4, Todo estará bien.

28 14 21
                                    

1932, Londres.

Hacía un par de horas que despertó en Inglaterra, en una sala, una oficina ajena a ella. Se sentía débil por la magia. Tenía frío por la misma razón. Estaba sola, nadie le decía nada, y todos la veían con cierta sospecha.

Olivia tenía más de cien años, y se sentía como una niña desamparada. Usaba un vestido que deseaba quemar, y un amargo sabor en la boca que la llevaba a cuando faltaban minutos para saber que su vida estaba en peligro.

Peligro, ella siempre se mantuvo alejada de este, aun cuando le era inevitable, podía hacerlo sin salir lastimada. Sin embargo, en los últimos tiempos, no hacía más que estarlo, de una manera latente y dormida. Una pesadilla con tintes de sueño.

Junto con esa pieza de tela negra, quería arder, quemar todo. Los recuerdos de Jeremía tocándola, o viéndola como si fuera el ser mas débil capaz de usar a su antojo, le hacia doler la piel, y deseaba borrar todo. Dormir por lo que restaba de su vida.

Llegó un hombre, y la hizo entrar a otra sala. Allí solo había una mesa, dos sillas, una pequeña ventana que no daba a ningún lado, y un gran espejo al frente. Sabía lo que era, y que del otro lado la veían. No era un invento del que no haya oído antes, pero si era la primera vez que lo veía.

Que era ella quien estaba del otro lado.

—¿Por qué sigo acá? —logro preguntar.

—Bueno, queremos saber un par de cosas en torno a su prometido.

—Ex prometido —le corrigió.

—Como sea —dijo, y le hizo una seña para que se siente—. Tú sabes cómo consiguió aquel diamante ¿Cierto?

—¿Cree que yo tuve algo que ver?

Frunció el ceño. Lo último que necesitaba es que la culparán de cómplice. Lo negó, estando segura de que no tenía relación, sin embargo, el oficial a cargo insistió en que ella estuvo involucrada.

Al principio fue indiferente, su voz no lastimaba y mantenía una mirada serena, y luego de quince minutos, el hombre de aspecto rudo, fue lo que aparentaba. Dio un fuerte golpe contra el metal de la mesa, y Olivia tembló aún más que el frío metal.

—Sabemos que a Jeremía le faltaban ciertos medios para hallar algunos objetos —dijo el hombre—. Es un idiota mas, pero ¿Cómo puede ser que un tipo que tiene un tonto manejo de la magia se haya adelantado tanto en el puerto la noche en que consiguió la joya?

—No sé —murmuro Olivia.

—Señorita Casperan, no me tomé por idiota. Es usted muy linda, inteligente, ¿Qué hizo? ¿Cómo supo que la embarcación iba a llegar?

—¡No lo sé! —gritó angustiada.

El hombre dio otro golpe, y una vez mas Olivia tembló. Estaba a punto de desarmarse en lágrimas. Le faltaba la respiración, y el corazón estaba a punto de hacerse polvo en su interior.

—¿Qué hizo con su magia? —pregunto furioso—. Sabemos que tipo de bruja es.

Olivia también. Era del tipo de bruja que odiaba ser. El mundo le hacia preguntas esperando que ella fuera capaz de ver las respuestas con solo tocar sus manos. Pese a hacer magia clásica, nunca destacó con la videncia. La lastimaba demasiado tener que buscar una visión. Y la manera en que se lograba era peor que los resultados. Cuando lo quiso recordar, tembló aún más.

Con aquellos recuerdos, las acusaciones, las lágrimas se hicieron presentes, y alguien más entró al interrogatorio. Era Galaga, y en unos segundos hizo que el oficial de marchará.

Las Hijas del Destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora