Segunda oportunidad

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Lo último que recuerdo fue el dolor indescriptible de mis huesos golpeando con fuerza contra el concreto, pero también como mis pulmones rogaban por aire, desesperación y dolor, mucho dolor, por instinto me llevo la mano al cuello, frunzo el ceño al sentir el movimiento raro, demasiado corto y pequeño, alzo la mano y chillo por el susto, era una mano infantil, como de unos cuatro o cinco años, me siento y me bajo de lo que creo, es una cama; miro a mi alrededor y con la poca luz que entra por la ventana puedo ver que es un cuarto enorme. Me quedo quieta cuando los recuerdos vienen a mí, sostengo mi cabeza sintiéndome mareada. Caigo de rodillas intentando asimilar la ola de información, al parecer no era yo misma, más bien era una chica llamada Lydie Chevalier de la casa de Marbot, hija de duques, que al crecer, fue sentenciada a la horca. Me estremezco, eso explicaba la sensación de falta de aire y que hubiese llevado mi mano al cuello de manera instintiva.

Suspiro cuando la información se termina, todos los males que sufrió fue a causa de Nadine de Monteil de la casa Adhémar, suspiro con frustración, vaya nombrecitos que se cargaban en esta época, pienso mientras me pongo de pie, necesitaba hacer una lista de los sucesos que vivió Lydie y así evitarlos, porque estaba claro que eso es lo que pretendían al enviarme aquí, y quedaba muy claro ya que ambos recuerdos estaban aquí, tanto los de ella como los míos, lo único que podían haber omitido, eran los últimos minutos de ambas vidas, o ya de perdido, los míos.

Me pongo de pie con rapidez, necesitaba hacer la lista en este momento en caso de que olvidara algo, salgo corriendo de ahí guiándome por los recuerdos de ella, bajo con cuidado las escaleras hasta el despacho, entro y cierro la puerta, camino con cuidado al escritorio, a tientas encuentro la lámpara, que según mis recuerdos funciona moviendo una perilla y cerrillos, estos solían guardarlos en el primer cajón. Maldigo por lo bajo, esperaba no quemarme, la edad no era la mejor para estas cosas.

Había logrado encender la lámpara tras dos intentos, suspiro buscando una hoja, recordaba que estaban guardadas en un cajón abajo, sonrío al ver que si están, sentía mi mente extraña cuando pensaba en los recuerdos de Lydie. Miro la pluma y la tinta, según los recuerdos de ella sabía escribir, esperaba que funcionara a pesar de que no estaba acostumbrada.

Tras unos minutos había logrado hacer la lista, estaba muy básica pero me ayudaría a recordar.

1.Nunca ser amiga de Rogier, Adelaine y Grégoire.

2.Buscar otros amigos, quizás los Lefebvre.

3.No ser amiga del príncipe ni enamorarme.

4.Importarme bien poco mis padres.

5.No tomar las clases para ser emperatriz.

6.Ayudar al segundo príncipe.

Esa información había llegado mientras hacia la lista, al parecer el rey había engendrado un hijo ilegitimo y este estaba encerrado, no sé qué podría ganar liberándolo, pero a Lydie le daba lástima aunque nunca había hecho nada por amor a ese príncipe idiota.

- ¿Qué haces aquí? ‒doy un salto ante la voz, por instinto aprieto la hoja‒, ¿por qué no estás durmiendo? ‒mi mente me arrojo la voz de mi hermano mayor, Théodore, con el que al parecer, no me llevaba bien en mi vida pasada.

- Yo ‒miro al escritorio, tiro un poco de tinta y con el dedo la riego intentando hacer un dibujo‒, me dieron ganas de dibujar ‒alzo la hoja y se la muestro‒, es que lo soñé y quería mostrarlo mañana en la escuela. ‒Esperaba no sonar demasiado alegre, lo veo negar mientras rueda los ojos.

- Sólo a ti se te puede ocurrir algo como eso a las dos de la mañana ‒suspiro de manera interna, al parecer me había creído, me bajo con cuidado mientras guardo la lista entre mis ropas, camino hacia él con mi dibujo.

- Me despertó una pesadilla ‒eso no era del todo mentira‒, hermano, ¿me odias? ‒tras ver los recuerdos de ella, tenía esa duda, él la odiaba por alguna razón en específico o sólo no se llevaban bien por la diferencia de edad, eran casi cinco años.

- No, sólo no soporto oírte hablar de Bénézet, eso es todo ‒se encoge de hombros, tenía sentido, el tipo era un maldito imbécil.

- Ya no hablaré más de él, me cae mal ‒a pesar de la oscuridad, podía ver su cara de sorpresa y de incredulidad‒, no sé porque me gustaba, para empezar ‒me encojo de hombros, debía ser cuidadosa en mi forma de hablar, se supone que tengo cinco años.

- Bien, espero que cumplas esa promesa ‒sonríe de lado aún incrédulo. Créeme que lo haré hermano, no quiero morir, pienso mientras toco mi cuello, eso no pasaría otra vez, tenía una segunda oportunidad y no la iba a desaprovechar.

No soy la villanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora