Ganas - Infagrete.

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   —¡Pos arráncate tú! ¿¡qué no me traes tantas ganas!? ¡arráncate, imbécil!

   Jorge lo miró de arriba a abajo, acariciando con la mirada cada centímetro del más bajo. Se acercó con la mirada tan vacía que sus amigos sabían que lo caracterizaba, pues a pesar de toda la bondad que siempre se afamaba, cuando veías esos ojos, veías un alma hueca y sin corazón.

   Pedro pareció no inmutarse, aguardando el inevitable golpe que comenzaría la pelea. Sin embargo, su cuerpo se sintió confundido cuando unas manos ajenas, heladas cual invierno, tomaban su cadera con poca delicadeza y lo acercaban al cuerpo de su contrario. La diestra de Jorge subió a su nuca, juntando sus rostros y posando sus labios sobre los impropios, pero sin recibir ningún movimiento.

   Los ojos de ambas partes se miraron, pareciendo como si alguno de los dos estuviese esperando reacción del otro.

   Finalmente, la manzana de la discordia fue el primero en comenzar a mover sus labios de una manera brusca y desesperada, apretujando el cuerpo del de apellido Malo más cerca de sí, mas sin cerrar los ojos, disfrutando de las reacciones tan sumisas que su amigo daba tan tímidamente con cada jugueteo de lenguas o caricia en su punto más sensible: su cadera.

   Sonrió internamente al ver que no hubo oposición alguna, y aunque la hubiese habido, Pedro ya era propiedad suya, y Jorge lo trataba como a él se le daba en gana.

   Y no era una reacción inesperada. Ya Jorge le había dado a Pedro una probadita de lo que iba a ir recibiendo si se ponía de espeso con él. Una probadita en un cuarto del reducido Casino del lugar. Una probadita de lo que Jorge llevaba por dentro, un jarabe tan blanco como su bondad.

   Y vaya que ese día los labios de Malo quedaron hinchados.

   Jorge le dio un respiro a su contrario, quien no tardó mucho en abalanzarse de nuevo contra sus labios, queriendo ir más a fondo. Pero Pedro no es el que pone las reglas, por lo que Jorge lo separó con lentitud, poniendo una sonrisa que parecía burlona, pero sin intenciones de serlo.

    —¿Qué pasó, chaparrito? ¿quieres más? —. Pedro lamió sus labios, deseoso, y asintió extasiado, balanceando su cuerpo contra el del otro —. Acá no, chaparro; que es puro monte.

   —¿Y a mi qué? Si estamos bien lejos del pueblo y-

   —Sht, sht, sht; ¿quién es el que manda aquí? ¿hmm? ¿tú, acaso? —. Pedro lo miró a los ojos, bajó la mirada y negó decepcionado-. Eso es lo que se gana por andarle jugando al vivo, eh. Si no se hubiese puesto espeso y atreverse a llamarme imbécil, otro cuento hubiese sido-. Jorge mejoró la posición, recargando la cabeza de Pedro en su pecho y rodeándolo con sus brazos. Su contrario bajó las manos hasta el pecho de Jorge y se relajó ante el toque suave que este le propiciaba a su cabello, habiendo quitado su sombrero, el cual quedó quien-sabe-donde-. Ya vámonos, en no mucho se va a oscurecer, y los fríos del mes se vienen feos.

   Jorge tomó de la cintura a Pedro y lo subió con delicadeza al caballo, para posteriormente subirse él mismo al animal. Tomó las riendas y dio la orden al caballo de moverse en dirección al pueblo.




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   La noche, como bien dijo Jorge, no estaba lejana, y el frío bien se comenzó a hacer presente; mas una sola invitación de los muchachos a una partida de Póquer bastó para desviar a los amantes de su rumbo a casa.

Olor de Amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora