemplaba los frutos del Edén, Luzbel fue abordado por Alastor, cuya sonrisa era tan radiante como los rayos del sol.

"¿Qué se supone que eres tú?", preguntó Alastor con curiosidad, sus ojos brillando con una luz cálida y acogedora.

"Oh! Uh" a Luzbel le tomó por sorpresa aquella criatura de piel morena, jamás había presenciado a un ser tan parecido y al mismo tiempo, diferente a él mismo. "Mi padre me envío a cuidar a todos los seres vivientes de este jardín" respondió Luzbel con solemnidad, admirando la gran sonrisa de diversión que le dedicó Alastor. "Eso si que es interesante, ya comenzaba a aburrirme, ¿Cómo dices que te llamas?"






En los días posteriores, la relación entre Luzbel y Alastor comenzó en un telar de desacuerdos y fricciones, cada encuentro impregnado de tensión y malentendidos. Mientras Luzbel asumía su papel como guardián celestial con seriedad, Alastor desafiaba las normas con su espíritu libre y curioso.

"¿Por qué te empeñas en desafiar las reglas, Alastor?", preguntó Luzbel con un deje de exasperación, sus ojos bañados en la luz etérea de los cielos.

"Porque no todo en la vida debe ser tan rígido y controlado, Luzbel", respondió Alastor con un brillo travieso en sus ojos, desafiando la autoridad del ángel caído.

Los días pasaron, y aunque sus interacciones comenzaron con roces y desacuerdos, algo comenzó a cambiar en la dinámica entre Luzbel y Alastor. A medida que compartían momentos en el jardín del Edén, discutiendo sobre los misterios de la creación y explorando los rincones del paraíso, comenzaron a encontrar puntos en común.

Fue en uno de esos paseos exploratorios cuando Luzbel encontró a Lilith, la primera compañera de Alastor. Su belleza rivalizaba con la de los propios ángeles, y su presencia emanaba una luz que rivalizaba con la del sol.

"Luzbel, te presento a Lilith, la compañera que Dios ha creado para mí", dijo Alastor con una sonrisa, mientras Lilith lo miraba con cariño.

Luzbel inclinó la cabeza en señal de respeto. "Es un honor conocerte, Lilith", dijo con cortesía, aunque sus ojos reflejaban cierta curiosidad.

Los días pasaron, y mientras la relación entre Luzbel y Alastor se fortalecía, la presencia de Lilith no pasaba desapercibida para el ángel caído. Había algo en ella que lo intrigaba, algo que desafiaba su comprensión del mundo y su lugar en él. Sin embargo siempre que había alguna oportunidad de hablar con la mujer, Alastor aparecía de sorpresa.

"Parece que siempre estamos destinados a chocar, Luzbel", comentó Alastor con una sonrisa irónica, mientras recogía frutas maduras del árbol de la vida.

Luzbel, sorprendido por la confianza y la franqueza de Alastor, no pudo evitar sonreír. "¿Si? No me digas." Respondió con sarcasmo. Al ver que Alastor al parecer no captó la indirecta sonrió con ternura al humano "Quizás es porque somos opuestos que nos entendemos, Alastor", respondió con una nota de complicidad en su voz.

A medida que el tiempo pasaba, los encuentros entre Luzbel y Alastor se volvían más frecuentes y más íntimos. Sus conversaciones se profundizaban, explorando los misterios del universo y compartiendo sueños que solo los habitantes del Edén podían concebir.

Una tarde, mientras contemplaban la puesta de sol sobre los prados dorados, Luzbel admiraba el paisaje con fascinación, era increíble ser testigo de la belleza del cual solo Dios podía ser creador "¿No te parece bellísimo?" Susurró

Alastor, que no pudo evitar mirar al ángel, se quedó sin aliento al ver a aquella criatura tan mágica cerca de él. Casi en un suspiro afirmó "Es precioso"

Luzbel sintió pequeñas mariposas volando en su estómago, mientras que sus mejillas se tornaron aún más rojas. Alastor se había vuelto bueno con las indirectas.

El ángel estuvo en silencio unos segundos antes de volver a tomar valor para hablar

"Tal vez, Alastor. Tal vez siempre estuvimos destinados a encontrarnos en este lugar, en este momento".

El humano solo respondió con una de esas lindas sonrisas que alegraban los días del hijo favorito de Dios.


Y así, en el corazón del Edén, una historia de amor, amistad y redención comenzaba a tomar forma, destinado a cambiar el curso de la humanidad.

"Sagrada Eternidad" - RadioApple Donde viven las historias. Descúbrelo ahora