El humo compartido de dos cigarros en la habitación es la mejor terapia luego de la primera: el sexo. La nicotina pegada al sudor y a las greñas alborotadas como resultado de un buen polvo. Al menos con esa propiedad hablan los que comparten ese momento secundario al que también llaman placer. Al menos así habla ella, siempre con un tono de complicidad como quien quiere arrastrarme en su vicio, y me arrastra, pero no al de fumar precisamente.
Yo no, yo siempre fui un tipo pasivo, y como sigo prefiriendo la conversación y un clásico saxo después de una sesión de Two Feet, puedo concluir que seguiré siéndolo. La pasividad no me impide tener lo mío por ahí; de igual manera, no me atrevo a obviar el mejor sexo en mi agenda. Por eso aseguro siempre la próxima entrada en el momento de salida.
—¿Nos vemos el próximo sábado?
—Sí, llámame —me dice con una sonrisita pícara.
Un suspiro me llena el cuerpo, que vacío cuando caigo en el butacón frente a un señor de 48 pulgadas. Por dios, ¿cómo puedes apartar la vista de un televisor así? Mi mente, después del huracán que lleva su ficticio nombre, no entiende de imágenes en alta definición provenientes de una fuente exterior, así que mis ojos apuntan al televisor, pero yo solo puedo pensar en el fenómeno, su voz en 8D y toda su figura en 4K, como el nombre del bar donde trabaja, no puede ser coincidencia.
Cada sábado igual, aprovecho el replay y como en el tercer orgasmo me encuentro lo suficientemente relajado como para comenzar mi rutina de preguntas una vez más. Ideas que me sirven de justificación para no caer ante el manantial de sensaciones que me acechan. ¿Quién dice que el sexo sin compromisos no es satisfactorio? ¿Quién dice que es necesario que te cuenten su vida para poder disfrutar de lo que para muchos es el placer por excelencia? Ni que fuéramos psicólogos. Habría que ver ellos como manejan esa situación. En teoría deberían estar de acuerdo conmigo, porque tanto trabajo después del trabajo, debe ser agotador.
El resto de los días me parecen tan eternos como insignificantes. Lunes insoportables y, a partir de ahí, una semana emocionalmente ascendente. La cima del ascenso es, por supuesto, cuando la biblia me compensa una vez más con una jornada sabática (resulta irónico que la use para pecar) anunciada con nudillos en la puerta, una percusión a la que estoy acostumbrado, ya está aquí.
—Adelante —no puedo evitar detallarla, mi mano izquierda cierra la puerta y solo sé que está cerrada cuando escucho el trancazo.
Solo hay que verla, disfruta de esto tanto o más que yo y me lo demuestra luego con una performance inigualable. Nuevamente humo y sudor concluyen otro crimen perfecto, la hora de partida es inminente. Se fue quince minutos antes, que yo aprovecho para mi momento de reflexión. El audio ambiente del televisor me recuerda hoy al Bernabéu, pausa y sigo en mi burbuja de preguntas ¿Tendrán tiempo los futbolistas para placeres casuales? ¿Marcará Benzema? ¿en qué momento se me fue el tema de las manos?
—¡Coño, el Madrid!
Genial, me perdí el juego y encima tengo que pagar una hora más el hostal por haberme quedado dormido. Solo me consuela pensar que, en un final, ha merecido la pena.
Rumbo a casa el 4K me hace camino. Tal vez una pequeña estancia luego me vendría bien.
—Adiós, niño —me saluda una señora random.
—Adiós… —es la señora del café, medio chismosa, o chismosa y media. Seguro me vio salir del matadero. Como sea, no tengo intención de ocultar mi cara a los transeúntes que, como yo, pasan por aquí y, a diferencia de mí, no parecen tan satisfechos.
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Ella
Short StoryUn chico aferrado al amor sin compromisos, hasta que sus encuentros con "Ella" se volvieron un vicio con fecha de caducidad.