Como guajolotes, dónde sea- Infagrete.

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   ¿Tú lo dices?

  Lo sostengo.

   Suelta la risa burlona de su acto y sigue cantando—. No te vayas a cansar~ Jorge nota el guiño malicioso de Pedro, ese que le ha estado haciendo desde que ha tenido la oportunidad de tirarle un albur, ese que le ha estado dedicando desde que debe tomar su sombrero a la altura de su abdomen para esconder una erección mojada. 

   No le saques.

   Jorge mueve su cabeza de lado a lado a modo de reproche. Pedro se encoje de hombros y cambia la letra a:Se la saco—. Pedro sonríe orgulloso y baja su mirada de manera poco pudorosa al "manjar" de su amigo.

   La risa del público llena el recinto, al igual que dispara las carcajadas de Miguel y Raúl, en lo que Pepe intenta aguantarse la risa. Las mejillas de Jorge se ponen coloradas ante el albur de su compañero. Comienza a enojarse, cerrando los puños y aguantando el aire.

   ¡Pos' se acabó este cantar!

   El Trío Calaveras detiene la música a la vez que Jorge suelta una mentada al aire y el público se levanta en aplausos y bullicios. Una que otra rosa cae sobre el escenario cuando Jorge y Pedro se juntan para abrazarse de lado como lo previsto en los ensayos, y sin embargo, Pedro aún encuentra maneras de tentarlo a Jorge aunque sea sin palabras. Desliza una mano cerca de la entrepierna del mayor con la excusa de tomar una rosa que cayó cerca de la mesita donde el micrófono era sostenido, lanzándole una mirada mañosa a Jorge, quien lo mira reacio ante estos comportamientos tan desesperados del menor.

   Ismael mira a ambos artistas desde abajo, dejando que ambos disfruten de los aplausos por un momento más, hasta que llega la hora en la que sí o sí todos deben abandonar el lugar de la presentación "Dos Gallos de Cuidado". Les hace señas desde su posición, indicándoles que el momento de disfrutar la ronda de aplausos debe cesar.

    Ambos charros bajan del escenario con dirección a los pequeños camerinos del Teatro, seguidos bien de cerca por el Trío Calaveras, quienes no pueden olvidar el inesperado albur de Pedro luegode ocho canciones bien cantadas sin chistar.

   —Oígalo nomás a ese—. Miguel se rie entre dientes—. Iiijiles mi Jorge, te la volteo bieeen bonito.

   —¡Y bien volteada!—. Añade Pepe.

   —Bueno bueno ya, pues—. Jorge, con el ceño fruncido y su sombrero ya en mano, abre la puerta del camerino y entra, dejando un espacio para Pedro y cerrando la puerta inmediatamente después de que este entre.

   —¡Ora ora ora! ¿Si era de al chile que se la van a sacar, Don J—?—. Comienza Raúl, pero se interrumpe a si mismo cuando el mayor abre la puerta y saca la mitad de su cuerpo, recto y molesto, logrando que el trío huya despavoridos como si fueran niños pequeños e indefensos hacia su propio camerino. Como sobrinos regañados por su tío favorito.

   Jorge vuelve a cerrar la puerta, con seguro por, valga la redundancia, seguridad.

   —¿Cómo es posible, Pedro? ¿qué no tienes vergüenza? ¿no tienes tantita consideración en que puede q—?.

     —Esta es pa' usted, mi negrito—. Pedro le tiende a Jorge la rosa que tomó hace un momento, lo mira con esos ojos melosos de cachorro y se acerca lentamente al charro. Jorge detiene su discurso para sostener la mano de Pedro que tiene la rosa con ambas manos, y lo acerca hacia su propio cuerpo para encerrarlo en lo que tenía las intenciones de ser un abrazo cálido.

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⏰ Última actualización: Jun 12 ⏰

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