Capítulo 2

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SALEM.

Mi habitación es una reliquia.

Está, literalmente igual. Por alguna razón, esperaba que mamá la hubiera cambiado de alguna manera. Está limpia debido a que Georgia y yo colaboramos para pagar a una señora de la limpieza que viene semanalmente. No hay ni una mota de polvo en ninguna parte. La cama está recién hecha, las esquinas de las fundas están bien extendidas.

Como mamá está durmiendo y no va a estar preparada para ver una película en breve, acomodo mi ropa, mis artículos de aseo, y llamo a Caleb.

—Hola —dice, con voz grave—. ¿Llegaste bien?

—Sí, gracias por preguntar.

—¿Cómo está tu madre?

Suspiro, frotándome la frente.

—Durmiendo. Está más frágil de lo que esperaba.

—Lo siento. —Puedo oír la autenticidad en su voz. A pesar de que nos separamos, Caleb sigue siendo una de las personas más amables que conozco.

—Es lo que es —respondo en voz baja, sentada en el extremo de mi cama frente a la ventana por la que solía asomarme, a menudo con el propio Caleb.

—Alguien intenta robarme el teléfono —Se ríe.

Yo también me río.

—Ponla.

—¡Mamá! —La voz de mi hija es como un bálsamo para mis heridas. Con una sola palabra me hace sentir mejor, con los pies en la tierra.

—Hola, cariño. ¿Cómo ha ido tu día?

—Bien. Papá me recogió del colegio y fuimos al supermercado. Me compré una piruleta.

Oigo reír a Caleb en el fondo.

—Se supone que era nuestro secreto.

—Ups —Se ríe.

Seda fue la sorpresa inesperada que me dejó Evan. Ella ha sido el regalo que no sabía que quería o necesitaba. Ser su madre me hace sentir como una superheroína.

—Ya te extraño —le digo.

—Yo también te extraño, mami. Dale besos a la abuela, siempre dices que los besos lo mejoran todo.

Oh, mierda. Voy a llorar. No creo que los besos mágicos puedan combatir el cáncer.

—Lo haré —le digo a mi hija—. Te amo.

—¡Te amo, mamá! —Cuelga el teléfono y la línea se queda en silencio.

Cuando vuelvo a bajar, mi madre sigue durmiendo, así que decido empezar a preparar la cena. Georgia dice que mamá no come mucho estos días, pero al menos tengo que intentarlo.

Buscando en los armarios, encuentro una botella de vino, probablemente algo que Georgia guardó antes de quedar embarazada de nuevo, y la abro. Lleno una copa, bebo mientras cocino. No soy una gran bebedora, pero hoy tomaré un poco para calmar los nervios.

—¿Salem? —Mi madre me llama y me alejo de la olla que hierve a fuego lento.

—¿Sí? —Respondo, sorprendida de que esté despierta. Esperaba tener que despertarla.

—¿Podrías traerme un poco de agua?

Lleno un vaso y le pongo una pajita, se lo llevo y se lo acerco a los labios. Bebe con avidez, con ojos agradecidos. Dejo el vaso y le pregunto:

—¿Necesitas algo más? Estoy preparando la cena.

—No, el agua era todo. —Me acaricia la mano con cariño—. Siento haberme dormido antes de que pudiéramos ver la película.

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