CAPITULO 2

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Después del trato demoníaco, Alastor se encontraba en la cúspide del éxito. Ahora, más que nunca, era aclamado como el locutor de radio más famoso en varios condados. Su programa, lleno de humor retorcido y noticias sensacionalistas, atraía a una audiencia masiva que crecía a pasos agigantados cada día. Con su voz encantadora y sus relatos macabros, atrapando a sus oyentes.

La fortuna de Alastor crecía con igual rapidez que su popularidad. Los anunciantes competían por aparecer en su programa de radio, dispuestos a pagar sumas exorbitantes por unos minutos de tiempo al aire. Las ofertas de patrocinio inundaban su bandeja de entrada, ofreciéndole todo tipo de productos y servicios, desde bebidas alcohólicas hasta juguetes sexuales.

Pero lo más importante para Alastor era el poder que había obtenido. Ahora era más que un simple locutor de radio; era un ícono cultural, un símbolo de la decadencia, alguien que seria recordado para siempre. Sus palabras tenían el poder de influir en las mentes de sus seguidores, de moldear la opinión pública a su antojo, politicos rogaban por su apoyo. Y él disfrutaba cada momento de su dominio sobre las masas.

Pero lo que más disfrutaba Alastor era la libertad que le brindaba su nueva posición. Ahora podía llevar a cabo sus oscuros deseos sin temor a las consecuencias, sabiendo que su influencia lo protegería de cualquier intento de represalia. Sus asesinatos se volvieron más frecuentes y más elaborados, cada uno diseñado para causar el máximo impacto en la mente de sus seguidores y en la sociedad en general.

Cada noche, después de terminar su programa de radio, Alastor se adentraba en las calles oscuras de la ciudad, persiguiendo a sus víctimas con una mezcla de excitación y deleite. Se deleitaba en el juego de gato y ratón, disfrutando del terror y la desesperación en los ojos de aquellos que caían en sus garras.

Y mientras más sangre derramaba, más poderoso se sentía Alastor. Sus crímenes se convirtieron en leyendas urbanas, sus hazañas comentadas en susurros temerosos en cada rincón de la ciudad. Y él sonreía con satisfacción, sabiendo que su reinado de terror estaba lejos de terminar.

En la noche, después de salir de su estudio de radio, Alastor decidió que era hora de desestresarse. Con su elegancia habitual, se dirigió a uno de los bares más exclusivos de la ciudad, donde la élite se reunía para beber y socializar. Con una sonrisa encantadora en los labios, se mezcló entre la multitud.

Se sentó en uno de los taburetes, deslizando su mirada por la multitud en busca de una presa adecuada. Sus ojos brillaron con anticipación al encontrar lo que buscaba, un hombre rico y apuesto, rodeado de una aura de poder y arrogancia. Alastor sonrió con malicia mientras se acercaba, desplegando todo su encanto y carisma para atraer la atención del hombre.

—¿Puedo invitarte a una copa?—, preguntó Alastor con una sonrisa seductora.

El hombre le devolvió la sonrisa, sus ojos brillando con anticipación.

—Por supuesto, cariño. ¿Qué te parece un whisky doble?—.

Alastor asintio con una sonrisa, mientras el alcohol fluía y la tensión sexual crecía entre ellos. Alastor disfrutaba del juego de seducción, deleitándose en el control que ejercía sobre su presa.

Después de un rato, el hombre propuso salir del bar y continuar la fiesta en privado. Alastor aceptó, sabiendo que el verdadero espectáculo aún estaba por comenzar. Salieron juntos, hablando en el camino de todo y a la vez de nada.

Caminaron por las calles desiertas, rodeados por la quietud de la noche y el zumbido distante de la ciudad. Finalmente, llegaron a un descampado solitario, donde la luna brillaba en el cielo y el aire estaba cargado de anticipación y deseo.

El hombre se acercó a Alastor, sus labios ansiosos por el contacto, pero antes de que pudiera concretar el beso, Alastor actuó con más rapidez. Sacó un picahielos de su bolsillo, clavándolo con fuerza en el pecho del hombre, justo sobre su corazón.

—¿Qué... qué estás haciendo?—, balbuceó el hombre, su voz temblorosa mientras salían coágulos de sangre de su boca.

Luego sus ojos se abrieron de par en par mientras miraba a Alastor con incredulidad y horror. Pero Alastor no mostró compasión, sino una sonrisa malévola mientras giraba lentamente el picahielos en la herida, causando un sufrimiento indescriptible a su víctima.

El hombre se desplomó al suelo, su vida escapándose de él en un susurro agónico. Alastor lo observó con frialdad, disfrutando cada segundo del espectáculo macabro que había creado. Pero lo que no sabía era que su víctima no era un hombre cualquiera; era Lucifer mismo, quien había planeado este encuentro como parte de un plan más retorcido.

El ser que había hecho un pacto con él y le había otorgado todo lo que tenía. Lucifer había estado observando cada uno de los asesinatos de Alastor, el se excitaba cada vez que Alastor terminaba con otra vida, el placer que obtenía mirándolo era mejor que cualquier droga, entonces Lucifer decidió experimentar ese sentimiento en carne propia.

Y al ser apuñalado por Alastor, Lucifer experimentó una oleada de placer que superaba cualquier cosa que hubiera sentido antes. El dolor y la agonía que sentía en ese momento eran más que una simple sensación física; eran una deliciosa tortura que alimentaba su deseo por el y la muerte.

Mientras Alastor se alejaba del lugar del crimen, creyendo que su víctima yacía muerta a sus pies, una voz resonó en la oscuridad de la noche, sacudiendo su mundo de manera inesperada. Giró lentamente, con el corazón palpitando con fuerza en su pecho, y vio cómo el cuerpo inerte del hombre se levantaba lentamente, revelando su verdadera forma.

Era Lucifer, el demonio al que le habia entregado su alma, el ser al que Alastor había apuñalado sin saberlo. Su presencia irradiaba un aura de majestuosidad y poder, su mirada fija en Alastor con una intensidad que helaba la sangre en las venas del locutor de radio.

—Alastor—, dijo Lucifer con una voz suave pero llena de autoridad. —Fue perfecto. Pero como puedes ver, no es tan fácil deshacerse de mí—.

Alastor retrocedió instintivamente, sintiendo una oleada de temor y asombro recorrer su cuerpo. No podía creer lo que veía, cómo el hombre al que había matado se levantaba ante él, ileso y lo que era aún peor, era su contratista.

—¿Qué... qué haces aqui?—. Creí que no tomarias mi alma hasta que yo muera", balbuceó Alastor, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

Lucifer sonrió con malicia, sus ojos brillando con un fuego perverso. —Tienes razón, no te matare—, respondió.

—Pero aun asi, tu me perteces y puedo tomar lo que quiera de ti. Y debo decir, me has impresionado, Alastor. Eres un ser verdaderamente excepcional—.

Alastor tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que no tenía control alguno sobre la situación, que Lucifer controlaba todo y que podía hacer lo que quisiera con él.

Lucifer rió al ver los ojos desesperados de Alastor, entonces, sin previo aviso, Lucifer se acercó a el y lo besó, sus labios ardientes y hambrientos contra los de Alastor. El locutor de radio se quedó paralizado por un momento, sorprendido por la intensidad del beso y por la sensación de calor que se apoderaba de él.

Sabía que no podía resistirse, que estaba completamente a merced de Lucifer y que solo podía dejarse llevar y hacer lo que su contratista desee por más que odiaba la sensación de ser controlado por otra persona.















OBSESIÓN [Appleradio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora