Parte 2

161 19 2
                                    

Para entonces, Ana ya tenía 24 años y Pedro 25.

Cuando lo abrazó, se quedó sin aire por la impresión, pero sus brazos la rodearon como si no quisiera que se fuera nunca más. No quería que se fuera, de hecho.

–Creí que me estabas esperando. –le había dicho. Hablaba como si nunca se hubieran separado. –¿No habrás pensado que no iba a venir, verdad?

–¿Dónde está Agnes?

–Se quedó en casa con Jim, tuve que viajar sola.

Ana no se despegó de él, los dos se sentaron en el sofá en silencio a esperar que los visitantes del velorio se fueran de casa y a media noche subieron para dormir. Pedro no había querido comer, pero estaba cansado, tenía ojeras profundas y sentía que todo el mundo era una tremenda injusticia.

Javiera le había dicho a Ana que podían dormir juntas, pero ella se había colado a su habitación para estar con él. Pedro no se movió cuando se acostó a su lado en la madrugada y lo abrazó, pero ella sabía que estaba despierto.

–¿Me extrañaste? –Pedro se acercó, reconociendo su aroma en la oscuridad y la abrazó ocultando su rostro en su pecho.

–Por favor, no te vayas nunca. –le dijo. –¿Qué voy a hacer ahora sin mamá?

Ana también lloró. Verónica había sido una de las pocas adultas de su vida que la había tratado bien cuando era niña, siempre le daba de comer y era amable con ella. La familia de Pedro era tan diferente a la suya que a veces se enojaba con él y se alejaba por días, pero su madre siempre le hacía regresar.

Igual como había hecho ese día.

–¿Por qué hizo esto? –se atrevió a preguntar. Pedro suspiró, él tampoco lo sabía, ni lo entendía. Y no estaba seguro de si alguna vez podría entenderlo.

–No lo sé. Tal vez quería irse. –murmuró. –Ojalá me hubiera dado cuenta de que...

–No te eches la culpa.

–Pero yo...

–Basta, Pedro. –le dijo alejándose un poco para verle el rostro, su corazón se estrujó cuando lo vio sufriendo. –Ella no hubiera querido eso.

Durante el funeral, Ana sostuvo su mano todo el tiempo y se quedó con él después de que todos se marcharon. Hacía frío en el cementerio ese día y su padre estaba tan triste que ni siquiera había notado que ella estaba allí de visita. No lo notó hasta que se despidió de él y le dio un abrazo el domingo por la tarde.

–¿Qué vas a hacer ahora? –le dijo mientras los dos miraban la tumba en el suelo, rodeada de césped y flores que habían dejado los asistentes al funeral.

–Me quedan unos meses para terminar la universidad.

–¿Y después?

–No lo sé... –Pedro sorbió por la nariz. –Tal vez me vaya a Estados Unidos con mi hermano mayor.

–Es una buena opción. –dijo Ana sujetándose de su brazo. –Pero no olvides visitarme.

Pedro despegó la vista del suelo y la miró, sus ojos brillaban mucho por el llanto de las últimas horas. Ana deseó tomar su tristeza y llevársela muy lejos de allí, pero no podía.

–Quédate más. –le dijo él. –No me dejes aquí.

–Pedro... no puedo dejar a mi hija tanto tiempo sola. Necesita a su mamá.

Por unos instantes, casi había olvidado que Ana tenía esa responsabilidad y mientras caminaban hacia el auto, le preguntó por Agnes.

–¿Qué se siente ser mamá?

–Bueno... los primeros meses fue horrible, muchos pañales y cólicos. –Pedro sonrió.

–No me refiero a eso. Quiero decir... una versión pequeña de ti que es tu responsabilidad.

–Ah sí. –dijo Ana. –Aterrador.

–¿Lo es?

–Demasiado.

–¿Y cómo es ella?

–Es extraordinaria. –Pedro sintió que a Ana le brillaron los ojos cuando dijo eso. –Y es tan inteligente, siempre sabe qué decir. Creo que es más inteligente que yo, a veces peleamos, somos parecidas.

–¿Son parecidas? Entonces es un caso perdido.

–Cállate. –dijo ella dándole un codazo. –Ella será mucho mejor que yo. Tiene buenos padres.

–¿Qué hay de los tuyos? ¿Pasarás a saludar?

–Ni en un millón de años.

Cuando Pedro acompañó a Ana al aeropuerto al día siguiente, trató de decirle la verdad. Pero todo fue demasiado extraño.

–Te amo. –le había dicho después de abrazarla, todavía quedaban veinte minutos para que ella tuviera que hacer la fila de embarco.

–Yo también. –Ana le sonrió, parecía que no había entendido nada. A Pedro le temblaban las manos cuando se las sujetó para continuar.

–Quiero decir... es que yo... no quería que te fueras así.

–Lo sé, Pedro. No estaba en mis planes irme de aquí tan pronto, pero las cosas cambiaron y...

–Quería pedirte que te quedaras. –la interrumpió.

–Mis padres no lo hubieran permitido. –Ana se soltó de su agarre para sujetarle los hombros. –Agnes no podía crecer en un lugar como ese tampoco.

–Pero yo... –Pedro titubeó, ¿cómo era posible que no lo entendiera? ¿O estaba fingiendo demencia? –Ana...

–Está bien, Pedro. Seguiremos hablando, nos volveremos a ver. No creas que esta será la última vez que estaremos juntos.

Pedro apretó los labios, se le apretó el pecho por la frustración.

En un impulso, se inclinó hacia adelante para acercarse a ella, estuvo a punto de besarla. Sus narices se rozaron y por unos segundos, pensó que iba a ceder, por la forma en que ella suspiró cerca de él, pero le puso una mano en el pecho antes de que pasara.

–Pedro... esto no está bien. –le dijo.

–¿No sientes lo mismo? –Pedro comenzaba a odiar los aeropuertos.

Ana se quedó callada unos largos segundos, como si estuviera perdida en sus pensamientos. Él sólo esperó.

–Creo que... creo que estás confundido.

Acababa de romperle el corazón.

–No...

–Tu madre acaba de fallecer, Pedro. Estás pasando por mucho y lo entiendo, yo también te extrañé demasiado y me alegró mucho verte pese al motivo por el que estoy aquí.

Ana lo abrazó, recargando su barbilla en su hombro.

–Yo también te amo mucho, eres mi persona. –murmuró cerca de su oído. –Siempre serás mi persona.

Y O U [Pedro Pascal / Precuela] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora