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Hay cosas que pueden salir muy mal cuando surge la maravillosa idea de juntarse con amigos a ver un superclasico. Más aun, cuando varios de ellos son hinchas de los clubes que disputan el partido, y su orgullo en él.
Puede haber cargadas por los errores que cometen los jugadores del club rival, algunas puteadas cuando el sentimiento de competitividad va en aumento a medida que el resultado del juego se inclina hacia un lado de la balanza, o incluso golpes leves cuando la bronca supera toda la paciencia existente. Julián se esperaba de todo, menos lo que pasó ese día en su sala de estar.
Juntarse a ver partidos juntos, era el acuerdo mutuo al que habían llegado con Leandro después de esa tarde especial que compartieron en Argentina.
Escapadas de fin de semana, feriados, días libres, utilizaban literalmente cada pequeño espacio desocupado en sus agendas para verse. El lujoso departamento de Paredes en Roma, la bonita casa de Álvarez en Manchester, y hoteles de cinco estrellas, eran los lugares testigos de esa extraña costumbre que compartían y los nada discretos sentimientos que comenzaban a aflorar.
Siguieron las apuestas, las provocaciones, los roces sensuales, y por supuesto, el sexo fantástico y descomunal ni bien terminaba cada partido que veían. Una excusa, claramente. Ni siquiera conocían a los equipos que jugaban algunas veces, porque ponían más atención al cuerpo ajeno, a cada movimiento y palabra que pudiese desencadenar la pasión asfixiante que los consumía cuando estaban juntos.
La separación de sus parejas les sentó de maravilla a ambos. Para el delantero, no fue más que cortar el débil hilo que todavía lo mantenía unido a Emilia, y del cual la chica de Calchín se aferraba desesperada a una ilusión que hacía mucho tiempo que había muerto. Para el mediocampista fue un poco más difícil, porque cuando su mujer escuchó de sus propios labios que quería el divorcio, lo miró horrorizada y le hizo un escándalo rogándole que siguieran intentando mantener a flote a su relación. No porque lo siguiera amando, sino que no quería perder la vida de lujos a la que estaba acostumbrada.
Por suerte el quilombo duró poco, y pudieron sacarse de los hombros el peso de tener a su lado a una mujer que no amaban.
La realidad de que lo que los unía era más que sexo los golpeó con fuerza, pero de manera positiva. No iban a derrochar energía negando algo que era completamente cierto. Pero aún estaba ese temor irrazonable por hacer la dichosa pregunta y ser rechazados.
Para evitar generar sospechas acerca las ocasiones en las que se veían o posibles preguntas indeseadas, invitaban a sus compañeros de la selección o de sus clubes. Casi siempre eran rechazados, y cuando no, sabían disimular hasta que sus invitados se iban. La estrategia funcionaba, y así perdían el miedo de ser increpados por sus amigos.
Es por esa razón, que Julián no se esperó para nada las respuestas afirmativas de sus amigos argentinos cuando mandó el mensaje al grupo esa mañana. Lisandro, Cristian, Alexis y Enzo llegaron a su puerta con sonrisas radiantes y alegría por reunirse después de tanto tiempo. Contrario era el caso de Paredes, que desde que vió a Fernández aparecer en su campo de vista, puso su mejor cara de culo.
El mediocampista había desarrollado un odio instantáneo hacia el jugador del Chelsea cuando se enteró de la manera en la que él jugó con los sentimientos y el corazón del castaño. Y aunque el mismo Julián le aseguró hasta el cansancio que con el morocho ya estaba todo bien, no se sacaba la idea.
El partido le sirvió para darse cuenta de que, en efecto, la heterosexualidad que Enzo defendía y remarcaba en cada oportunidad que tenía, no era más que una gran mentira que mantenía viva solo porque tenía una novia hermosa y una hija. Porque no era pelotudo, y los segundos demás que duraban los abrazos de festejo en cada gol, las manos tatuadas que tocaban de manera discreta la cintura del delantero, y los ojos oscuros que se perdían en el rostro aniñado del castaño, decían a gritos eso que Fernández se negaba a confesar. Y eso, obvio que le daba bronca, primero porque era un hipócrita al buscar ahora lo que él mismo rechazó tiempo atrás en repetidas veces; y segundo, porque aunque no lo hablaron, podría jurar que Álvarez tenía las mismas ganas que él, de dar el siguiente paso.

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𝑩𝒐𝒗𝒆𝒓 - 𝑱𝒖𝒍𝒊𝒍𝒆𝒂𝒏
FanfictionLa rivalidad y el deseo de competencia puede ser la excusa perfecta para dar paso a sus deseos carnales más profundos. O simplemente, evidenciar la necesidad morbosa de Leandro por ser siempre el ganador.