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Desde que Matías entró a la adolescencia, no era normal que en su casa se hablaran de esos temas. Sus padres eran bastante apegados a la religión y su concepción de las relaciones sexuales era bastante diferente a lo que otros podían creen. A pesar de que no se tomaron mal que también le gustaran los hombres—para su propia sorpresa—, nunca hablaron de ningún tipo de contacto más allá de agarrarse la mano o besarse con alguna chica o chico.

Y eso de cierta forma fue afectándole a medida que crecía, generándole inseguridades sobre sí mismo que jamás alguien podría creer que una persona como él podía tener. Principalmente cuando se juntaba con sus compañeros de equipo en Italia, quienes eran más grandes que él y parecían tener mucha más experiencia teniendo relaciones, además de no tener filtros cuando hablaban de eso.

Muchas veces había mentido cuando le habían preguntado por su primera vez, inventándose una historia sobre alguna compañera de la secundaria con la que había experimentado, pero no sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar esa mentira principalmente porque él odiaba mentir. Aunque su temor por quedar como un tonto o un "virgo" era mayor y eso lo motivaba a mantenerla.

Por eso fue un gran problema cuando conoció mejor a Enzo y ninguno de los dos se preocupó por evitar sus sentimientos por el otro cuando estos empezaron a nacer. Fue un gran problema porque no sabía cómo seguir con su mentira cada vez que las caricias pasaban a más que simples toques y los besos del morocho bajaban por su cuello.

A veces incluso llegaba a pensar que tal vez Enzo dejaría de quererlo si se enteraba que había mentido, creía que el chico se le iba a reír por ser tan patético o incluso burlarse de él por tener veinte años y no haber tenido sexo con nadie como muchos presumían.

Sabía que Enzo había perdido la virginidad cuando tenía catorce años, y había tenido varios novios y novias antes de él, por eso no podía dejar de pensar en que sus exs eran mucho más experimentados que él. Incluso llegaba a pensar que tal vez Enzo le cortaría por ser alguien inexperto—aunque en la vida fuera de su cabeza, ese pensamiento no tuviera mucho sentido.

Tampoco le gustaba sentirse de esa forma, no teniendo que convivir con su novio sacándose la camiseta cada cuatro de cinco partidos que jugaban y provocándolo siempre que podía. No le gustaba no poder controlar su cuerpo y que sus hormonas se alborotaran cada vez que el morocho lo miraba fijamente con esos orbes color miel que parecían atravesar todo su cuerpo cada vez que se encontraban con sus ojos.

Primeras Veces [Matienzo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora