PRÓLOGO

139 7 170
                                    

                  La juventud es el paraíso de la vida, la alegría es la juventud eterna del espíritu.


Ippolito Nievo


Muchas veces tuve miedo de tanta prosperidad en mi vida, porque la decepción que vendría después, sería difícil de soportar. Pero ¿por qué? me pregunté después ¿Por qué el ser humano no puede ser feliz si la vida es tan corta?... No sabemos que tenemos el bienestar al alcance de nuestras manos y que sólo hay que estirarse un poco para cogerlo. Somos ciegos y tenemos miedo de sentir. Pero yo quiero ser diferente, quiero dejar de temer a la felicidad y recibirla como una amiga ante las puertas de mi casa, de mi trabajo, de mi vida personal... ¿Puedes hacerlo tú también?

                                                                                          ***

                                                                                    PRÓLOGO 

 Algunas veces, en el reino lunar los selenitas lloraban, pero no de pena sino de alegría. En aquel lugar todos los seres eran completamente felices. Menrob, un anciano lleno de sabiduría, les había enseñado a llevar una vida próspera y llevadera. No pasaban hambre, pues todos trabajaban. Hombres y mujeres eran fieles a sus reglas morales. No había tendencia ni moda que corrompiera la habilidad o la amistad entre los selenitas. Hasta los bebés recién nacidos, recibiendo la herencia de sus progenitores, salían del vientre de sus madres, gozando de la sabiduría de la felicidad. Reían a las primeras horas de nacer y crecían disfrutando del goce de vivir. Pero un día, en la familia Viliaz, nació una bebé llamada Cristal. La pequeña se había criado de manera saludable hasta el día que cumplió ocho meses de vida. Nadie sabía por qué, pero de pronto la niña se había convertido en la más infeliz del reino. Lloraba todo el día, pidiendo alimento o que la llevasen a dormir en su cunita. Era imposible verla reír alguna vez. Los selenitas, después de siglos de vivir inmersos en alegría, recibieron un duro golpe emocional al no poder curar la melancolía de la bebé. Habían olvidado lo que era llorar por angustia, pero Cristal se los recordó como una cruel condena. Su tristeza contagió a todos los habitantes lunares convirtiendo a la familia en una paria. Odiaban por completo a la bebé y a sus padres. Aquel sentimiento corrompió por completo la existencia de aquel mundo. Un día, mientras trataban de acorralarlos por las calles selenitas con garrotes y armas filosas, los padres de Cristal con la bebé entre sus brazos, se ocultaron desesperados dentro de un mini santuario, similar al Templo de Luz, el lugar que era el hogar del sabio Menrob. Afortunadamente Bricilo, su padre, un joven de dieciocho años, alcanzó a cerrar el portalón antes de que la multitud los alcanzara. Su esposa depositó a la bebé en uno de las sillas de madera que se hallaban en fila dentro del santuario y le ayudó a poner una tranca. Una vez adentro, Dora respiró con calma, pero todavía estaba muerta de miedo. Temblando de pies a cabeza volvió a tomar a su pequeña hija con un poco de repelús y la meció en sus brazos. La joven tenía apenas dieciséis años, pero en aquellos momentos parecía mayor. Lágrimas de desesperación corrían por sus frágiles y hermosas mejillas mientras Cristal hacia pucheros. Recordó la primera vez que había conocido a su esposo bajo la puesta del gigantesco sol de su planeta de origen. Ambos eran huérfanos. Quizá por eso habían sentido tanta afinidad el uno por el otro. Ella tenía trece años y él quince. Se habían enamorado a primera vista. Sentían un amor tan profundo que cualquier terrícola no lo comprendería jamás. Apenas se hicieron novios sintieron la necesidad de casarse y engendrar una vida... pero jamás habían imaginado lo que vendría después. La idea de tener un hijo pese a su juventud y a las costumbres de su pueblo, parecía un sueño imposible, pero con el tiempo se convirtió en una pesadilla posible. Repentinamente un ruido los sobresaltó a los tres. La pequeña comenzó a chillar con histeria. La puerta del santuario estaba siendo golpeada por fuera con suma violencia mientras se escuchaban garabatos selenitas e insultos soeces de parte del pueblo. Algunos hasta les amenazan con degollarlos o arrancarles los ojos. Si no fuera por el material fuerte y sólido de la puerta, la multitud la hubiera derribado con suma facilidad. -Esto es una pesadilla- murmuró Dora-, una pesadilla. Bricilo, ésta gente se ha vuelto loca. Hasta los Sensibles han perdido el amor a la vida ¡nos van a matar! -Cristal lloraba con fuerza y se ahogaba en su llanto-. Dora trataba de mecerla para calmarla, pero lo hacía con tanta violencia que ésta se desesperaba aún más-. Ya, ya, bebé, cállate de una vez por favor. Date cuenta que ellos te quieren a ti más que a nadie. Vienen por tu cabeza. -Ya no tiene sentido –replicó su esposo apoyado en la puerta mientras ésta se movía con furia por los golpes-. De todas formas, los selenitas ya estamos condenados. Pero protegeré a Cristal hasta el último momento ¿me oyes? Sigue siendo nuestra hija, Dora ¿Qué clase de padre seria si permito que le hagan daño? -¿Qué pecado tan grande cometimos para que la vida nos castigara con una hija enferma? –se preguntó Dora mientras miraba a Cristal. En sus ojos se podía ver un leve destello de cariño, pero a la vez no podía evitar observarla con repugnancia, como si fuera una masa de fango. Se sintió mezquina por sus propios sentimientos. -Ninguno Dora, ninguno –respondió su esposo con voz cansina-. Y Exequiel tampoco... Créelo. Él es el que más está sufriendo con esta situación. Al menos, el no la mira con repulsión como lo hemos hecho nosotros. Somos despreciables ¿te das cuenta? No merecemos ser padres. Permanecieron allí, escondidos y desolados mientras la estatua del coloso que habitaba en la luna y que se encargaba de castigar a los selenitas que mostraban un pequeño signo de tristeza o enfado, caminaba descontrolada por la ciudad, tratando de alejarse de la muchedumbre para no arrasar con todo el pueblo de un solo manotazo. Como no sabía a quién castigar, se había apartado dando tumbos, gritando y destruyendo algunas casas vacías o golpeando ventanales de edificios con los puños. Originalmente, el coloso había sido creado por Menrob para sancionar a los selenitas que manifestaban un leve singo de debilidad. De esa forma se mantenía el equilibrio en el reino y se evitaba que se corrompiera el sistema. Pero aquellos castigos eran muy leves. Al gigante le gustaba tirar las orejas o dar pellizcos. No era muy agradable ya que poseía mucha fuerza. También le encantaba colgar a la gente por los pies por un largo rato o gritarles al oído con fuerza. Muchas horas después, la enfurecida multitud se alejó resignada de las puertas del santuario y cada selenita regresó al reino que le correspondía, pero antes de irse prometieron volver. No obstante, la familia no salió del lugar hasta asegurarse que no quedaba nadie en las calles. Después de unas horas regresaron temblando a casa y de allí no salieron en mucho tiempo. Semanas más tarde, cuando las persecuciones disminuyeron, Dora y Bricilo se atrevieron a salir de su hogar y se encaminaron al Tempo de Luz para charlar con el anciano sabio, aferrándose al último aliento de esperanza que les quedaba. Si Menrob no les daba una solución definitiva, estaban perdidos. Ellos y el reino entero. Trataron de no pensar en ello, ya que el anciano siempre parecía saberlo todo. Lo encontraron sentado en su trono con aire cabizbajo. A pesar de la tristeza que sentían se impactaron del cambio que había sufrido el rostro de Menrob en tan poco tiempo. Se veía mucho más