CAP. 2

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𝑅𝑢𝑔𝑔𝑒𝑟𝑜.

Una chica me trae la bebida, la coloca en la mesa frente a mí y, sin levantar la vista, se da la vuelta y corre hacia la cocina. Miro a mi alrededor, observando los manteles monótonos y las sillas desiguales. El lugar es un basurero. Cerró el mes pasado, que es exactamente la razón por la que lo elegí para esta reunión. El sonido de un teléfono que suena perfora el silencio.

—Están aquí —dice Gastón desde su lugar detrás de mí—. Ella vino con
su padre.

—Deja entrar a la chica. El padre debe quedarse fuera.

Tomo un sorbo de whisky y enfoco mis ojos en la puerta de cristal del otro lado de la habitación. Llaman y mi hombre, junto a la puerta, la abre y deja pasar a la chica. Por alguna razón, esperaba que fuera más alta. Es una cosa diminuta, no mide más de un metro y medio. Su largo cabello castaño claro como el café exprés con cremora, (que demonios estoy pensando) cae en dos gruesas trenzas a ambos lados de su rostro, y si pasas por alto sus pechos, podría pasar por una adolescente. Incluso va vestida como tal;vaqueros negros rotos, una sudadera negra con capucha y esas botas negras que he visto que llevan los chicos emo. Cierro los ojos un segundo y sacudo la cabeza. Esto nunca funcionará. Estoy planeando decirle a Gastón que la envíe lejos cuando su cabeza se vuelve hacia mí y las palabras mueren en mis labios. Tiene los mismos rasgos que vi en aquel vídeo, pero su cara ha perdido ese aspecto infantil de mejillas redondas. En lugar de una adorable adolescente, una mujer increíblemente hermosa está allí, observándome con algo similar a la ira. Sus ojos conectan con los míos y una perfecta ceja negra se arquea en forma de pregunta.

Señorita Sevilla —digo y hago un gesto hacia la silla vacía al otro lado de la mesa—, por favor, acompáñenos.

Espero que se sobresalte, que se acobarde, pero la situación no parece
perturbarla ni un poco. Se acerca, manteniendo su mirada conectada con
la mía todo el tiempo. No coge la silla como se le ha ordenado, sino que se
pone delante de mí y me mira. Me concentro en su rostro, esperando ver
su reacción cuando perciba la silla de ruedas. No hay ninguna.

—No es usted lo que esperaba, señor Pasquarelli —dice, y tengo que
reconocerlo, la chica tiene agallas.

—¿Cómo es eso, señorita Sevilla?

—Esperaba que tuvieras ochenta años.

Ella frunce los labios. ¿Es realmente tan serena e imperturbable, o es otra de sus actuaciones, me pregunto? Si es una actuación, es realmente buena.

—Tengo treinta y un año. —Doy un sorbo a mi vaso—. Ahora que hemos aclarado eso, hablemos de negocios. ¿Tu padre te ha explicado qué se espera de ti?

—Lo hizo. Y tengo algunas preguntas.—Coge el extremo de una de sus trenzas y empieza a enrollarla alrededor de su dedo. No está tan relajada como intenta mostrarse, después de todo—. Y ya que vamos a llamar a esto una transacción de negocios, tengo una condición.

—¿Una condición? No está en posición de negociar las condiciones,señorita Sevilla, pero oigámoslo.

—Dejarás ir a mi padre. Esta... transacción quedará entre nosotros dos. Él está fuera de escena.

—Lo pensaré. Ahora, escuchemos las preguntas.

—¿Por qué necesitas una esposa falsa?

—No es de tu incumbencia. Y, el matrimonio no será falso. Siguiente
pregunta. Ella estrecha los ojos hacia mí.

—¿Qué sucede después de seis meses?

—Recibirás los papeles del divorcio y seguirás tu camino.

La mia vitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora