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Milagros Paredes

El reloj que se encuentra colgado en la pared marca las ocho y cuarenta y cinco de la mañana. Son pocas las horas que logré dormir pero si lo suficiente como para descansar y sentirme bien. Me cuesta acostumbrarme a la luz del sol que se filtra a través de las cortinas. Lo primero que veo es el brazo tatuado de Nico sobre mi cintura. Que manía tiene de dormir siempre así.

Tiene el sueño demasiado profundo pero apenas intento moverme se despierta, es por esto que suelo evitar pasar la noche con él en los encuentros casuales que tenemos. O eso quiero creer yo. No acostumbramos a compartir momentos íntimos y mucho menos quedarnos a dormir en la casa del otro ya sea por los horarios, vivir en países diferentes o simplemente porque así es el acuerdo.

―Buen día. ― La voz ronca de un hombre recién despierto siempre me ha fascinado, en especial la suya. Mi piel se eriza al sentir como su mano se cuela por debajo de la remera que visto y comienza a dejar caricias sobre mi abdomen. Otra manía.

―Buen día general. ― mi cuerpo inconscientemente se hace hacia atrás, acercándose más al suyo y logrando sentir su no tan pequeña erección matutina. Muerdo mi labio inferior cuando lo siento gruñir sobre mi oído.

―¿Con ganas de provocar?

―Ya sabes la respuesta.

Por un instante creo que se va a levantar y no hará nada, más aún considerando que anoche me consolaba por un compañero suyo, pero entiendo sus intenciones cuando la misma mano que antes me acariciaba, comienza a bajar hacia mi pierna. Al llegar al muslo ejerce un poco de presión sobre éste y sigue su camino hasta quedar sobre la parte posterior de la rodilla, la cual agarra para elevar mi pierna y apoyarla sobre las suyas.

En qué momento escaló todo tan rápido no sé, pero es algo que suele suceder cuando estoy con él. Siempre aprovechando las pocas veces que nos podemos ver y el tiempo limitado que tenemos. Mientras él libera su miembro, yo me acomodo lo mejor posible y corro la tanga hacia un costado. Es irónico pensar que hace un par de horas estuve con Lautaro, el cual hace tiempo me hace sentir para la mierda y a eso sumarle la desconexión que estamos teniendo en el plan sexual.

Siento su punta deslizarse un par de veces por mis pliegues para luego hacerse paso a un ritmo lento pero que a la vez me llena de golpe. Una vez que me penetra por completo, se queda quieto dándome el tiempo necesario para acostumbrarme. Porque si, Nicolás no era para nada chico en ningún aspecto. Deja un par de besos sobre mi hombro mientras tanto y cuando mis caderas comienzan a mueverse solas, es la única señal que necesita para hacer lo suyo. Sólo hacen falta pocos minutos para hacerme llegar al máximo placer. Supongo que es algo normal cuando la otra persona te conoce y sabe cómo y qué hacer. Él me sigue a los segundos con su orgasmo y lo descuidada que estoy siendo últimamente me llama la atención. Ya no estoy segura si es por olvidadiza, calentura o mi subconsciente que quiere otra cosa.

―¿Nos bañamos?

―Si, pero en baños diferentes porque te conozco y sos una atrevida.

―Ortiva.

Luego de una satisfactoria ducha, bajo hacia la cocina ya cambiada y con algo mucho más cómodo. Nicolás se encuentra apoyado sobre el marco del ventanal que da hacia el exterior de la casa vistiendo solo un short, como siempre. Debajo de un brazo tiene el termo y con el otro sostiene el mate. Las obcenidades que mi mente piensa cada vez que veo esa espalda desnuda es una locura. Me acerco a él despacio y quedó a su lado, ambos en silencio por un rato hasta que me ofrece el mate.

―¿Amargo? ― Asiente. Hago una pequeña cara de asco, sólo para hacerlo reír porque sabe que lo tomó dulce. El suyo es el único que me gusta sin nada.

Reemplazable - Nico OtamendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora