Seven

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Esa noche, mientras el cansancio me vencía, mis pensamientos volvieron a Christian. Sentí una urgencia por tenerlo a mi lado, una necesidad desesperada e incomprensible. Me quedé dormida con su imagen en mi mente, solo para despertar sobresaltada en medio de la noche.

Una sombra se cernía en la esquina de mi cuarto. Intenté enfocar mis ojos, mi corazón latiendo desbocado. La sombra se movió, acercándose lentamente hasta revelarse. La tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana iluminaba parcialmente su rostro, pero era suficiente para reconocerlo.

—Christian... —mi voz era un susurro tembloroso—. ¿Qué haces aquí?

Él me observaba con una intensidad oscura y obsesiva que me hizo estremecer. Sus ojos, normalmente cálidos, ahora eran pozos fríos y vacíos, llenos de una determinación aterradora.

—Muy mal, Jade. Muy mal lo que estás haciendo —su voz era baja, casi un gruñido, resonando en la quietud de la noche—. Sola, con otros hombres, ignorándome. ¿Pensaste que podrías escapar de mí?

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Mi cuerpo se tensó involuntariamente, cada músculo rígido de terror. Christian se movió con una lentitud calculada, la cama se hundió bajo su peso cuando se sentó en el borde, inclinándose hacia mí con una mirada que mezclaba deseo y furia.

—No... no es lo que parece —intenté justificarme, pero mis palabras salían torpes, llenas de miedo. Mis manos temblaban mientras las mantenía a los costados, mi respiración se aceleraba.

Christian se inclinó más cerca, su rostro a centímetros del mío. Podía sentir su aliento, frío y amenazador, en mi piel. Sus ojos no se apartaban de los míos, sosteniendo mi mirada con una intensidad que me paralizaba.

—¿Qué hago aquí? —repitió, su tono cargado de una ira contenida que era más aterradora que cualquier grito—. Estoy aquí porque eres mía, Jade. Es hora de que lo aceptes.

Su mano se alzó lentamente, los dedos rozando mi mejilla. Un contacto que debería haber sido tierno se sentía como una amenaza. Mi piel se erizó bajo su toque, un reflejo involuntario de mi miedo.

—Esto no puede ser real —mi voz se quebró—. ¿Cómo entraste? ¿Qué quieres de mí?

Christian sonrió, una mueca oscura que no alcanzó sus ojos. Era una sonrisa carente de toda calidez, llena de una posesividad perturbadora.

—No importa cómo llegué aquí. Lo que importa es que nunca te has librado de mí. Te sigo, te observo. Cada vez que cierras los ojos, ahí estaré. Cada hombre con el que te encuentres, cada momento que pienses que eres libre... yo estaré ahí.

Sus palabras eran como veneno, goteando lentamente en mi mente y en mi alma. Sentí cómo el pánico me invadía, mi corazón latiendo frenéticamente en mi pecho. Intenté moverme, apartarme de él, pero mis músculos se negaban a obedecerme. Estaba atrapada, prisionera de su presencia y de mi propio miedo.

Christian se inclinó aún más, su rostro ahora tan cerca del mío que podía ver cada detalle de su expresión: la dureza en sus ojos, la firmeza de su mandíbula, la determinación inquebrantable en cada línea de su rostro. Podía sentir su aliento en mis labios, una mezcla de frío y control.

—Eres mía, Jade —susurró, su voz un veneno dulce y mortal—. Y cuanto antes lo aceptes, mejor para ambos. Porque esta es la realidad.

La habitación parecía cerrarse alrededor de mí. Sus palabras eran cadenas que me ataban a una verdad que no quería aceptar. Traté de moverme, de alejarme de él, pero mis músculos no respondían. Cada fibra de mi ser estaba paralizada por el miedo y la impotencia.

Secuestrada por mi mate alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora