24 ▽Manual Of The Forbidden▽

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El dolor de cabeza se había esfumado por completo, pero el dolor en mi corazón seguía estancado y se movía como la hoja de un cuchillo afilado.

Mis maletas estaban hechas sobre la cama, la habitación había quedado tal y cual la había encontrado cuando llegué. Iban a ser las seis de la tarde, pero el tiempo ya no importaba, a mí se me había acabado la estancia allí y cada movimiento de la manecilla del reloj me lo recordaba. Tomé mi morral y fui con Ferni, al menos ella tendría qué saber que me iba.

Caminé con paso apesadumbrado, era como si los pies me pesaran toneladas; las manos se me congelaban, sin siquiera haber tanto frío.

Llegué hasta el laboratorio de los Agnelli pero esta vez, no había fotografías que imprimir, sino, una triste noticia que dar. Crucé la calle, tratando de respirar, no sabía que tan difícil podría ser decirle adiós a las personas que aprecias y más, si sabes que para volver a verlas pasará mucho tiempo, si es que sucede.

El rechinido de la puerta de entrada se escuchó cuando la abrí y la delicada figura de Ferni se posó en mis ojos. Me dieron ganas de llorar en cuanto la vi sonreírme.

-¡Hannah, hola! –me saludó, con esa alegría tan angelical en ella.


Quise sonreír pero una traicionera lágrima fue lo único que salió. Me dolía bastante decirle adiós a una persona fantástica.

-Oh, Hannah, ¿qué sucede? –llegó hasta mí en un rápido andar y me abrazó.

-Vengo a despedirme –musité.

-¡¿Qué?! ¿A dónde vas?

-Vuelvo a California –confesé.

-¡¿Qué?! –la expresión se le contrajo de desconcierto.

-Tengo que irme, Ferni. Ya no tengo nada más qué hacer aquí.

-Pero... ¿por qué?

Respiré hondo, allí iba otra vez la historia, la dolorosa y triste historia del por qué me iba.

-Anoche me embriagué y besé a Kai –dije, no quería darle mucho detalle al asunto.

-¡¿Hiciste qué?! –sus ojos se abrieron desmesuradamente y llevó sus manos a su boca para contener el grito de sorpresa.

-No me hagas recordarlo, soy la pero mejor amiga del planeta –sollocé.

-Vaya –murmuró-. No puedo creerlo –se quedó en silencio-. Y... ¿cómo estuvo?

-¿Qué cosa? –inquirí, confundida.

-El beso.

-¡Fernanda! –farfullé, escandalizada.

-Lo siento, pero es que... en serio no puedo creerlo. Quiero decir, me sorprende que haya sucedido algo así, Kai tiene novia, ¿no? y tú... bueno tú jamás hubieras querido herir a tu mejor amiga, ¿verdad?

-Es lo único que me duele, Ferni. Que la traicioné.

-Sí pero... ¿segura que es eso lo único?

-¿Qué quieres decir? –pregunté.

-No lo sé –se encogió de hombros-. ¿No te duele dejar a...? Tú sabes.

-Kai –me tembló la voz y Ferni asintió.

-Si te digo que no, te mentiría. Lo amo Ferni –confesé.

-¿Y qué vas a hacer? ¿Tú crees que irte arreglará las cosas?

Me reí.

-Sabía que intentarías hacerme cambiar de opinión, pero ya no hay vuelta atrás, Ferni. Me voy.

-No puedes escapar siempre –me reprochó.

-No, pero ahora sí. De todos modos volvería, no me iba a quedar para siempre aquí. Ella suspiró, sabiendo que por supuesto, no iba a cambiar de opinión.

-Te extrañaré tanto –murmuró.

-Yo también. Escucha, podemos escribirnos por Internet –dije, tratando de evitar el melodrama, pensar en despedirme de una persona como Ferni me dolía en serio en lo más profundo de mi alma.

-No será lo mismo –dijo, triste.

-Ya lo sé, pero agradezcamos a Dios que nos permitió conocernos –musité, a punto de dejar salir las lágrimas.

-No es justo –murmuró y luego volvió a abrazarme. Ella no pudo contener las lágrimas y verla llorar me terminó a mí por derrumbar.

-Nunca voy a olvidarte, ¿de acuerdo? –musité.

-¿Y prometes que te cuidarás?

-Lo prometo.

-¿Cuándo sale tu avión? –me preguntó.

-Mañana a las once de la mañana.

-Le pediré permiso a mis papás y cerraré para...

-No –la interrumpí-. Escucha, no te lo tomes a mal, pero mañana no quiero que nadie me acompañe al aeropuerto. No me gustan las despedidas, Ferni. Y si puedo huir de ellas, mejor.

-¡Pero ya no voy a volver a verte!

-Claro que nos volveremos a ver, algún día... Dios nos volverá a juntar. Pero no me hagas dura la partida, ¿sí?

-Te voy a extrañar demasiado.

-Ya somos dos –traté de deshacer el nudo en mi garganta-. Te quiero, Ferni. Gracias por todo.

-También te quiero, Hannah.

Le di un último abrazo y me retiré del lugar antes de que yo misma me amarrara a él, sabía desde un principio que no debía de encariñarme con las personas por qué dejarlas me costaría mucho, y no estaba equivocada. Dolía bastante.

Caminé hasta el edificio, mientras me limpiaba las lágrimas que resbalaban por mi mejilla. El cielo estaba oscureciendo, este había sido mi último día en Venecia.
Subí por las escaleras, desganada totalmente. La despedida de Ferni no había sido para nada sencilla. No cabía más dolor en mi corazón.
O eso pensaba yo.

-Sólo quiero hablar con ella –era su voz, sin duda, la que se oía a través del pasillo con eco propio.

Me quedé helada, mis pies no se movieron más y mi cuerpo quedó escondido tras la pared continua.

-Pero ella no quiere hablar contigo, pervertido –esa otra voz era la de Sehun, aireada.

¿Qué estaba sucediendo?-pensé yo-

-¿Pervertido? –repitió Kai, escandalizado.

-¿La llevas a tu casa sabiendo que no está en sus cinco sentidos? No te hagas el santo –alegó Sehun.

-La llevé a mi casa por eso mismo –explicó-. No iba a dejarla aquí sola en ese estado, además, yo no tenía llave de este departamento, ¿qué querías? ¿Qué la dejara en el pasillo? –replicó.

-Como sea, ella no quiere verte.

-Tú no decidas, no tienes derecho –decía Kai.

-No decido, sólo te estoy repitiendo lo que ella me dijo esta tarde –refutó Sehun.

-Necesito hablar con ella, y tú no me lo vas a impedir –advirtió Kai.

-Pues, ojala la encuentres –la voz de Sehun parecía ocultar una sonrisa malévola.

Hubo un silencio y me eché a correr al captar que la conversación entre ellos había terminado y que Kai pasaría por donde yo estaba escuchando todo.

Corrí hacía el ascensor, Kai no lo tomaría, de eso estaba segura. Las puertas se abrieron a tiempo y me escondí antes de que sus ojos me vieran. Apreté el botón para el cuarto piso, sólo por si acaso y el estómago se me encogió, evidentemente más sensible, cuando el ascensor subió un piso arriba.

Cuando las puertas se abrieron de nuevo y me dejaron salir, bajé rápidamente las escaleras hasta mi piso y llamé a la puerta del departamento trecientos ocho. Alguien dentro refunfuñó palabras ininteligibles y luego la tía de Liam me abrió la puerta y me puso mala cara, deformando su rostro con más arrugas de las que ya tenía. Su cabello blanco estaba atado en una desecha coleta y algunos cuántos pelos se salían de su lugar.

-Disculpe que la moleste, ¿está Sehun? –pregunté.

-¡Sehun! –lo llamó, luego sin decir nada más, se dio media vuelta y volvió al sofá en el que seguro estaba antes.

Sehun salió de una de las habitaciones y después de que miró a su tía me captó en la puerta de entrada, esperando.

-Oh –musitó y se acercó a toda velocidad-. ¿Qué pasa, Hannah? –dijo, saliendo un poco y cerrando la puerta tras de sí.

-Escuché la discusión que tuviste con Kai, ¿por qué? ¿A qué vino? –inquirí, desesperada.

Él exhaló.

-Venía a hablar contigo, pero le dije que tú no querías hablar con él –musitó.

-Eso lo escuché, pero ¿por qué le dijiste que yo no quería hablar con él?

-Pues, ¿no es obvio? Hannah, yo sé que te lastimaría más de lo que ya lo ha hecho. No quiero que te sientas culpable de nada, Kai es el que tiene la culpa aquí y quiero que lo acepte. Además ya has llorado bastante.

-Pero...

-A menos de que quieras despedirte de él, yo no puedo impedirlo –se encogió de hombros.

-No –negué rotundamente-. Ni siquiera le diré que me voy.

-No digas que te vas, se siente horrible –musitó, bajando la mirada.

-Gracias por todo, Sehun. Por esto y por... todo –reí sintiendo de nuevo esas ganas de llorar.

-No te preocupes por mañana, yo te llevaré al aeropuerto y...

-No –me negué, amablemente -. Lo mismo que le dije a Ferni te digo a ti, no me gustan las despedidas y mucho menos si son largas. Gracias por ofrecerte pero... no.

Se me quedó mirando por unos segundos.

-Mañana imaginaré que sigues viviendo justo enfrente de mí –sonrió y el corazón se me oprimió, entristecido. Extrañaría a Sehun mucho más de lo que había imaginado. Me dio un último abrazo y luego me besó la mejilla-. Ya sé que van como tres veces que hacemos esto pero, no cuenta como una despedida, nos volveremos a ver algún día –aseguró y algo en su voz me hizo creerlo.

Sonreí.

-Entonces hasta pronto –dije, separándome de él.

-Hasta pronto –sonrió.

Entré al departamento y me esforcé por no dormir al principio. Tenía que volver a mi ritmo de vida de un día a otro; en California era de día cuando aquí era de noche. Antes de que viniera a Venecia, me había preparado con la diferencia de horas, hasta que logré controlar muy bien mi sueño y ajustarlo perfectamente al horario en Venecia. Pero para eso había tomado semanas, y ahora, tenía que hacerlo de un día a otro, aunque ese era el menor de mis problemas.

Logré quedarme despierta hasta las tres de la mañana, porque a pesar de que los ojos me ardían de sueño y de haber llorado tanto, estar despierta provocaba que los recuerdos nítidos vagaran en mi mente; así que mejor decidí cerrarle el paso a todo eso y cerrar los ojos para intentar dormir mi última noche.

Los ruidos sonoros del exterior me despertaron. Me revolví entre las sábanas y me estiré antes de bostezar. Hoy era un nuevo día. ¡Hoy era el día!

Me levanté como zombie de una tumba, incluso tenía el aspecto de uno. Miré el reloj, eran siete con treinta y cinco minutos. Los ruidos siguieron escuchándose fuera y lo único que mi mente produjo fue un pensamiento con nombre propio: Jia.
La respiración se me entrecortó y el corazón me latía oprimido. No tenía cara siquiera para verla, sostenerle la mirada y tratar de sonreírle, sabía que no podría hacerlo. Respiré hondo varías veces, tratando de calmarme, llevaba puesta la misma ropa del día anterior, arrugada por haber dormido con ella; había dejado sólo un cambio para el viaje.

El viaje. Si Jia entrara a mi habitación a despertarme vería las maletas y... esa no era una buena forma de enterarla de que me iría, yo tenía que sacar valor y hablar con ella, aun cuando no quisiera.
Me levanté rápido de la cama y me cambié de ropa, guardando en una de las maletas la que antes me había quitado. Me sorprendí de lo rápido que lo hice y salí de mi habitación, con el corazón latiendo a mil por hora.

-¡Ey, hola! –la sonrisa de Jia se expandió al verme, mientras luchaba con su pequeña maleta por que la cremallera no abría.

Corrió hasta mí y me abrazó, ella siempre hacía eso y me recordó al primer día que llegué a Venecia. Le correspondí tímidamente.

-¿Puedes creerlo? El señor Vittore quiere que trabaje hoy, aunque sea medio día. Tendré que irme a las dos –hizo un mohín.

Traté de hacer algo, un gesto o lo que sea, por que hablar no podía; repentinamente la voz se me había ido.

-¿Te pasa algo? –me miró.

-No, no... –tartamudeé- sí.

-¿Qué ocurre? –me preguntó.

Este era el momento, en poco más de tres horas me iría, y si no le decía ahora, quizá ya no encontraría el valor después.

-Regreso a California, Jia –dije, con el nudo en mi garganta.

Los ojos de Jia se abrieron más grandes de lo que ya eran.

-¡¿Qué?! Es broma, ¿no? –farfulló. Cuando me vio en silencio, sería y entristecida a la vez, entonces supo que no lo era- Pero, ¡¿por qué?! Pensé que te irías después de año nuevo, ¡apenas comenzó diciembre! –parloteó y los ojos se le pusieron rojos.

-Tengo que irme, Jia –el temblor de mi voz dieron paso a las lágrimas, podía ver llorar a todo mundo, pero nadie movía tanto mi fuero interno como lo hacía Jia, verla llorar a ella era distinto, desgarrador.

▽Manual Of The Forbidden▽ |Kai| ADAPTADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora