PRÓLOGO

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Y entonces los Dioses miraron al suelo.

—En ocasiones creo que el cerebro sólo lo tenéis para llenar el hueco de vuestro cráneo.

Lesandra alzó la mirada y caminó por la sala, dando vueltas de un lado a otro. La situación la tenía de los nervios y tenía que sacarlos de alguna forma. Desgraciadamente, la forma que ella hubiera elegido para desahogarse no era posible. Por mucho que lo quisiera, era imposible matar a un Dios.

—Es lo justo, Lesandra. —apuntó Duarte, sentado en un sillón y mostrando la mayor tranquilidad existente.

Duarte era de ideas claras y actos aún más claros, pero jamás algo mundano iba a afectar su humor. No los consideraba merecedores de ello.

—¿Justo? —saltó Vesterio de su sillón.

Lesandra paró su marcha y fulminó al Dios con la mirada. Sabía que lo que iba a soltar por la boca no sería de su agrado. Y es que, nada de lo que Vesterio soltaba por la boca agradaba a Lesandra.

— Justo sería torturarlos por siglos y siglos, no la tontería que ha propuesto Duarte.

Vesterio tenía fama de ser un Dios feroz y errático. No le agradaban los humanos y disfrutaba viéndolos sufrir. Fue justamente esa característica la que lo puso en el Consejo de Dioses. Vesterio tenía su ira, Duarte su talante y Lesandra su empatía.

—¡Es que la propuesta de Duarte es una forma de tortura, Vesterio!

—Por supuesto que es una forma de tortura, deben ser castigados, Lesandra. —comenzó Duarte— No debes olvidar que no sólo nos han desobedecido, se han reído de nosotros en nuestra cara. No se puede tolerar. Si dejamos que los humanos hagan lo que les plazca, y lo que es peor, nos desobedezcan, ¿dónde está el sentido de ser sus Dioses?

— Ha sido una tontería...—costaba que Lesandra se diera por vencida— Los forzastéis a algo y ellos se rebelaron. No lo veo un acto castigable, si no un acto de valentía.

Vesterio caminó hacia Lesandra, furioso, y se pegó a ella hasta estar centímetros el uno del otro.

—¿Te parece valentía retar a un Dios? —gritó— ¡Los Dioses mandan y los humanos obedecen! Es así de fácil. Las jerarquías están para ser obedecidas si no el orden deja de existir y todo se convierte en caos. Los humanos nos obedecen. Punto. Si no quieren obedecer, la decisión a tomar es muy clara: deben sufrir.

— O al menos entretenernos. —saltó Duarte.

Ambos, Lesandra y Vesterio, giraron la cabeza para mirar al viejo Dios que seguía descansando en su sillón.

—¿Perdón? —Lesandra parecía cada vez más enfadada.

—No sería justo hacerles sufrir en vano, sin ningún objetivo más allá que el de hacerles daño. Pero todo sufrimiento tiene su parte divertida. Esto es lo que haremos. —comenzó acariciando su barba rubia— Vamos a volver el tiempo atrás. Ninguno de ellos se acordará de haber participado en nuestro pequeño favor ni de las catastróficas decisiones que tomaron mientras lo llevaban a cabo. Castigaremos todos y cada uno de sus linajes y los someteremos a una maldición. Pero no una maldición cualquiera, no, una maldición en la que sufrirán. De esta forma, Vesterio consigue su tortura hacia los infimos.

—Pero...—empezó Lesandra.

—Pero,—la interrumpió Duarte—no he acabado, Lesandra. Habrá una forma en la que se podrán liberar de la maldición. Quizá una prueba o un conjunto de ellas, o un objetivo que alcanzar. Eso es algo que podemos decidir entre los tres. El caso es que pudiendo liberarse de la maldición tú tendrás tu redención hacia ellos, y yo una nueva forma de entretenimiento: un concurso entre humanos con el objetivo de sobrevivir, ¿no os parece divertido?

Vesterio sonrió lentamente. Le daba igual que los humanos se pudieran salvar ya que el hecho de poder salvarse era un interrogante, el hecho de que sufrieran era algo asegurado.

Lesandra, sin embargo, se sentía derrotada. Sabía que si Duarte había tomado la decisión ya y Vesterio lo apoyaba, no le quedaba mucho por hacer a ella. Sentía que había defraudado a los humanos, que no había luchado lo suficiente por ellos. Y Lesandra sabía que si no luchaba ella por ellos, nadie lo haría.

El Consejo de Dioses era algo de lo que Lesandra se sentía orgullosa de formar parte. De tantos Dioses que reinaban la vida, sólo ellos tres habían conseguido el poder que ser uno de los Consejeros te daba. Sin embargo, a veces sentía que su participación era puramente una farsa. Todas las decisiones se tomaban gracias a la democracia, pero era una falsa democracia ya que, aunque no eran iguales, Vesterio y Duarte siempre remaban para el mismo bando.

— Con una condición. —dijo Lesandra con firmeza.

— ¿No sabes admitir una derrota? No hay condiciones que valg...

—Déjala hablar. —lo interrumpió Duarte.

Lesandra se acercó al Dios rubio y lo penetró con la mirada. Necesitaba tener una victoria. Una aunque fuera.

—Tendré un elegido entre ellos. Y siempre que sea posible, lo ayudaré. Me da igual cómo.

Duarte la miró en silencio durante varios segundos. No tenía ningún tipo de prisa, tenía todo el tiempo del mundo y disfrutaba apreciando cada uno de los segundos de su existencia.

—De acuerdo. Te concedo un elegido entre los doce castigados.

Un pequeño intento de sonrisa se empezó a dibujar en los labios de Lesandra, pero Duarte volvió a hablar.

—Más, Vesterio tendrá otro. 

Una y mil voces {LOS MESES I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora