Prólogo

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22 de marzo. 20:00 horas. El frío invierno ya se había marchado y había traído la agradable primavera. Las mariposas volaban a sus anchas por las verdes praderas, los animalitos dejaban de invernar y comenzaban a salir de sus refugios y las amapolas inundaron los campos de color. Todos eran felices siempre, excepto yo.

Me detuve por unos segundos en el edificio más alto de mi ciudad, concretamente en la azotea, mientras escuchaba en mi cabeza la canción Dernière danse.

Estaba apunto de lanzarme, dudaba de si alguien lloraría por mí, en realidad, no creo que nadie lo hiciera. Seguramente todo serían alegrías cuando se enteraran, incluso para mi madre que tendría una boca menos que alimentar.

Contemplé el cielo, estaba anocheciendo. Aquel color tan rojizo y anaranjado se adentraba en mis pupilas haciéndolas brillar como siempre, el sol se marchaba en el horizonte oscureciendo poco a poco el paisaje.

- Quizá deba seguir viviendo, necesito una señal que me indique la respuesta

De pronto, se levantó un leve viento tratando de empujarme. No tuve el valor de tirarme, por lo que me eché hacia atrás. Y justo fue ahí cuando noté que alguien me empujó, pero, ¿Quién puedo ser?

Asustado con la situación, solté una voz con todas mis fuerzas a la vez que caía, asustado con la situación. Mientras caía al suelo, miré la misma azotea desde donde me caído, pero no vi a nadie.

- ¿Y si han sido imaginaciones mías? - me planteé.

Mi muerte estaba cada vez más cerca, vi pasar los momentos más importantes de mi vida y también los más dolorosos que me han ocurrido, aquellas cosas que jamás podré olvidar.

A lo largo de mi vida, veía como algunos desconocidos se convertían en mis amigos y como mis supuestos amigos me dejaban de lado o ignoraban lo que me pasaba, sentía que me tenía que alejar cuanto antes de ellos y se convirtieron en mis enemigos. Tan hipócritas

Mi única verdadera amiga era Sofía. Aquella que hace que mis días se conviertan en buenos cuando eran pésimos. Ella nunca me ha fallado, y, siempre que la he necesitado, ha estado aquí para echarme una mano. No sé qué sería de mí si la pasara algo.

Ella me quería tal y como era, jamás me pidió que cambiará algo de mí, todo lo contrario, quería que fuese único y, si quería cambiar por alguien, que lo hiciera por mí mismo y no por decisión de los demás.

En ese momento, me di cuenta de todo lo que estaba perdiendo quitándome la vida. Había sufrido tanto y me convertí en un ciego por tanto tiempo que no me había dado tiempo a vivir la vida como realmente me merecía

A punto de estrellarme contra el suelo, esbocé mis últimas palabras llorando:

- Hasta siempre, Sofía.

De repente, mis ojos se cerraron y todo a mi alrededor se nubló. Por más que los intentaba abrir, no lo lograba.

Cada vez me costaba más abrirlos, parecía que hubiera algo que no quería que viera la realidad que me rodeaba, ¿Había llegado al cielo?

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