viejo y fatigado de lo que era. Sus ojos estaban vidriosos y con ojeras. Había llorado tanto que sus mejillas estaban llenas de legañas y lágrimas secas que se habían convertido en polvillo amarillo, adherido en su piel. -Menrob –imploró Dora, dirigiéndose al anciano con timidez. Ambos padres se postraron a sus pies y besaron el suelo que pisaba -, Auxílianos, por favor. Es un ruego. ¿Qué debemos hacer? Todos culpan a nuestra hija de la enfermedad del reino y a decir verdad, aunque suene terrible, nosotros también comenzamos a renegar de ella. Se produjo un silencio sepulcral que inundó aún más de angustia los corazones de la joven pareja. Luego, el anciano pronunció las palabras que cayeron como saco de cemento sobre sus cabezas: -Hay que matarla –sentenció traicionando sus verdaderos sentimientos, con un rostro tan duro como el mármol. Sin embargo, su voz sonó ronca y acongojada-. Hay que matarla y he de hacerlo yo. En este mismo templo. De lo contrario, nuestro reino morirá de manera terrible. Los padres de la bebé se miraron a los ojos un largo rato. Los recuerdos inundaron de nuevo sus mentes. Lágrimas recorrieron las mejillas de ambos, pero ya no quedaba nada más que hacer... quizá Menrob tuviera razón y de esa manera el reino se salvaría. Ellos dejarían de ser proscritos y podrían volver a tener un hijo sano. Sonaba tan simple, pensó Dora con una profunda angustia en su alma, pero no lo era. Y lo peor de todo es que si el reino lograba curase de su enfermedad, ella tal vez viviría para siempre con el miedo a volver a tener un hijo enfermo y terminarían por desterrerarla de todos modos. "bueno" se dijo después "ya que todo está perdido, se mire por donde se mire, no queda más remedio que obedecer a Nuestro Creador". Fieles a él, como todas las criaturas del reino, llevaron a Cristal al templo y la depositaron en los brazos del anciano mientras la pequeña lloraba más que de costumbre, tal vez adivinando en los ojos del hombre lo que ocurriría a continuación. Él la tomó entre sus brazos mirándola con cariño. Ordenó a los padres de Cristal que se marcharan y ambos obedecieron, pero antes de retirarse la observaron por un largo rato. Pareció que los dos le pedían perdón mentalmente. La madre hizo un ademán de querer acariciarle la mejilla por última vez, pero el movimiento se congeló en el aire. Bajó la mano lentamente y buscó la de su esposo, quien se la estrechó con tanta fuerza que le hizo daño, pero ella no se quejó. Llorando, se marcharon del lugar y se despidieron del Creador con una inclinación. Jamás imaginaron que sería la última vez que lo verían. Una vez afuera, ambos se abrazaron con fuerza y lloraron a gritos todas las lágrimas que habían acumulado desde que su hija había enfermado. Dora se desmayó y Bricilo se la llevó en brazos a casa. La multitud que vagaba por las calles los observó con furia contenida, pero por primera vez no se atrevieron a hacerles daño. Menrob depositó a la niña con cuidado sobre una mesa de piedra caliza en medio del templo y le acarició una manita pidiéndole perdón. A continuación levantó una daga... y por un instante pareció que los ojitos de ella imploraban piedad. Menrob, sollozó por un segundo, por un imperceptible segundo, entonces la bebé rompió a llorar con angustia hasta que la daga le atravesó el corazón. El reino lunar se desintegró al instante, como piedra machacada por martillazos, convirtiéndose en un espejismo sobre la luna. El alma de Menrob comenzó a vagar en forma de luz azulada por diferentes planetas y universos en busca del único ser capaz de revivirlos otra vez. Investigó por todos los mundos, hasta que algo en la Tierra llamó su atención, o más bien dicho alguien. Se quedó admirado ante la presencia de un ser de corazón alegre y audaz. 



El reino de los selenitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora