Cap. 1: Eleccionaris Naturae

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I

Un carromato entró traqueteando por La Compuerta. La gente se amontonaba a los costados de la Avenida Principal para arrojarle cosas al vehículo: verduras, hortalizas, palos, piedras. El carromato apenas dejaba entrar la luz del sol por una pequeña trampilla con rejas. Los de allí dentro no querían asomar su vista. Serían golpeados por algún objeto. Más penuria que la que estaban por sufrir no deseaban.

Avanzaba lento. Todos festejaban lo que tendría lugar en la plaza principal, ahí frente al templo y al castillo. Alex, intrigado y con el cuerpo vibrante, hizo contacto sin querer con un par de ojos que asomaban a la trampilla. Esos ojos se clavaron en él y no parecieron despegarse hasta perderse en la lejanía. 

Cuando el carromato se detuvo, hicieron bajar a los condenados por la puerta trasera. En el centro de la plaza se erigía una tarima de madera desvencijada, a la que se subía por una escalera de tres escalones de madera pintada de verde. Algunos clavos y astillas despuntaban del piso.

Eran tres: tenían sus manos esposadas por delante y un grillete en el cuello. Una cadena unía los tres grilletes y así, el verdugo encapuchado los conducía en hilera hasta el cadalso. Una vez los tres arriba (ocupaban casi la totalidad de aquel escenario fúnebre) el sacristán del templo de Vasval se dispuso a leer la sentencia frente a una población expectante.

– El emperador dictamina –la voz era chillona– a los señores Caín Landirontall, Label Hameoaken y Heinrich Pickerwinter quebrar las rodillas, quebrar los tobillos, quebrar las muñecas, quebrar los hombros...

La lista seguía y seguía pero los oídos de Alex no escuchaban nada. Un pitido, fino y nítido, abarcaba su escuchar. Solo podía mirar a los tres guerrilleros, su expresión firme, ceño fruncido, viendo los tres hacia el mismo lado: arriba a la izquierda. Como si algún compañero suyo estuviese apostado en una terraza y lo estuviesen observando.

– ...y finalmente incinerados en una hoguera que se dispondrá frente al templo de Vasval, en razón del intento de asesinato con uso de Magia al recaudador oficial de tributos, Lord Bittermourn...

Bittermourn fue asaltado días atrás, supuestamente, por estos tres guerrilleros. Llevaban cada uno una pequeña daga emponzoñada con un brebaje mágico venenoso. Bittermourn no recibió rasguño alguno.

– Que así sea. Larga vida al Emperador.

El verdugo encapuchado, ubicado al nivel del piso, blandió su hacha teñida de rojo en el filo. Y comenzó.

Alex volvió en sí al escuchar los ruidos de los condenados. Gritos atroces violaban sus oídos. Primero Caín, luego Label, luego Heinrich. Penetraban los rezos al dios Erostanio, implorando piedad por favor. Label pidió por su madre. Quería verla. Que la extrañaba. Madre ¿Eres tú? Escucho tu voz, madre, ven a mí. Heinrich no paraba de llorar. Las lágrimas parecían sacarle los ojos de las cuencas.

Las horas pasaban. Los guerrilleros estaban afónicos de tanto gritar. Un pie por ahí, una mano por allá, algún que otro brazo. La lengua afuera, sin nada que decir. Caído el sol, llevaron los restos a la hoguera donde tardaron toda la noche en hacerse cenizas.

Alex presenció todo impávido. El cuerpo vibraba ya de otra manera. En silencio, mucho antes de que hubiese terminado el suplicio, justo cuando les cercenaban las extremidades, emprendió el camino de vuelta a su casa, en el Distrito Oeste. Rodeó la muralla del castillo y se internó en las callejuelas levemente iluminadas por antorchas. El cielo era un conjunto de nubes violáceas y anaranjadas. Temblaba todo él por dentro. Magia ¿Quién podría ser tan miserable como para considerar peligrosa la Magia? Ningún tipo de artimaña civil es comparable al arsenal mágico legal (y paralegal) del Imperio. Su casa estaba en la penúltima manzana antes de la muralla de Ratal. Tratando de cambiar la cara, abrió.

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⏰ Última actualización: Mar 11 ⏰

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Rebelión: Amor y Magia en el ImperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora