Capítulo 1

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A pesar de que su trabajo la mantenía suficientemente ocupada, desde hace un tiempo no dejaba de sentir que a su vida le faltaba algo. Necesitaba sentir algo nuevo, algo que la estremeciera, la hiciera sentir viva.

Su vida se había convertido en monotonía. Y su espíritu aventurero sepultado la hacía sentir muerta en vida.

Se sentía culpable de sentirse de aquella forma. Tenía todo lo que pudiera haber deseado en términos materiales y económicos. Había alcanzado un gran estatus en su ámbito académico. Convirtiéndola en la mejor neurocirujana del pais. Dinero tenía por montones, un esposo del cual presumir en las veladas y una mansión que este mismo le obsequio cuando ella le manifestó su deseo de volver a su tierra natal en Japón.

Creyó que eso le haría volver a sentirse bien y le haría apreciar las pequeñas cosas de la vida, pero se equivocó.

—Ya es hora de que me des un hijo—le había dicho su esposo al poco tiempo de mudarse a la mansión.

La idea no terminaba de gustarle.

—Aún no estoy lista—le respondió ella temiendo su reacción.

Es cierto que ya llevaban años de casados, y en todos esos años ella había hecho hasta lo imposible por llegar a amarlo, creyó que lo había conseguido, entonces... ¿qué temía? Era su deber como esposa darle el hijo que él quería.

Como esperaba, la cosa no salió bien. Su negativa hacia enfurecer al hombre con justa causa. El cual por mucho que botara a la basura los métodos anticonceptivos que ella utilizaba, ella siempre conseguía encontrar otro método, aunque fuese a sus espaldas.

—Estoy cansado de tener que pedir algo que es tu obligación darme. No me tienes ningún tipo de respeto.

—¡Solo necesito un poco más de tiempo!—ella intentó calmar su enojo. Sin embargo, aquello no funcionó.

—No te perdono que me hagas buscar cualquier vagabunda, solo por tus estúpidos caprichos de niña—escupió y tiro la puerta tras de si.

Ella con ira corriendo por su sangre tiro sobre la puerta la lámpara que se encontraba sobre la mesita de noche al lado de la cama.

Lo odiaba profundamente. Y maldijo el día en que aceptó casarse con aquel hombre.

Si el consentia estar con otras mujeres, ¿por qué no las embarazaba a ellas y a ella la dejaba en paz? ¿Tan difícil era firmar de una vez el divorcio?

Ellos nunca habían logrado entenderse, y ella no estaba segura si en algún momento entre ellos hubo amor. Lo que sí hubo y hay es una gran dependencia que ella odiaba. Se había acostumbrado a todos los lujos que el le ofrecía y sentía una gran gratitud por todo lo que el había hecho por ella. Le había pagado sus estudios, que no fueron baratos, la consentia con las mejores marcas de ropa y calzado, y con acceso a los mejores centros de belleza.

Aquellas lágrimas no pudo evitar derramadas, y se odiaba por sentirse tan débil y vulnerable. Quería escapar pero a la vez tenía miedo de hacerlo, enfrentar sola el mundo.

Aquellas peleas eran recurrentes, pero siempre conseguían seguir con sus vidas como siempre, no habían cambios para bien, ni para mal.

Ella se había resignado, quizá lo mejor era simplemente quitarse el dispositivo intrauterino, y dejar que pase lo que tenga que pasar. A lo mejor de esa forma su vida tendría la emoción que tanto le hacía falta.

Decidida a ello, pidió la cita para realizar el procedimiento.

—Muy bien doc, queda programada para el día de mañana a las 9 AM.

—Perfecto.

En ese momento llega una de las enfermeras hasta ella, su paso era apresurado, por lo que Hancock intuyo que se trataba de alguna urgencia.

—Doctora, acaba de llegar un paciente, ha sido remitido a cirugía de emergencia.

—Historia clinica—Hancock siguió rápidamente a la enfermera mientras está le comentaba los detalles de la situación y ella ojeaba los papeles de la historia del paciente y observaba algunas radiografías.

—No hay necesidad de operarlo. Cancelen el procedimiento—la enfermera no esperaba aquella respuesta sin embargo, asintió sin cuestionar.

La médico sentía sus manos sudar, y de repente un extraño nerviosismo hizo acelerar su pulso. Se apresuró a llegar hasta la unidad donde se encontraba el paciente. Quería corroborar que se trataba de la persona que ella pensaba.

—Monkey D Luffy—las palabras salieron como un susurro de sus labios, cuando finalmente lo reconoció. A su lado habían dos enfermeras ajustando los aparatos para estabilizarlo. El joven había sido ingresado debido a múltiples traumatismos, producto de un accidente automovilístico, posiblemente a causa del alcohol. Su estado era grave, su cuerpo tenía varios huesos rotos y una herida en la cabeza que era posiblemente la más preocupante a los ojos de Hancock.

Verlo de aquella manera le produjo un sentimiento extraño. Quería abrazarlo, se sentía feliz de volver a verlo, pero a la vez triste por verlo en aquel estado. De repente sintió temor de que fuesen sus últimos instantes de vida.

—Doctora, doctora, doctora Hancock!

La voz de una de las enfermeras la sacó de sí, se había quedado parada en la puerta observándolo sin mover un solo dedo.

—Si, bueno, no me siento del todo bien, ya vuelvo—se excusó ante las miradas confusas de sus compañeras de trabajo.

Fue solo dar unos pasos, cuando fue interceptada por una joven de cabellos naranja, con ojos llorosos, llena de golpes en la cara y cuerpo y ropa echa harapos.

—Usted es doctora, ¿sabe algo de mi novio? Se llama Monkey D Luffy, acaba de ingresar—la chica parecía angustiada.

—Lo siento señorita, tendrá que esperar—una de las enfermeras que estaba atendiendo a Luffy logró apartarla de Hancock, la cual no pudo evitar quedarse mirando a la muchacha de pelo naranja.

"¿Acaba de decir que es su novia?" Pensó ella, aunque se obligó a centrarse en la situación.

Lo importante ahora era salvarle la vida a su viejo amigo.

Y primer amor.


Continuará...

Entrégame tu Amor | LuHanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora