Luna cuarto creciente

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Tus ojos en la oscuridad no pueden mentir, los pretextos salen como hierva hirviente.. La crueldad del sonido de tus manos chocar con mi cuerpo es el chasquido de la desesperación.



Había una razón… Había un error que estaba cometiendo. Definitivamente, no tenía escapatoria.

Escuchaba música mientras el hombre a su lado conducía. Todo era encantador… quizá, precisamente por eso, debía preocuparse.

La música parecía combinar a la perfección con el atardecer, el viento, la vibración del auto e, incluso, con su propia respiración.


"Emotions, what are you doin'?
Oh, don't you know, don't you know you'll be my ruin?
You've got me crying, crying again
When will you let this heartache end?"

—¿Qué escuchas? —le preguntó el mayor.

Dazai sonrió suavemente antes de responder:

—Una buena canción… Escuchar música melancólica estando feliz me gusta, ¿sabes? —murmuró mientras, con una de sus manos, apartaba un mechón del cabello del mayor y lo colocaba detrás de su oreja, disfrutando la brisa que se filtraba por las ventanas del auto.

—¿Música melancólica? Bueno, me alegra que estés feliz, Dazai —le sonrió.

El ambiente era húmedo, templado… La luz disminuía lentamente a medida que el camino continuaba.

—Y dime, ¿cómo es que tienes una cabaña en medio de la nada? —preguntó Osamu con curiosidad.

Dostoevsky soltó una pequeña risa ante la pregunta del más joven.

—La compré a buen precio, casi regalada. Parece que nadie quiere vivir tan lejos de la ciudad… Incluido yo, como puedes notar —rió un poco, estacionando el auto cerca de una pequeña casa.

Se inclinó hacia él, con un brillo peligroso en la mirada.

—Eres hermoso… ¿lo sabes? —susurró Fyodor.

El aroma de su perfume lo envolvía.

—Shh… No es verdad —respondió Dazai con una risa suave y un pequeño rubor en las mejillas.

Sin que Osamu tuviera la menor idea de cómo, el pelinegro sostuvo su cuerpo con agilidad y lo colocó sobre sus piernas. Sintió sus caricias desesperadas recorrer su espalda, deslizándose lentamente hacia abajo. Entonces, sus labios se acercaron a su oído, susurrándole con la dulzura de un ángel:

—Si me das lo que quiero… te daré lo que quieres.

Un suspiro escapó de sus labios. Todo su cuerpo se erizó con tan simple acción.

—Estamos en el auto… —murmuró Dazai, sonriendo suavemente al mirarlo.

Recibió la misma sonrisa a cambio.

—¿Y qué hay de malo con eso? No hay nadie cerca y, aun si lo hubiera… no me importa —susurró Fyodor, apretándolo más entre sus manos.

Era tortuoso. Desgastante. Intenso.

Sus bocas se encontraron en un beso desesperado. Sus respiraciones chocaban cálidamente, mezclándose en el aire. Dostoevsky tomó firmemente su mentón, impidiéndole alejarse. Quería saborearlo. Deleitarse con su aroma.

𝑫𝒂𝒓𝒌 𝒔𝒖𝒏 (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora