CAPITULO Ⅰ

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«Los últimos rayos del atardecer yacen en un campo de centeno comprimido, un sueño entre la hierba sin contar»

«Los últimos rayos del atardecer yacen en un campo de centeno comprimido, un sueño entre la hierba sin contar»

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El tiempo transcurría inexorable, pero él permanecía inmóvil. ¿Por qué se quedaba estancado? Siempre en la pequeña posada Wangshu, donde buscaba, tras la jornada laboral, ese ansiado descanso que siempre se le escurría entre los dedos. Quizás era hora de resignarse una vez más.
Su escasa voluntad hacía que los mortales especularan sobre su aura envuelta en misterio, aunque en el fondo deseaba que las cosas siguieran así; solo por la distancia que la gente mantenía con alguien de su naturaleza. Podía admirar la luna resplandeciente cada noche sin ser juzgado, porque nadie compartía su soledad.
Pero un día, que prometía ser ordinario, todo cambió cuando un misterioso viajero de cabellos dorados apareció. Este viajero, que lo había estado buscando últimamente, perturbaba su paz.
Desde aquel encuentro inesperado, el Yaksha se sumergía en el frío paisaje nocturno de la posada, aparentemente absorto, pero muy consciente de que el curioso viajero lo observaba desde lejos.
—Aether— susurró con sutileza, sin desviar la mirada de la brillante luna. El aludido dio un respingo al darse cuenta de que el guardián lo había notado, preguntándose cuánto tiempo habría pasado antes de que este lo descubriera.
—Uh... Adeptus Xiao... Lamento molestarlo a esta hora, pero... usted solo parece estar disponible de noche, y es un tanto solitario. Hace tiempo que lo pienso, así que decidí hacerle compañía— confesó el viajero, sorprendiendo al Yaksha, que no esperaba tal gesto, especialmente en la enigmática noche.
—Nunca estoy disponible, y tus deseos no me conciernen. Haz lo que quieras— respondió Xiao, y el rubio, emocionado, se apoyó en la barra junto a él, en silencio, contemplando no la luna, sino al solitario guardián.
La situación era extraña para Xiao, algo no encajaba. Sentía como si el viajero quisiera acercarse, y eso le provocaba temor; el miedo a mostrarse vulnerable ante otro. Además, le aterraba la idea de que alguien pudiera conocer su pasado, las acciones que debía emprender, o lo miserable que se sentía por aislarse y dejar que el silencio fuera testigo de sus sueños más profundos, sueños que sabía irrealizables.
—Sabes, Xiao... a veces quisiera ser tú, olvidarme del mundo y simplemente compartir con el sol y la luna, que solo las estrellas y nubes conozcan mis pensamientos— expresó el viajero, provocando que el Adeptus reflexionara. No conocía su situación y, aun así, envidiaba su forma de ser.
—Eres muy extraño— comentó Xiao sin rodeos, normalmente parco en palabras y directo en sus pensamientos, no lo decía con malicia, pero el comportamiento del rubio lo dejaba perplejo.
El rubio, al oírlo, soltó una risa suave. Tal vez el guardián tenía razón, pero no era algo que él admitiría abiertamente.
—Mencionando rarezas, hoy me aventuré a explorar una pequeña área no muy lejos de aquí, probablemente ya la conozcas. Allí encontré una flor bastante inusual— dijo el joven de cabellos dorados mientras sacaba de su bolso una pequeña flor azul. A pesar de estar algo marchita por el largo viaje, su belleza resplandecía a través de sus imperfecciones.
—¿Por qué me enseñas esta flor?—preguntó Xiao, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Porque me recordó a ti. Estaba sola, apartada del resto en el campo, y su presencia era distintiva entre todas las demás. Al verla, sentí un impulso inmediato de venir a verte— explicó el viajero, sus palabras cargadas de un significado oculto, quizás una confesión velada, pero Xiao no lograba descifrarlo. —Xiao, ¿te gustaría acompañarme en uno de mis viajes? No es muy lejos, solo hasta Mondstadt.—
La propuesta colgaba en el aire, una invitación a un mundo más allá de la soledad y la contemplación nocturna, un gesto que buscaba tender un puente sobre el abismo que Xiao había creado alrededor de sí mismo.

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⏰ Última actualización: Mar 14 ⏰

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