Marie Catherine Laveau

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Caminas por las calles del barrio francés, llegas a la calle Bourbon Street  tratando de distinguir el número 666  en este conglomerado de talleres de reparación, joyerías, tiendas de zapatos, cafeterías,salones de baile y clubs como el de Mimzy. Las nomenclaturas han sido revisadas, super puestas, confundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado -47- encima de la nueva advertencia pintada con tinta: ahora 924.  Levantarás la mirada a los segundos pisos: Las bandas de Jazz no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios. Llegas a una casa pintada de color negro, piedra labrada del barroco francés, los balcones de celosía, las troneras y canales de lámina, gárgolas de arenisca. Las ventanas ensombrecidas por largas cortinas rojas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tu la miras, bajas la mirada al zaguán despintado y descubres  666 antes 69.

Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de perro en cobre, gastada, sin relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos de ciencias naturales. Imaginas que el perro te sonríe y sueltas su contacto helado. La puerta cede al empuje, levísimo, de tus dedos, y antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro, observas a la gente caminando mujeres con el estiló de Rosie y otras con el de Mimzy, hombres elegantes fumando, yendo al trabajo, vez volar un colibrí que se para frente a ti pero a una distancia considerable de la casa, como si no quisiera acercarse lo suficiente. Sonríes, lo admiras, cree que es tu querida tía deseándote suerte, dándote la señal que por fin encontraras un buen trabajo......Que ingenua, aquel colibrí te advertía que no entraras.....
Tratas, inútilmente, de tener una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado.

Cierras el zaguán detrás de ti, el colibrí se queda volando, suspendido en el aire, viendo como te adentras en aquel hoyo del que no podras salir. Intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado/patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso.
Buscas en vano una luz que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu suéter pero esa voz aguda y cascada te adhiere desde lejos:

-No.....no es necesario. Le ruego. Camine trece pasos hacia el frente y encontrarás las escaleras a su derecha. Suba, por favor. Son veintidos escalones. Cuéntelos.

Trece. Derecha. Veintidós
El olor de la humedad, las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre la baldosa de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, tu elegante bolso apretado contra las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una manija; terminas por empujarla y sentír, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos

-Señora

Dices con una voz monótona, porque crees recordar una voz de una mujer

-Señora.....

Aquella voz aguda y cascada vuelve a resonar

-Ahora a su izquierda. La primera puerta. Tenga la amabilidad.

Empujas esa puerta, ya no esperas que alguna se cierre apropiadamente; ya sabes que todas son puertas de golpe y las luces dispersas se trenzan en tus pestañas, como si atravesaras una red de seda. Sólo tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, dónde parpadean docenas de luces. Consigues, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, dijes de lo que parece ser la cultura Vudú y solo detrás de este brillo intermitente verás, al fondo, la cama, y el signo de una mano que parece atraerte con su movimiento pausado.
Lograrás verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no tocas otra mano, sino piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que come con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos carmín: sonríes y acaricias al cervatillo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra.

-______ Ghirga. Leí su anuncio.

-Si, ya sé. Perdón no hay asiento.

-Estoy bien. No se preocupe.

-Esta bien. Por favor, póngase de perfil. No la veo bien. Que le dé la luz. Asi. Claro.

-Lei su anuncio.....

-Claro. Lo leyó. ¿Se siente calificada? Avez-vous fait des études?

-Á París, madame.

Decidiste mentir, pero ¿quién podría negar tu argumento? Hablabas francés y con eso era más que suficiente para que te creyera

-Ah, oui, ça me fait plaisir, toujours, toujours, d'entendre....oui....vous savez.... on était tellement habitué....et aprés....

Te apartarás para que la luz combinada de la plata, la cera y el vidrio dibuje esa cofia de seda que debe recoger un pelo muy blanco y enmarcar un rostro casi infantil de tan viejo. Los apretados botones del cuello blanco que sube hasta las orejas ocultas por la cofia, las sábanas y los edredones velan todo el cuerpo con excepción de los brazos envueltos en un chal de estambre, las manos pálidas que descansan sobre el vientre: solo puedes fijarte en el rostro, hasta que el movimiento del cervatillo te permite desviar la mirada y observar con disimulo esos restos de pasto, migajas de cereales,esas costras de fruta pegadas sobre los endredones de seda roja, raídos y sin lustre.

-Voy al grano. No me quedan muchos años por delante, señorita Ghirga, y por ello he preferido violar las costumbres de todo una vida y colocar ese anuncio en el periódico.

-Si, por eso estoy aquí.

-Sí. Entonces acepta.

-Bueno, desearía saber algo más.....

-Naturalmente. Es usted curiosa.

Ella te sorprende observando la mesa de noche, los frascos de distinto color, los vasos, las cucharas de aluminio, los cartuchos alineados de píldoras y comprimidos, la radio, los demás vasos manchados de líquidos blancuzcos que están dispuestos en el suelo, al alcance de la mano de la mujer recostada sobre esta cama baja. Entonces Te darás cuenta de que es una cama apenas elevada sobre el ras del suelo, cuando el cervatillo salte y se pierda en la oscuridad.

-Le ofrezco cuatrocientos dólares.

-Sí, eso dice el aviso de hoy.

-Ah, entonces ya salió.

-Sí, ya salió.

-Se trata de los papeles de mi marido, el general Facilier. Deben ser ordenados antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace poco.

-Y el propio general, ¿ no se encuentra capacitado para.....?

-Murió hace setenta años, señorita. Son sus memorias inconclusas. Deben ser completadas. Antes de que yo muera.

-Pero....

-Yo le informaré de todo. Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo. Le bastará ordenar y leer los papeles para sentirse fascinada por esa prosa, por esa transparencia, esa, esa....

-Sí, comprendo.

-Azael. Azael. ¿Dónde está?. Aze, Azael...

-¿Quién?

-Mi compañía.

-¿El cervatillo?

-Si, volverá.

...

Aura RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora