Me despierto en mi cama por un sonido distante. No era un ladrido de un perro o algún ruido proveniente de la calle como suelo habituar en el presente, sino una melodía que, aunque sonase lejana a mi habitación, podía distinguir que provenía de dentro de mi casa. Intento abrir mis ojos pero apenas puedo ver mis alrededores. Mis párpados se sienten muy pesados y, mezclado con la oscuridad que no teme en mostrar su presencia, me es difícil ver qué es lo que me rodea. Con la ayuda de la luz que se filtra por los agujeros de la persiana y la luz roja, imponente pero a la vez débil, proveniente de mi reloj digital en mi mesa de luz, puedo lograr visualizar lo que tengo a pocos centímetros de distancia. Al mover mis manos frente a mí puedo notar que son más pequeñas de lo que recordaba.
Mi cuerpo se siente débil y mi mente aún seguía adormecida. Según el reloj, eran las 6:32 am. El ruido que me despertó aún seguía sonando en la lejanía y cada vez era más molesto, aunque solo fuese una melodía la cual trataba de inspirar alegría. Los segundos pasan y la melodía para, seguido de unos gemidos molestos de una mujer. Mis ojos ya se están acostumbrando al ambiente y puedo darme cuenta que no estoy en mi habitación. Puedo distinguir algunos objetos míos, como el reloj o las cortinas en la ventana, pero el resto de la habitación está decorada con cosas las cuales no había visto en años: Juguetes, muebles viejos, una televisión de tubo, entre otras. No es hasta que una mujer se aproxima rápidamente por el pasillo y me ciega con la luz de la habitación que me doy cuenta de dónde estoy metido. Era mi dormitorio de cuando era niño, tal como yo la recordaba. Ahora que podía ver con más claridad, moví mi cabeza de lado a lado con sorpresa. No solo mis manos, todo mi cuerpo se había encogido. Había vuelto a ser un niño. La mujer que ahora me miraba con alegría desde la puerta era mi madre, pero noté que no había rejuvenecido, sino que lucía exactamente igual a como lo hace en el presente. La miré extrañado, pero antes de que pudiese pronunciar alguna palabra ella se acercó a mí entusiasmada, celebrando que hoy sería mi primer día en la primaria. Mis ojos se abren en sorpresa, pero ella me sigue sonriendo. No logro distinguir si es porque no puede ver mis expresiones, o porque está disfrutando de mi confusión.
Mi mente se siente pesada y mis párpados se siente como rocas sobre mis ojos. Como si no fuera suficiente, comencé a experimentar mareos en mi visión mientras un pitido agudo inundaba mis oídos. Todo se tornaba extraño e incómodo hasta que cerré los ojos. En el momento en el que los abrí, ya no me hallaba en la habitación, ni en un aparente ataque de pánico, me encontraba frente al espejo del baño. Este era mucho más lúgubre de lo que recordaba, con una iluminación fría la cuál era propia de una película de terror. Me vi a mí mismo en el reflejo, aún asombrado, peinando mi pelo con mi mano derecha sin que yo se lo ordenase. Intenté detenerme pero no pude, yo ya no estaba en control sobre mi cuerpo. Parpadeé una vez más.
Ahora me encontraba en el asiento trasero de un auto. No pude distinguir qué clase de auto es, solo que el tapizado de los asientos es propio de un auto viejo de la época. Mis padres están en los asientos delanteros, discutiendo sobre cómo harán ahora con la nueva rutina de tener que llevarme todas las mañanas al colegio. Miro por la ventana, buscando alguna forma de orientación, pero el vidrio está completamente empañado. La única información que conseguí es que, por algún motivo, está lloviendo. Observo mis alrededores también en vano, puesto a que no hay nada útil a la vista. El asiento en el que me encuentro es algo incómodo pero no puedo moverme: cada vez que intento apartarme, el cinturón de seguridad me aprisiona con fuerza contra el respaldo. No quería hacerlo, pero mis ojos ya comenzaban a arder por tenerlos abiertos por tanto tiempo: Me vi forzado a parpadear una vez más. Cada vez que lo hacía, un nuevo escenario se mostraba ante mí, salteando segundo, minutos, horas e incluso años.
Luego de ver un rápido resumen de mi niñez me encuentro en uno de los salones de la secundaria. Yo me encuentro mirando al pizarrón, sentado en el segundo pupitre de la segunda fila de bancos. Al girar mi cabeza, puedo distinguir más los detalles de esta simulación, notando que es de noche gracias a las ventanas sin cortinas que hay en las paredes. Todos los asientos están ocupados, lleno de alumnos de caras conocidas. Sus figuras, por alguna razón, se desvanecen por momentos, jugando a ser sombras. Sentí como mi cuerpo volvía a responder a mis órdenes, así que dirigí la mirada a la persona más cercana. La sombra que se encontraba al lado mío, sentada en el mismo escritorio que yo, me devuelve la mirada, reflejando impotencia a la vez que soledad. Me quedé mirándola un buen rato, sin tratar de llamar demasiado la atención. Luego de unos pocos segundos, como si reconociera a aquella figura, me acerco y agarro sus hombros.
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Sueños
Short StorySueños y anécdotas que tuve a lo largo de mi vida, las cuales siento que son lo suficientemente relevantes como para dedicarles mi tiempo en volver a pensar en ellas, escribirlas y compartirlas al público.