La mala suerte se contagia

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Cuando Panchito se declaró ese día, en un restaurante lujoso y con su ramo de rosas en la mano, Donald se enojó porque él quería ser el primero en hacerlo, pero en el fondo se sintió feliz. Hace años descubrió que le gustaba su amigo, pero se mantuvo en silencio porque no quería arruinar su amistad. Ignoraba las notorias señales de su amor prohibido, creyendo que hacia lo mismo de siempre. Panchito es un gallo muy afectivo con sus amigos y de por sí a él le agrada todo el mundo. ¿Cómo era posible entender que a Donald lo veía de otra forma en secreto? Fue complicado y gracias a Dios que aquellos años de dudas y culpabilidad hayan llegado a su fin.

Oficialmente se hicieron pareja y Donald se prometió a sí mismo que daría su mayor esfuerzo para que su relación perdure y, sobretodo, hacer feliz a ese mexicano meloso y tierno. Si sus problemas de ira no existieran, sería una tarea sencilla. Y no, Panchito nunca podría provocarle esa amarga sensación; él tiene permitido estrangularlo con sus abrazos de oso hasta provocarle asfixia. El problema es consigo mismo. Se irrita fácilmente por sus inseguridades. 

No se considera el novio perfecto. No puede recordar las fechas importantes, ni da las mejores opciones de restaurantes para una cita romántica, mucho menos es detallista. Hasta le da pena expresar sus sentimientos. Tantos años esperando para que ahora sea incapaz de decirle "te amo" cuando mira sus hermosos ojos. Panchito es capaz, Donald no y eso lo estresa. Su novio merece lo mejor, pero no puede ofrecerle algo fascinante. José ha tratado de explicarle que la perfección no existe y lo más importante es ser uno mismo, aunque al pato le cuesta entender, así como también reconocer sus virtudes. Solo señala sus defectos y su ira crece porque no puede desaparecerlos.

"Mi patito querido"

Solo Panchito tiene la magia de hacerle olvidar todo lo malo, captando su atención con solo sonreír.

— ¿Por qué me quieres? —preguntó Donald de repente. No se sentía merecedor de un amor tan puro, viniendo de alguien desinteresado y gentil como él.

Panchito sujetó suavemente las mejillas de su 'patito'.

— Porque eres increíble —le dio un beso en el pico—, maravilloso —otro beso en la frente—, amable —otro más—, valiente... 

— Lo dices porque eres... eh... —Donald se puso nervioso—, ya lo sabes.

— Sip. Soy el novio más afortunado.

Donald suspiró. La inseguridad no le dejaba disfrutar el momento.

— Lo dices porque eres considerado... sabes muy bien que no soy todo eso que dices.

De pronto sintió una calidez familiar. Panchito lo estaba abrazando. 

— Ay mi patito terco. Mejor abrázame, ¿sí? 

Lo obedeció gustosamente. Por ese gallo mexicano deseaba cambiar su actitud, pero Donald estaba olvidando que también debía mejorar por su propio bienestar, principalmente.

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No fue fácil. De hecho, las cosas empeoraron.

En los primeros días Panchito le enviaba un ramo de rosas. Después salían abejas de las flores y tenían que huir para no ser picados.

De vez en cuando Panchito le entregaba una cajita de chocolates. De alguna forma se derretían por el calor, o tropezaba y los dulces se echaban a perder. Lo cual es extraño, porque Panchito no suele ser torpe.

En los tiempos de lluvia, Panchito lo protegía con una sombrilla. Pero una vez le alcanzó un rayo.

Y los problemas continuaron. A Donald le pareció extraño. Cualquiera que lo viera, diría que Panchito estaba teniendo una mala suerte.

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