Amor de verano

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Nico Di Angelo seguía odiando la playa.

Nada más llegar, Nico volvió a embadurnarse de crema. Y otro tanto hizo Bianca, bajo la atenta mirada de las otras dos chicas, confundidas al ver a los dos hermanos ponerse ochocientos litros de crema solar, hasta dejarles la piel más blanca de lo que ya la tenían.

Nico plantó sus cinco sombrillas, extendió seis toallas sobre la arena, y aunque se quitó la ropa que llevaba encima del traje de neopreno, se colocó unas gafas de sol negras y se hizo una bolita a la sombra de su "cueva".

Bianca rodó los ojos. Su hermano era un exagerado.

Las chicas jugaron un rato a vóley, al que Nico no se unía en ningún momento. Se había traído la consola, y continuaba jugando a la sombra.

Después fueron a bañarse. Nico las contempló horrorizado desde la arena, mientras se reían de lo fría que estaba el agua, y se sumergían mientras nadaban.

- Se les estará pegando la sal por todas partes – Susurró Nico para sí mismo, temblando ante la idea.

Sí, definitivamente odiaba la playa.

Una risa le llamó la atención entonces, viniendo de un grupo de personas que se acercaban a la orilla. Eran cinco, y uno de ellos, el más alto, tenía pinta de surfista experimentado. Sobresalía sin ninguna duda, o al menos, eso le pareció a Nico.

Con un bañador azul claro, un tatuaje de un sol a un lado del pecho destapado, pelo rubio rizado, ojos azul cielo, el cuerpo lleno de pecas, una sonrisa radiante y un collar con un diente de tiburón colgado al cuello. Llevaba una tabla de surf bajo el brazo. Nico no pudo apartar la vista de él, y algo se le removió en el estómago.

Espera... mariposas????

Nico no podía creer que hubiese sido tan infantil como para enamorarse a primera vista. No, definitivamente no era eso lo que había pasado. ¿Qué era el chico más guapo que había visto en su vida? Probablemente. Pero eso no quería decir nada.

Lo estuvo observando mientras se metía en el agua, y se las apañaba para empezar a coger olas. La postura era perfecta, el equilibrio sobre la tabla impensable, y la inercia, increíble. Nico cerró la boca en cuanto se dio cuenta de que la había abierto demasiado.

Un instinto de lo más primario se apoderó de él y, como un resorte, se levantó de la comodidad de su cueva de sombrillas, volvió a llenarse de crepa solar (aunque ya llevaba como siete capas encima), y corrió hacia donde estaba su hermana, negándose a dejar que el pelo se le mojara. Odió que el agua estuviese tan fría, pero si quería ver al chico más de cerca, no le quedaba otra. El sacrificio habría valido la pena.

Bianca lo vio acercarse, y sonrió entre alegre y confundida. ¿Nico entrando al agua por voluntad propia? Algo claramente estaba pasando. Y ella atrapó al vuelo el recorrido de la mirada de su hermano, posándose sobre el surfista rubio que llevaba un rato haciendo trucos sobre las olas, no muy lejos de ellas.

Sonrió a su hermano con complicidad.

- ¿Por qué no vas a hablar con él? – Preguntó directamente.

Nico no trató de ocultar nada. Con Bianca sería imposible.

- ¿Estás loca? No puedo hacer eso. No sé ni cómo se llama.

- Pues averígualo. Anda, ve. Yo te cubro.

Bianca le dio un empujón, y Nico se tambaleó. El agua todavía no cubría demasiado, y sin embargo notó cierta violencia en las olas. Estaba a punto de protestar, cuando oyó un silbato. Era el socorrista, que alertaba de bandera roja en la playa. Con razón se movía tanto el agua. Y había que salir.

Amor de verano - SolangeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora