Café - Capítulo I

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Crevette, 29 de noviembre.

En un día gélido de invierno, Mark y Oswin paseaban rumbo a la academia, una rutina que mantenían cada amanecer. Hoy, en particular, se habían alzado antes que el sol, pues Oswin detestaba la idea de llegar tarde a cualquier destino. Mark avanzaba con ánimo, sus pasos eran ligeros y alegres, mientras balanceaba sus brazos al ritmo de una canción que tarareaba sin preocupaciones. Por otro lado, Oswin se desplazaba con reserva, con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo, sus ojos enfocados en el suelo que pisaba, en un silencio que hablaba de su seriedad.

—Si a estas horas de la mañana ya estás de este talante, no me atrevo ni a pensar cómo estarás al atardecer —se quejó Oswin, con la voz áspera y ronca por el madrugón.

Mark parecía completamente ajeno a las protestas de Oswin y continuaba su marcha con alegría.

—Si sigues así de amargo por las mañanas, no seré quien te arrastre a una juerga la próxima vez —respondió, entre risas traviesas, buscando provocar a su compañero.

—Pues mejor para mí, solo a ti se te ocurre salir de parranda en mitad de la semana —replicó, sin el menor atisbo de júbilo en su voz.

—Oh, pero es que no puedo esperar toda una semana para bailar al ritmo de la música, es demasiado, ¿no crees? —bromeó, con una chispa de diversión en sus ojos mientras continuaba su paso vivaz.

—No para todos, yo podría pacientemente esperar diez años para un dolor de cabeza así —respondió, con un tono sereno pero firme, agarrándose la cabeza.

—Oh, vamos, es la falta de costumbre, Oswin, necesitas un poco más de emoción en tu vida. ¡Las aventuras no esperan al fin de semana! —exclamó, con una energía contagiosa.

Oswin suspiró, resignado a la personalidad efervescente de su compañero,

 —Bueno, entonces deja que las aventuras te encuentren a ti en un día de semana. Yo prefiero la calma y la serenidad de mi hogar, en este estado no puedo cumplir correctamente con mis responsabilidades, no lo vale en lo absoluto —dijo entre un suspiro. 

—Ya podré curarte esa amargura tuya, ¡Es solo que aun no encuentro la fiesta indicada! —afirmó con determinación entre risas. 

La expresión de Oswin se relajó y sus ojos se abrieron ligeramente más de lo normal, como si se le hubiera ocurrido algo.

—En realidad tienes razón, quizás habría una fiesta indicada para mí, una que pueda disfrutar. Verás, la concepción que tengo de la fiesta perfecta sería en un ámbito donde vayan personas distinguidas, ataviados con elegantes vestimentas, bajo las notas armoniosas de una gran orquesta que despliega melodías envolventes, enclavada en las majestuosas paredes de un imponente palacio… —explicó, moviendo de forma elegante sus manos de un lado al otro.

—¿Notas armoniosas de orquesta? —preguntó extrañado de la respuesta de su compañero—. Oswin, no puedes bailar al ritmo de una orquesta, sería lento además de aburrido. 

—Para ti quizás suene aburrido, a mí me haría feliz la armonía de un lugar así. ¿Es tan raro? Tampoco lo veo como algo del otro mundo, es solo una fiesta menos alborotadora y más agradable a la vista… —comentó vagamente tratando de restarle importancia.

Mark solo sonrió, sabiendo que sus diferencias eran parte de lo que hacía su amistad única. Ambos continuaron su camino, cada uno a su propio paso, compartiendo opiniones y bromas en medio de la fría mañana invernal.

—Pero, ¿En serio no te emociona la idea de aventurarte fuera de la rutina, Oswin? ¿Qué tal una noche diferente, llena de música, sorpresas y risas? —inquirió alzando una ceja.  

La Estación De Aquellas Hojas AnaranjadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora